¡estamos en Vivo!

Capítulo cinco.

Recuerdos.

Clarisse cerró los ojos y una aglomeración de imágenes se sucedían unas tras otras bajo sus parpados a oscuras, un grito se le estancó en la garganta y lagrimas tibias empaparon sus mejillas enrojecidas por el pánico y el dolor. Asustada recordó lo que la había llevado a aquel lugar tan acromático.

Se vio a ella misma con un vestido lila ajustado, zapatos de tacón absolutamente incómodos y un maquillaje espantoso que le hacía picar la piel. Sentía su corazón al borde del estallido, estaba nerviosa, era la primera vez que la invitaban a una fiesta así. La casa, parecía un castillo, y la música le retumbaba en los oídos como nunca antes, su pecho subía y bajaba en una cadencia nerviosa que la hacía marearse.

Con un suspiro tranquilizador, avanzó hacia la puerta, intentaba caminar normal, pero era la primera vez que usaba tacones tan altos y tan inestables. Tocó el timbre, pero supuso que, con la música tan alta, no se iba a escuchar su tocar, así es que decidió entrar por su cuenta. Como pasaba en las películas, aquella casa-castillo, estaba llena de gente que estimaba que eran de su edad, chicas no tan arregladas como ella, la rebajaron con desdén y murmuraban entre ellas, ocultó sus mejillas avergonzadas con un falso gesto de autoestima y siguió adelante como si no las hubiese visto, o como si no le importara.

La casa era hermosa, las paredes pintadas de un marrón chocolate que le agregaba un toque de sofisticación sombría, y unas lámparas muy altas sobre su cabeza ambientaban todo con luz cálida. Había retratos de quien suponía era la familia dueña de la casa, con sonrisas ensayadas que demostraban su autosuficiencia. Había chicos sentados en las escaleras que tenían un destino desconocido, se besaban y manoseaban sin pudor alguno, como si nadie los estuviera viendo, algunos chicos intentaban subir, pero se les dificultaba con el nivel de alcohol que Clarisse podía suponer.

Siguió avanzando entre los cuerpos amontonados en busca de algún rostro conocido, de otro modo, tomaría su emperifollado trasero y se iría de allí. Cuanto más rápido mejor. No estaba cómoda vestida de esa forma, no era ella misma, pero eso no importaba, después de todo, era la primera vez que alguien pensaba en ella, que la invitaban a una cosa así, que alguien la tenía en cuenta. Eso no importaba, no importaba quien era ella, no importaban sus gustos, no importaba nada, lo único que realmente le importaba era tener algún amigo con el cual interactuar, eso era lo único que valía.

Después de mucho buscar, al fin encontró a Esteban, el chico que la había invitado, del que había estado enamorada toda la secundaria, ese rostro que se sabía de memoria. Ella le sonrió con toda su dentadura, incluso con su colmillo sobresaliente que siempre intentaba ocultar, y sorpresivamente, él le devolvió la sonrisa con esos dientes perfectamente blancos que tanto la hacían delirar, levantó un vaso en su honor y ella pudo sentir como su corazón latía frenético.

Se acercó a él con una seguridad fingida y una sonrisa ensayada; ni mucho diente, ni mucho labio, la perfecta combinación entre ambos. Los tacos ya no le dolían, y el vestido ya no la asfixiaba, ya no sentía el maquillaje arder en su rostro, lo único que sentía era su corazón latir desbocado en su pecho.

Esteban se acercó y la tomó de la cintura en un gesto demasiado íntimo como para ser la primera vez que interactuaban, le susurró algo que Clarisse no llegó a entender, estaba más concentrada en el olor a alcohol de su aliento que activó todas las alarmas de su organismo, pero ella las pasó por alto, era solo el nerviosismo de la noche. La primera noche que pasaba con el chico de sus sueños.

El le ofreció un trago, ella se negó con una sonrisa modesta. Esteban insistió y ella cedió. Tomó un vaso tras otro, luego pasaron las pastillas, él le ofreció una para que experimentara y ella se negó, pero él insistió y ella, una vez más, accedió, y tomó una, y después otra. Y de pronto, todo le daba vueltas y Esteban se reía con sus amigos. La llevaron fuera de la casa, al patio trasero y una de las amigas la empujó con suavidad, pero eso bastó para que ella cayera de rodillas con brusquedad. Gimió con dolor, pero estaba demasiado intoxicada como para decir cualquier cosa, solo un gimoteo débil.

Esteban la levantó con dureza y la llevaron al sótano de la casa, Clarisse, solo sentía el frío y un dolor punzante en las rodillas sangrantes y embarradas. La tiraron por las escaleras, cayó rodando a una velocidad vertiginosa, comenzó a sentir como su cabeza dolía, y una gota caliente comenzaba a abrirse camino por su frente, su brazo, estaba doblado en una dirección antinatural y le dolía muchísimo, acompañando aquel dolor infernal, venían las fuertes risotadas de sus compañeros y sus lagrimas tibias teñidas de un maquillaje antes perfecto.

De pronto sintió fuertes dolores en la espalda y, al abrir los ojos vio a una de sus compañeras pateándola ferozmente, ella intentó defenderse pero otra de sus compañeras pateaba su cabeza con brutalidad, y luego el estómago, ella gritaba, se ahogó con la sangre de sus dientes, no podía hablar, sabía que era inútil rogar, Esteban miraba con la mirada perdida, estaba demasiado ebrio como para cualquier cosa.




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