Estamos AquÍ

5- Escape

5

ESCAPE

Nunca sabes lo fuerte que eres hasta que tienes que sobrevivir, entonces todo lo que has aprendido antes y lo que pensabas que sabías sobre ti desaparece para darle lugar a un ser que desea salvarse a como dé lugar.

Como cuando un avión se estrella en medio de la nada y ninguna ayuda viene por más intentos y caminatas. Al principio, mantienes la cordura y te sientes incapaz de cortarte un dedo y comértelo, pero luego de unas semanas sin probar un bocado y con las tripas pidiéndote auxilio esa idea comienza a tener sentido. Luego de dos semanas te encuentras sacrificando partes de tus extremidades para saciar tu hambre.

Eso hice yo, camuflé mi miedo y escondí mis temores en lo más profundo de mi estómago revuelto y me encontré delante de mis secuestradores sonriendo para sobrevivir, olvidando lo que había visto en aquel cofre lleno de polvo.

Con mis extremidades heladas bajé a la cocina y ayudé a la señora Hausten a cocinar los vegetales, teniendo la puerta a unos metros de mí, pero sabiendo que si llegaba a ella sus miradas me detendrían y mi fin sería el mismo que todos los visitantes de esta casa.

Debía ganarme su confianza.

Yo sí quería lograrlo, deseaba vivir la vida que me habían arrebatado mis impulsos y deseaba abrazar a mi madre de nuevo. Incluso, en aquel instante, pensé que perdonaría a mi mejor amiga y a Jason también, pero para eso necesitaba salir e irme.

Pensar en Edén comiéndose a mi gata me revolvía el estómago al punto de causarme arcadas silenciosas y ver la carne roja y brillante en el mesón me hacía temblar. Asesinaron a Valquiria y se lo comieron delante de mis ojos, pero esa tarde lo peor llegó y toqué el primer escalón de la demencia.

Sentí sus pequeñas patas viniendo desde arriba y sus maullidos me erizaron la piel.

Era imposible, yo misma la había visto temblar entre los dientes de Edén, yo misma escuché sus últimos quejidos de dolor mientras aquel monstro lo despedazaba con sus dientes, chupando para gota de sangre que se deslizaba de su pelaje.

—Ah, mira —dijo la señora Hausten—. Tu gata Valquiria vino a comer.

Miré a Valquiria con detalle y me atreví a sujetarla entre mis manos acariciando cada parte de aquel extraño gato que había visto morir delante de mis ojos hace una hora. Abrí los ojos cuando sentí la cicatriz de su operación sobre el abdomen.

¿Pero cómo? Me repetía una y otra vez en mi mente mientras sentía las lamidas de mi gata sobre la palma de mis manos. Creí que me estaba volviendo loca, llegué a pensar que alucinaba debido al miedo que sentía, pero esa noche supe que algo no andaba bien con Valquiria.

Sus grandes ojos verdes seguían cada uno de mis movimientos con una intensidad que me inquietaba. Era como si vigilara cada paso, habiendo perdido la dulzura y la despreocupación que solía caracterizarla. Había algo aterrador en su mirada, una sombra oscura que hacía que me sintiera observada en silencio, como si una presencia siniestra estuviera acechándome en la penumbra de la noche.

Me giré para darle la espalda y cerré los ojos con fuerza, pero para mi sorpresa cuando volví a abrirlos ya no estaba sobre la cama, se había marchado dejando una presencia espeluznante detrás de ella, con un sigilo que me erizó los vellos de la piel.

¿Qué explicación coherente había detrás de lo que sentía?

Mi pecho se ensanchaba con rapidez como si el aire no llegara a mis pulmones por más respiraciones que tomaba y con los espejos rodeándome durante las noches solo me hacían sentir peor. Nunca me sentía sola, siempre percibía la presencia de alguien a mi alrededor y cuando mis parpados se adormecían, los susurros me despertaban.

Como si alguien o algo esperara que me quedara dormida para hablar sobre mí.

Me estaba volviendo loca y debía disimularlo pese a mis ojeras prominentes y el cansancio mental que me consumía hora tras hora. Ya habían pasado dos días más desde que Valquiria había vuelto siendo una desconocida y tras su ausencia noté que uno de los espejos bajos del corredor había sido removido.

Observaba a las personas que fingían hacer una vida normal en la casa y todos parecían respirar en automático. Sandra era una de las más conversadoras, pero algunas veces me espiaba mientras me duchaba y me miraba como si el cuerpo femenino fuese ajeno a ella.

Por otro lado, Edén dejó de parecerme apuesto y cada vez que sus azulados ojos hacían contacto con los míos durante la cena recordaba la imagen de mi gata retorciéndose entre sus dientes. Sentía ganas de asesinarlo.

Los demás habitantes eran silenciosos, no participaban en las conversaciones. Algunos fingían escuchar, pero sabía que estaban allí por órdenes de la señora Hausten.

Una noche, mientras comíamos macarrones de formas de objetos, un pensamiento llegó a mi mente y se deslizó por mi garganta en forma de pregunta.

—¿Por qué no hay niños en el pueblo?

Me arrepentí tan pronto como todos bajaron sus cubiertos y me observaron fijamente.

Edén estaba a mi lado y sentí su densa respiración rozar mi mejilla, sus olores eran similares e incluso, yo sentía que comenzaba a oler así. Era un olor inquietante que no podía ser descrito como una esencia cualquiera, como si cada inhalación trajera consigo un susurro acechante llenando el aire de una sensación de peligro.




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