¡estamos en Vivo!

Capítulo cuatro.

Nuevos comienzos.

-Me despidieron…- Úrsula, con lágrimas en los ojos y una desesperación creciente, caminaba por las calles de la ciudad sin saber hacia dónde. Su bolso color crema, anteriormente vacío, estaba lleno con las pocas cosas que tenía en el canal.

El que la hubieran despedido le dolía, pese a la gran suma de dinero que le habían depositado en su única cuenta bancaria, el hecho de no poder trabajar, la hacía sentir inútil. Sabía que podía denunciarlos por haber roto el contrato y haberla suplantado, es decir, que fue premeditado. Le hería el orgullo el haber visto a esa mujer, un poco más grande que ella, con un mejor cuerpo, vestida con ropa apropiada para un programa de periodismo.

Ante aquella nueva evidencia, se dio cuenta de que la habían estado torturando gratuitamente para hacerla renunciar, en ese momento entendió por qué recibía tan mal trato. De alguna forma, le hacían un favor, ya no toleraba el mal trato de Basma, ni la histeria desmedida de Lucrecia y el hecho del despido le daba una oportunidad para ampliar sus horizontes.

Respiró hondo, ya estaba llegando a la puerta de su casa, buscó en su bolso las llaves. Ya el tintineo no se oía, estaba tan atiborrado de cosas que el juego de llaves había quedado aplastado al fondo de la pequeña cartera. Tardó en encontrarlas entre tantas cosas, era una mezcla entre una autodecepción y su prisa por entrar al ver que la lluvia cada vez más cercana. Frustrada, se sentó en el escalón de la entrada y vació el pequeño bolso en el suelo y comenzó a buscar.

Una vez que logró entrar, lanzó el bolso sobre el sillón, y por primera vez en mucho tiempo se sintió tranquila, no debía administrar su tiempo para volver a su trabajo. Por eso, sin pensarlo, corrió y de un salto se metió en su cama con colchón nuevo. Despues de todo, podía considerar el despido como unas vacaciones… Vacaciones indeterminadas.

Y durmió.

Durmió como hacía mucho tiempo no. Cubierta por un par de mantones pesados con almohadas infladas de plumas y una oscuridad acogedora, un clima dado para el primer descanso en mucho tiempo.

Tiempo, hace cuanto no se permitía perder el tiempo de esa forma tan infantil que de pequeña detestaba. Todos sus planes se habían visto cancelados ante aquella nueva situación, todas las entrevistas y paquetes que debía recoger ya no eran su responsabilidad, nunca lo habían sido, pero así lo había sentido desde el momento en que le habían notificado su ascenso, pero esa mañana, todo había cambiado y aquel hilo que tiraba de ella hacia sus obligaciones se había roto y con el cayeron todos sus planes.

En su habitación a oscuras, en su cama de dos plazas y media, su cuerpo se volvía agua y su mente, poco a poco comenzaba a apagarse, poco a poco, después de varios meses, su cerebro no trabajaba a diez mil revoluciones por minuto, ya no tenía que hacer malabares con su tiempo. Su tiempo dependía de ella y solo de ella.

Tales pensamientos la llenaron de paz y la tiraban de ella hacia un sueño profundo al que ya no temía entregarse.

Cuando se despertó no supo diferenciar si era de noche o era de día. Su celular yacía apagado sobre la mesa del comedor y el reloj despertador, con sus números celestes titilantes, no tenía ningún motivo para sonar. El cabello le caía en cascada sobre su cara, un poco enredado en las gigantescas almohadas de plumas y Úrsula se lo corrió con movimientos torpes y perezosos, quiso acomodarse para seguir durmiendo mirando hacia el lado opuesto, pero al momento de moverse, sintió el leve peso de Cuarzo, su siamesa, que dormía plácidamente sobre ella. Resignada se acomodó como pudo. Poco a poco comenzó a sentir como su cuerpo se abandonaba nuevamente al sopor y una vez más, se durmió.

Volvió a despertar ya cuando entraba la noche, su gata se desperezaba a su lado prácticamente igual de dormida que ella. Se desperezó y se acomodó el cabello. Con cuidado corrió las mantas que hacía un instante habían sido su refugio y se levantó. Su despertador marcaba las nueve de la noche, un silencio sepulcral llenaba los espacios vacios de la casa a oscuras y otra vez se encontraba en la misma situación que la noche anterior.

Sin dejarse perturbar fue prendiendo una a una todas las luces de la casa, prendió la computadora y puso música. Juntó toda la ropa del sillón y la dejó sobre su cama, corrió las cortinas, abrió las ventanas como hacía mucho tiempo no hacía y pese a ser de noche y ya haber oscurecido, pese a que llovía y casi siempre solía deprimirle la lluvia, esa vez, la llenó de paz, la casa se iluminó con la luz de una luna oculta. El olor a humedad, a verano, a tierra mojada entró por su nariz y llenó sus pulmones de una energía benigna. Con una sonrisa sincera se dio media vuelta y comenzó a ordenar su hogar al que había descuidado demasiado el último tiempo, entre insomnios y jornadas de trabajo interminables olvidaba mantener el orden de su amadísima casa.

Con la música al máximo fue a la cocina entre pasos de baile improvisados y descoordinados. Una canción le seguía a la otra, melodías dulces que la llenaban de amor, algunas otras estridentes y chirriantes que le hacían vibrar hasta los dientes, todos los géneros musicales escapaban de los discretos parlantes de la computadora sin ningún patrón estipulado; tangos, salsas, heavy metal, y otros estilos que ella no recordaba tener pero que la llenaban de una melancolía amistosa y rememoraba sensaciones viejas con la mirada cariñosa con la que solo se mira el pasado.




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