Estamos AquÍ

4- Secuestro

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SECUESTRO

Enloquecía con el pasar de las horas, el día se hacía largo y los sonidos lejanos me hacían temblar de miedo, escuchaba susurros y voces que se parecían a la mía.

Miraba las rejas de la ventana con desespero, sabiendo que no había ningún tipo de escape. Mi reloj se detuvo cuando miraba el segundero marchar de prisa y la ansiedad de estar encerrada con personas que no conocía me llenaba de pánico.

Volví a dirigirme hacia la ventana cuando escuché la puerta de la entrada abrirse y vi a Hausten salir de la casa con su cesta de hacer mercado.

Me miró desde la entrada y una sonrisa escalofriante se dibujó en sus maduras facciones, me aterró la imagen de sus pupilas opacas pese al sol del día. Sin embargo, le sonreí de vuelta y mi mano temblorosa se elevó en el aire, dejando al descubierto mis más profundos temores.

Busqué algún arma dentro de la habitación, algo que pudiese usar si necesitaba defenderme, pero no logré encontrar más que un bolígrafo sin tinta y un pequeño cuaderno vacío en el fondo de un cofre.

Ingresé al baño y nuevamente me invadió aquel sentimiento de sentirme observada.

Era como si una respiración agitada estuviese delante de mí cada vez que cerraba los ojos. Miré el espejo por varios segundos y un silencio abrumador me atrapó, me causó terror imaginar que hubiese alguien detrás del cristal observándome fijamente mientras que yo pensaba que me miraba a mí misma.

No me atreví a romper el espejo, porque temblé de solo pensar que podía encontrarme con sus miradas opacas detrás del cristal observándome.

Decidí salir de la habitación e intentar hacer algo para salvarme. Mis rodillas temblaban haciéndome flaquear, pero me daba más miedo morir en una casa de fantasmal, rodeada de personas enfermas que disfrutaban hacerme enloquecer.

Un extraño olor a hierro me hizo detenerme delante de una de las habitaciones del pasillo y luego, un sonido inhumano me hizo agudizar los oídos y acercarme más. Por la apertura mínima de la puerta sabía que podía ver algo, pero me daba miedo no estar preparada para lo que iba a encontrarme.

Y aquel miedo se hizo real cuando observé a Edén en cuclillas sobre el escritorio, descalzó y con la cabeza entre sus rodillas, devorando la cabeza de mi gata con extrema tranquilidad y deleite. Observé como disfrutaba deslizar su lengua sobre sus dientes, saboreando la sangre de mi pobre Valquiria.

Sus gestos de placer, mientras mi gata aún se movía entre sus manos es una imagen que no pude olvidar jamás.

Tapé mi boca para ahogar mi llanto dentro de mi garganta, y me alejé de prisa ingresando en otra habitación cercana.

Mi respiración estaba agitada y mis ojos cargados de lágrimas me hicieron revivir aquella escena asquerosa una y otra vez. No recordaba el rostro de Edén tan rustico, sus dedos estaban llenos de sangre y mi gata aún gemía estando viva entre sus dientes.

¿Qué demonios podía hacer para salir de esa casa? ¿Eran un grupo de caníbales?

Mi sentido de supervivencia me obligó a moverme, comencé a observar la habitación en la que me había metido y me di cuenta que había más espejos.

Busqué algún arma, pero en ninguna gaveta encontré algo filoso. Sin embargo, me aterró más lo que conseguí debajo de la cama.

Ahí, escondido entre la penumbra y el polvo acumulado, noté que se escondía un cofre de madera que parecía haber estado allí por años. Mis dedos rozaron su superficie áspera, sintiendo cada ranura tallada. Al tirar de él con esfuerzo, supe de inmediato que era más pesado de lo que aparentaba y la cantidad de cucarachas que salieron cuando lo removí me hicieron alejarme un poco.

La sensación de peligro aumentaba con cada grano de polvo que se levantaba y con cada músculo que tensaba para sacarlo a la luz. Mi corazón latía con fuerza mientras levantaba la pesada tapa del cofre, pero debía saber que escondían estas personas para saber a quién me enfrentaba.

Al abrirlo, una nube de polvo me hizo taparme la boca y la nariz.

Mis manos temblaron descontroladamente cuando comencé a observar el contenido. Dentro, descansaban objetos diferentes entre sí; algunos de años más antiguos y otras cosas se veían más modernas.

Sin embargo, lo que me hizo derramar mis primeras lágrimas fueron las fotografías en paquetes que descansaban entre el polvo.

—Es… la misma mujer —dije para mí misma, mientras observaba la imagen de la mujer de voz dulce que me había pedido que me quedara—. Es mi habitación.

Había más de cincuenta fotografías de la mujer haciendo distintas cosas dentro de la habitación. En algunas ella dormía, y en otras se encontraba dentro del baño lavando su cuerpo o cepillando sus dientes.

Pensaba que entendería mejor las cosas al descubrir qué secretos escondían, pero mientras más cosas desterraba, más confundida me sentía. Cada imagen era más perturbadora que la anterior, con expresiones de miedo y desesperación grabadas en sus rostros.

Una sensación de pavor recorrió mi cuerpo y supe que había desenterrado algo oscuro y profundamente perturbador.

Con el pasar de los segundos, me percaté que las fotos fueron tomadas en épocas distintas, pues el paisaje de la pequeña ventana de la habitación me lo aseguró.




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