Estamos AquÍ

3- Desconocidos

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DESCONOCIDOS

La casa comenzaba a incomodarme más con el pasar de los días y mi auto no parecía avanzar en el supuesto taller, que parecía ser un depósito de cosas viejas.

Llevaba dos noches despertando asustada y empapada de sudor.

Todo el tiempo me sentía acompañada, incluso, cuando estaba sola en mi habitación sentía una presencia escalofriante invadiendo mi cuerpo. Escuchaba respiraciones ruidosas y a veces cuando estornudaba o tosía percibía un extraño eco que me hacía mirar cada esquina.

Las duchas se me hacían incómodas, no podía cerrar los ojos mientras me lavaba el cabello.

La tercera madrugada una voz me despertó y cuando abrí los ojos el sonido de mi corazón latiendo descontroladamente me heló la sangre. No supe si aquel sonido fue parte de mi pesadilla o de mi realidad, pero desperté bañada en sudor y mis manos buscaron el interruptor de inmediato.

Un silencio me abrazó de repente, pero no me hizo sentir segura y entonces, logré ver una sombra pasando por delante de la puerta. Me levanté con el corazón en la mano y al ver que Valquiria no se encontraba conmigo, supe que estaba aterrada en algún lugar de la vieja casa.

Abrí de inmediato la cerradura oxidada y me encontré con el alargado pasillo bañado en una oscuridad espeluznante. Olvidé donde estaban posicionados los interruptores del pasillo, pero la luz amarillenta que provenía de mi habitación me ayudó a encontrarlos.

Entre mi desesperación y el miedo que sentía por deambular en esa horrible casa a esas horas de la noche, tropecé con algo que me hizo sobresaltarme y sentí una respiración humana delante de mí. Había sido algo grande, como un abdomen fuerte o una espada y esa contextura no pertenecía no describía a la señora Hausten.

Las luces se encendieron finalmente y mi rostro pálido se encontró con aquella mirada llena de misterio. Mi cuerpo se estremeció al punto de caer hacia atrás bruscamente y mi espalda chocó contra la pared de cemento que hacía frente con mi habitación.

Me enmudecí al mirar que quien tenía en frente era el mismo Edén.

—¿Qué haces aquí? —Me levanté de inmediato y me alejé de la puerta—. ¡Señora Hausten!

—Cálmate, no te asustes —replicó ante mis gritos—. Solo fui a la cocina por agua.

—¿Cómo que fuiste por agua? ¿Qué haces en la casa de la señora Hausten?

Su tez pálida y sus ojos opacos me hacían sentirme en peligro y auqnue la señora Hausten no me hacía sentir mejor, me refugié en ella para tranquilizarme.

—Tranquila, yo también vivo aquí.

No podía creer lo que me decía, llevaba tres días viviendo en aquella horrible casa y jamás lo vi dentro. Nunca compartió la mesa con nosotras y la señora Hausten no me habló nada sobre otro habitante de la casa.

—¿No cree que debió decírmelo? —le dije a la señora Hausten apenas apareció por los pasillos.

—Pensé que lo sabías —alegó con la misma calma que Edén—. Hablaste con él varias veces en el jardín y creí que te lo dijo.

Me encerré en mi habitación el resto de la madrugada y esperé el amanecer mientras rezaba que mi gato volviera solo a la habitación durante las horas que estuve despierta.

El olor del café invadió mis narices y me hizo saber que la señora Hausten se había despertado, así que no tardé en bajar hacia la cocina para decirle a la mujer que me iría.

—Creo que exageras —me dijo con la taza de café en la mano—, no es para tanto.

—Señora Hausten, le agradezco todo, pero no me quedaré más aquí —dije, dando unos pasos hacia atrás—. Quiero saber dónde está mi gata y luego me iré con ella.

—No es solo Edén —me confesó de pronto—. Aquí vivimos varios.

—¿Hay más personas viviendo aquí?

Era imposible que no me hubiese dado cuenta, al menos me los habría encontrado en las áreas comunes de la casa, o hubiese visto a alguno salir desde la ventana de mi habitación. Además, había visto el polvo sobre las camas y el estado inhabitable de algunas habitaciones.

—¿Por qué nunca los he visto?

—¿Por qué quieres verlos?

Su serenidad me hacía desesperar más, y la forma en la limpiaba sus amarillentos dientes con su lengua me hizo incomodar.

—Me iré, gracias por ayudarme —dije, ante el prolongado silencio.

Sentí pasos detrás de mí y mi corazón volvió a latir de prisa.

Me giré hacia las escaleras en modo alerta y para mi sorpresa, había siete personas bajando hacia la cocina. El ambiente se tornó tan incómodo que no supe cómo reaccionar, todos me miraban con una sonrisa similar como si no hubiese vida en sus cuerpos y sus ojos opacos se clavaron en los míos.

—Nos apena mucho no habernos presentado antes —me dijo una mujer de voz dulce—. Escuchamos tus gritos ayer y la señora Hausten nos contó tu incomodidad.

Disimulé mis nervios con una sonrisa forzada y asentí.

—No es culpa de ustedes.

—Ni de la señora Hausten —intervino un chico bajo de ojos cafés—. ¿Nos disculpas?




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