2
MIRADAS
Aunque la primera impresión fue terrible, terminé conociendo a la dueña de la casa cuando me trajo comida y agua. Me contó que mi auto había impactado contra un árbol en la entrada de su pueblo y que con ayuda de los vecinos me habían traído a su vieja casa.
—¿Por qué no llamaron a una ambulancia?
—Aquí no hay señal —me informó entre suspiros. La mujer gesticulaba muy bien cada palabra que salía de sus labios—. No te preocupes, sané muy bien tus heridas.
—¿Dónde estamos?
—Al norte de la ciudad, cruzaste el monte Pariaf.
Cuando logré estabilizarme un poco, miré mis heridas y me encontré con varios raspones superficiales y la mano izquierda. Me dolían los codos y algunos músculos de mi cuerpo tenían hematomas dolorosos.
—¿Dónde está mi gata? —pregunté horrorizada, recordando que el accidente había sido por mi culpa.
—Tranquila, la estoy alimentando abajo —me dijo con una sonrisa—. Tú también come y descansa un poco.
Insistí en irme, pues el amiente de aquel lugar no transmitió confianza y el olor de la humedad me hacía revolver el estómago. Además, el comportamiento rígido de la mujer me hacía sentirme pesada.
—Puedes irte, pero te aseguro que no encontrarás autos que pasen por acá y el tuyo está destruido.
—¿Y qué puedo hacer?
—Puedo mandarlo a reparar.
Me dijo que tomaría varios días porque estaba destrozado, pero me dio la libertad de irme si así lo deseaba e intentar buscar ayuda por mi propia cuenta, y extrañamente eso me tranquilizó.
Unos minutos más tardé mi gata se incorporó a mi lado temblando y cuando pude abrazarla y calmar su ansiedad, logré quedarme dormida. La densidad de la neblina no me dejaba observar con claridad el paisaje detrás de la pequeña ventana que había en la habitación y el viento golpeando salvajemente el vidrio me hacía sentir aterrorizada.
Las sábanas y el aroma de las almohadas dejaban una sensación extraña, que parecía ser el olor propio de la casa. Era una mezcla entre humedad estancada y algo más indescifrable, nunca había percibido un aroma así en mi vida. No solo me atacaba las fosas nasales, sino que también traía consigo una sensación inquietante, una mala vibra que se instalaba en el estómago y que me hacía sudar frío.
Al amanecer, me encontré con una bandeja de comida a mi lado en la mesita de noche y mi gato comía de un plato que estaba en el suelo. Suspiré al recordar que no cargaba mi celular en el bolsillo y que no me sabía el número de ningún familiar o amigo.
Mis ánimos decayeron más las primeras horas que estuve en el pueblo, quizás había sido el cielo cargado de nubes grises o el viento que soplaba resecando mi piel.
No lo sé, por un momento quise correr hacia el bosque y regresar a la carretera en busca de ayuda, pero mantuve la calma entre tantas miradas extrañas y silencié mi consciencia con la excusa de que había sido el miedo quien me controlaba.
Caminé por las calles adoquinadas de ese pequeño y silencioso pueblo, y con cada paso de retorno a la vieja casa, me sentía más insegura. Podía sentir las miradas de los habitantes sobre mí, pesadas y penetrantes, como si cada persona quisiera descubrir cada uno de mis secretos.
Sus ojos apagados me seguían, llenos de curiosidad, haciéndome sentir descolocada. Susurros apenas perceptibles flotaban en el aire, y la sensación de inquietud se intensificaba con cada esquina que doblaba. Era como si una sombra invisible me persiguiera paso a paso, y la atmósfera, densa y opresiva, me hacía temblar sin darme cuenta.
—¿Estás bien?
Solté un gemido incontenible cuando pude salir de mis pensamientos y en aquel instante, me percaté de que estaba en el jardín de la vieja casa, frente a un apuesto chico alto de ojos azules.
—Lo siento, ¿te asusté?
—No, solo estaba distraída.
Nos miramos durante intensos segundos que me apresaron en un extraño dejavu.
Sentí haber vivido ese momento antes, y el hecho de no percibir mi presencia en sus pupilas me aterró por completo.
—Que linda gata —me dijo, mientras acariciaba la cabeza de mi gata—. ¿Cómo se llama?
—Valquiria —repliqué intentando verme relajada, aunque mi gata no parecía feliz con aquel tacto e intentó huir de mis manos—. No le gusta que lo toquen.
—Lo siento.
Me inquieto la forma en la que el silencio nos envolvió nuevamente y la intensidad con la que observaba mis labios.
—¿Vives en el pueblo? —pregunté en un intento de desviar su atención.
—Sí, tú debes ser la chica que se accidentó. Eres famosa aquí.
—Todos me miran raro.
—No estamos acostumbrados a recibir visitas.
—Me iré muy pronto —aseguré—. Solo espero que mi auto se arregle.
Asintió con amabilidad y sus ojos azules volvieron a clavarse en los de Valquiria.
—Es mejor que entres, creo que tu gata se enfermará.
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Editado: 02.11.2024