¡estamos en Vivo!

Capítulo dieciseis.

Vacaciones Permanentes.

Habían pasado ya seis meses desde que, Úrsula por última vez apagó su alarma a las seis de la mañana para obedecer su inmutable rutina. Seis meses desde que, por última vez, había sufrido los maltratos fe Basma, de Lucrecia y los de todos que, por temor al jefe vivían con la cabeza gacha. 

Aunque no extrañaba ni un poco el sufrimiento que ese trabajo le generaba, aunque el dinero que el canal le había dado había menguado solo un poco de su total, extrañaba el hecho de ocupar su tiempo en algo más productivo que su novela.

Seis meses atrás, incluso siete, el tiempo se le escurria de las manos y ella no hacía otra cosa que desear un descanso, o que el día tuviera más horas. Pero luego de tanto tiempo, un sedentarismo crónico y varias crisis existenciales, su novela estaba casi terminada y su casa ya no tenía rincón sin limpiar. Los dias pasaban lentamente, cada uno igual al anterior, eternos desfiles monótonos y desesperantes.

Ya no sabía que hacer. 

Siendo lunes por la mañana, se encontraba acostada en el sillón con la vista fija en su computadora, más precisamente, en el cursor intermitente que la volvía loca. Desganada como estaba resopló teatralmente para correrse una parte del flequillo que caía sobre su ojo izquierdo. 

Lo único que durante todo ese tiempo la había mantenido cuerda era su novela, pero hacía dos días que no sabía como seguir. Ya ni siquiera eso podía hacer. 

En la ventana, la nieve caía con una magia silenciosa que ya no tenía sentido. El viento chiflaba enfurecido y poco a poco se fue colando bajo la puerta acompañado de un frío que en poco tiempo se adueñó del ambiente. La oscuridad invernal devoraba todo el living y, aunque eran casi las nueve de la mañana, Úrsula tenía todas las luces prendidas. 

El mal humor invadió su cuerpo y casi llegó a olvidarse de su desazón. Odiaba el invierno, el frío y todo lo que viniera con él; vestirse con mucha ropa, los gorros, las bufandas, la nieve que entorpecía todo. Simplemente lo odiaba.

Inevitablemente, sus dientes comenzaron a castañear. Se envolvió con sus brazos en un débil intento de conservar el calor y, con torpeza se levantó del sillón. Luego de mucho deliberar supo que era hora de encender el calefactor y, muy a su pesar, muy pocas veces había podido hacerlo. 

Genaro siempre había podido. 

Armandose de valor y, luego de una mezcla entre patadas y gritos de frustración, comenzó a funcionar. Presa de la emoción soltó un chillido de alegría. 

Simbólicamente, se había desprendido de Genaro por completo. 

Un sutíl golpe a su puerta llamó su atención. Sorprendida esperó a que la puerta volviera a sonar y al no hacerlo,  creyó que había oído mal. Sin darle mucha importancia, fue a prepararse un café. 

La puerta volvió a sonar con un inconfundible golpeteo que la llenó de entusiasmo. Al abrir, su mejor amiga, la miraba con ojos penetrantes bajo una fina capa de nieve que, de ser en otras circunstancias, le hubiera parecido chistoso. 

Teodora, su mejor amiga, tiritaba sutilmente. Su piel normalmente canela, estaba pálida gracias al tempestuoso invierno que a rodeaba. Sus mechones oscuros bailaban desenfrenados ante un viento que no les daba tregua. Su cara estaba casi del todo tapada por la bufanda y el gorro, sólo se podían ver sus ojos cargados de una determinación que Úrsula conocía muy bien.

Sabía a qué había ido. Sabía que no era una visita social y, aunque no lo hubiera sabido, los ojos de Teodora le decían todo lo que debía saber. 

Entre temerosa y divertida intento esbozar una sonrisa de sorpresa, como si su amiga no supiera que la había estado evitando. 

-¿Por qué no contestas mis mensajes?- espetó con la mirada endurecida.

La sonrisa fingida de Úrsula se desvaneció. Tenía varios motivos para aislarse de ese mundo tan hostil que se encontraba cruzando la puerta, pero ella no tenía por qué saberlos. 

-¿Queres pasar?- preguntó eludiendo ese tajante intento de saludo.- Hace frío afuera.- Comentó sin entender la obviedad.

Teodora, orgullosa como era, entró a la casa, con el mentón bien en alto, para que Úrsula notara su enfado sin necesidad de intercambiar palabras. Además necesitaba sentarse, su voluminoso vientre de embarazada hacía que le doliera la espalda y, si el doctor, se enteraba que había pasado por alto no sólo el reposo sino también el petitorio de no caminar grandes distancias, la tendría en el hospital hasta que el niño naciera.

Una vez sentada, luego de recuperar el aliento y entrae en calor, volvió a atacar. 

-¿Por qué no me contestabas?-aunque ya no se notaba enfado en su voz, si preocupación. 

Úrsula odiaba ese tono de madre preocupada.

-Porque estaba ocupada.- Mintió. Se encogió de hombros con rapidez, como restandole importancia a la situación.

-¿Ocupada en qué? No estas trabajando en ningún lado, ni siquiera presentaste la novela en la editorial.- Comentó Teodora intentando no sonar hiriente. Úrsula se le sentó al lado y, sin decir nada, centró toda su atención en su vientre y en su futuro ahijado. 

-Ya lo estoy por terminar si eso es lo que te preocupa.- Escupió a regañadientes. Aunque le molestaba que fuera a su casa a regañarla, le besó la panza.- ¿Café o Té?- Preguntó ya sabiendo la respuesta.

Caminó en silencio hasta la cocina y preparó dos tazas de té de rosas, el favorito de ambas, ideal para combatir el frío que las invadía. Era una pequeña tradición que se había instalado con el correr de los años casi sin que se dieran cuenta. 

Con miradas discretas, Úrsula analizaba a su amiga que, incluso luego de catorce años, tenía la misma expresión  cuando se traia algo entre manos y no sabía como confesarlo.




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