06 de octubre 2020
Como cada mañana, en la primaria del centro de Fogtwon, la docente Hikari Doji pasaba lista como de costumbre para iniciar la clase de ese día
— ¿Kitty Thatcher ? ¿Kitty Thatcher ?— preguntó de manera insistente aunque era claro que la chica había vuelto a faltar a clases como de costumbre.
—Volvió a faltar también hoy “la bruja”, miss Hikari— comentó un chiquillo de sonrisa maliciosa. Su nombre era Bruce White; uno de los compañeros de Kitty.
— ¡Bruce, qué he dicho de poner apodos a tus compañeros!— lo regañó Hikari frunciendo el ceño, tratando de verse autoritaria. Era realmente joven para ser maestra y su rostro aniñado no le ayudaba mucho a que sus estudiantes la tomaron en serio.
—Es una broma, lo lamento Miss Hikari— dijo el chico sin una pizca de culpa.
La joven maestra tan solo suspiró y miró afuera de la ventana. Era la décima falta de la chica y tendría que avisar a la orientadora para que citaran nuevamente al padre de Kitty. Anteriormente, habían hablado con él para tratar de conocer la razón de las faltas continuas de la chica y al parecer, desde la violenta muerte de la madre de Kitty, la pequeña solía saltarse las clases. Su padre procuraba acompañarla pero no siempre le era posible debido a su trabajo.
Hikari sabía que una de las muchas razones que impulsaba a Kitty faltar a la escuela se relacionaba con Bruce White que la sometía a un acoso constante y al escarnio de sus amigos. Aunque ella como maestra había intentado mediar la situación a través de la madre del chico, intentando ponerle un alto, la obcecada y déspota madre del niño había resultado igual o peor de petulante que su hijo. Por lo que la joven maestra optó por vigilar a la chica e intervenir cuantas veces le fuera posible.
Quería ayudar a su alumna y aunque había hecho todo por los medios pertinentes, no era suficiente. Muy en el fondo de su corazón, deseo que dónde quiera que estuviera la chica se encontrara bien acompañada, de gente que la hiciera sentir mejor. Las calles de Fogtown no eran del todo seguras y mucho menos para una niña pequeña.
Kitty había esperado a que su padre se marchara a su trabajo para sacar de su mochila sus libros de la escuela y meter en ella: una bolsa de patatas, una botella de agua, un par de lapiceros y un cuaderno de dibujo. Salió de su casa y cerró la puerta antes de salir.
Al cruzar el portón de su edificio, se percató que su vecina la espiaba desde la ventana de su departamento. Chasqueó los dientes molesta y fingió tomar el camino que usaba para llegar a la primaria. Odiaba a esa mujer, era la típica entrometida que le gustaba inmiscuirse en la vida de los demás en lugar de atender la propia. Previniendo está situación y como seguramente le diría a su padre, fingió dirigirse a la escuela. Camino unos cuantos pasos y en cuanto notó que la mujer se apartó de la ventana, corrió por un atajo que le llevaría a la vieja fábrica abandonada. Su lugar favorito en el mundo, el único lugar en el que se sentía feliz .
Tomaba tantas precauciones porque sabía que si su vecina se enteraba que tomaba otro rumbo, trataría de averiguarlo y se lo diría a su padre, quien cuando se enterará la volvería a someter a terapia nuevamente. Entre más tiempo pudiera aplazar el catastrófico final, lo haría. No deseaba tener otro enfrentamiento con él, ya que por lo general terminaba en discusiones y golpes. La última vez, la había regañado tan fuertemente por saltarse la escuela que había terminado con la mano lastimada y en cuanto, trató de explicarle las razones por la cual no deseaba asistir, hizo oídos sordos y la ignoró.
“Defiéndete como puedas, no tengo tiempo para atender tus problemas de niños” fue la única respuesta que le había dado su padre, dejándola a su suerte contra Bruce White y su grupito de amigos.
Echaba de menos a su madre, ella había sido la única persona que la amaba y se preocupaba por ella. Y ahora que no estaba, se sentía tan triste, enojada y desolada. Tenía tanto odio por el hombre que se la había arrebatado y que indirectamente la había sentenciado a vivir con su padre. Al menos, le quedaba el consuelo que el asesino de su madre estaba muerto gracias al vengador de Fogtown, “Catdoll”, también conocido como “Muñeca de gato”. Había perseguido y acabado con el “Asesino de las Rosas” y dejado su cadáver expuesto en la vieja fábrica abandonada. Al fin se había hecho justicia y aunque la policía de Fogtown, aseguraban que “Catdoll” también era un asesino como los otros que azotaban la ciudad, para ella y los familiares de las víctimas, Catdoll era un héroe que había hecho el trabajo que la policía no pudo realizar.
Su madre había sido asesinada y nadie había hecho nada al respecto; sentía admiración y agradecimiento por el vengador de Fogtown. Eso era lo que la había motivado a ir a ese lugar la primera vez, quería ver la silueta marcada con gis donde habían encontrado el cuerpo del asesino de su madre. Quería sentir la seguridad de que realmente estaba muerto el monstruo que se llevó a la persona más importante de su vida.