¡estamos en Vivo!

Capítulo dos.

Capitulo Diez.

Como todas las noches, Úrsula se desvelaba frente a la computadora.

Con sus anteojos de descanso puestos, fijaba la vista desde hacía horas. Atascada en un capítulo inconcluso, buscaba la forma de acabar el capítulo número diez de una nueva novela que aún no encontraba el rumbo. Cerraba los ojos intentando imaginarse en una situación similar y, pese a que probaba de una u otra manera seguía cayendo en un pozo de desesperación y frustración intensas.

Envuelta en una manta de peluche azul, resoplaba cada dos por tres para correrse el flequillo crecido que le caía sobre el rostro y le dificultaba la visión que ya estaba lo nublada lo suficiente a causa del cansancio, y tomó nota mental de que debía cortárselo cuanto antes. Un rodete mal hecho coronaba su cabeza a la vez que una lapicera violeta lo atravesaba para evitar que el poco pelo que aún permanecía sujeto, no le cayera en cascada sobre su somnoliento rostro.

En el living, a oscuras, Úrsula en medio de una gran frustración buscaba la palabra correcta que encajara con lo que estaba queriendo decir. Estaba estancada en el mismo capítulo desde hacía unas cuantas semanas y una sensación de fracaso comenzaba a florecer de lo profundo de su pecho.

El cursor que acompañaba a la última palabra que hacía semanas no cambiaba, titilaba acusatoriamente, como si la provocara, como si le exigiera una inspiración ausente. Sus dedos vibraban ansiosos, atraídos por aquellas teclas grises que tanto conocían.

La única luz constante era de la computadora. Le ofrecía a la habitación un conjunto de tonalidades azules vibrantes y se complementaba con los amarillentos del pequeño velador al costado del sillón. Un silencio inquietante, para nada colaborador, llenaba todo el espacio nocturno de su living y aplastaba su pensante cerebro.

Sin despegar la vista del cursor titilante mordisqueaba su uña pulgar e intentaba enfilar palabras suficientes para formar una oración.

Una oración. Al menos una oración. Sería suficiente progreso. Podría irse a dormir tranquila sabiendo que, por lo menos, el capitulo número diez, tenía una nueva forma de acabar, un mínimo y mediocre avance.

Como su rutina la indicaba, leyó y releyó el capítulo, y seguía sin encontrar una forma de continuarlo, era demasiado corto como para darle un final tan prematuro. Era consciente de que cada novela tenía un proceso de creación y avance particular y correspondiente a cada escritor, pero su proceso se estaba demorando demasiado y su fecha límite se acercaba a una velocidad vertiginosa e impresionante. Su frustración iba en aumento y su inspiración decrecía.

Cuarzo, su siamesa, con gracia y sutileza saltó al sillón sin hacer ruido y se sentó a su lado. Cortaba el silencio con su acompasado ronroneo y la contagiaba con su tranquilidad nocturna. Casi sin pensarlo, despegó su mano derecha del teclado y la apoyó sobre su aterciopelado lomo y, siguiendo el compás de su respiración la acariciaba con la dulzura que se merecía. El pequeño animal se arqueó en aceptación a sus caricias y le regaló un maullido sutil que le arrancó una sonrisa. Luego de su esporádica sesión de caricias, Cuarzo saltó del sillón y se perdió en la oscuridad del pasillo.

Oscuridad. Úrsula fijo la vista en aquel pasillo oscuro y profundo que tenía en frente. Se dio cuenta que no solo estaba oscura su casa, su pasillo en el que Cuarzo fue desapareciendo poco a poco. Pero no pudo interpretar lo que sentía.

Intentando ahuyentar pensamientos deprimentes y ya, suficientemente resignada a que, al igual que todas las noches, no iba a poder avanzar, dejó escapar un suspiro de frustración cerró la computadora, y la apoyó sobre su mesita ratona para finalmente echarle una última mirada de enfado, como si de alguna forma, ella fuera la causante de su falta de inspiración progresiva.

Dispuesta a tomar unas largas horas de sueño comenzó a desperezarse, cerró los ojos y dejó que esa sensación de placer y tranquilidad recorriera todo su cuerpo, desde la punta de los dedos de sus pies, iba subiendo vértebra por vértebra y llegó hasta su cabeza, acabó con un bostezo prolongado.

Un chirrido estridente la tomó por sorpresa alejándola, una vez más, de aquel tan buscado descanso devolviéndola a su estado normal de alerta. Fijó la vista en los números celestes de su despertador en un mueble modular acomodado en la puerta de su habitación y se dio cuenta de que teóricamente, ya era su hora de levantarse. Suspiró. Una vez más se había desvelado, otra noche más que desperdiciaba en ese estúpido capítulo inconcluso. Apagó el despertador de incesantes y retumbantes pitidos que se estrellaban en sus oídos como misiles a toda velocidad.

Arrastrando los pies tan pesados como su cansancio, fue hasta el baño y prendió la luz iluminando una muy fea imagen de sí misma en el espejo.

Una Úrsula medio dormida y desaliñada le devolvía la mirada en el espejo. Su cabello, sucio, aún se mantenía recogido en un malogrado rodete pero varios mechones ya caían sobre sus hombros descubiertos como acariciándolos, sus ojos, de un profundo color azul, estaban decorados con unas ojeras grandes y extensas, el único testimonio de aquellas noches en las que se desvelaba atormentándose buscando un final para el ya despreciado capítulo diez.




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