¡estamos en Vivo!

Capítulo seis.

Sorpresas.

Úrsula cerró la computadora sintiéndose realizada con ella misma después de tres meses por fin había terminado el capitulo frustrante del que no podía escapar. Le alegraba pensar que ya al otro día podría enviarle el manuscrito a su editor y ya comenzar la segunda parte.

Con una sonrisa de oreja a oreja miró a Genaro que la miraba levantando la vista de su aún humeante taza de té. Había mejorado su aspecto, se veía mucho mejor, sus rulos comenzaban a tomar forma y su ropa ya casi estaba seca. Pese a que sus mejillas seguían coloradas, ya no era por frío, era por el calor que comenzaba a templar su espíritu. Estaba descalzo y sus pálidos pies asomaban tímidamente bajo sus piernas. Portaba una sonrisa enigmática que, aunque conocía bien, aún le intrigaba.

Tomó la taza de té que le pertenecía a Úrsula y sin hablar, se le acercó hasta el sillón. Ella le agradeció con timidez y le dio un gran sorbo, pronto sintió como todo su cuerpo entraba en calor, la infusión bajaba por su garganta y se acomodaba en su estómago. Respiró hondo y todo aquel vapor saborizado, perfumó cada una de sus ideas con una dulce fragancia a manzana y jazmín que siempre le había gustado. Cerró los ojos dejándose cautivar por ese universo de sabores y fragancias, y tomó otro sorbo, al abrirlos, pudo ver por el rabillo del ojo que Genaro la miraba con esos ojos turquesa que parecían penetrar hasta lo más profundo de su alma.

Sabía que si le preguntaba la razón de que la mirara, el no respondería, se pondría nervioso y el resto de la noche se basaría en una interacción penosa y frustrante. Por eso fingió simplemente que no lo notaba y siguió tomando su té. Una vez más, cerró los ojos para serenar su nerviosismo y respiró profundo y pausado, pero la proximidad de Genaro no permitía que se tranquilizara. Con manos temblorosas, dejó la taza sobre la mesa, a un lado de la computadora y con un saltito exagerado, se levantó del sillón. Él también se levantó.

-Voy al baño- le dijo disimulando su nerviosismo con una sonrisa ensayada. Genaro dudó, pero se hizo a un lado para dejarla pasar.

Úrsula cerró la puerta con cuidado y se sentó en el suelo con la espalda apoyada sobre la pared y se concentró en serenar sus pensamientos. Abrazó sus piernas y, con los ojos cerrados, apoyó la cabeza sobre sus rodillas. Sabía que Genaro no le había creído así que debía inventar una excusa que seguramente tampoco se creería. Inhalaba y exhalaba por la boca ruidosamente, cada vez que expulsaba el aire por su boca, lo hacía en forma de S, tal y como le habían enseñado en teatro hacía ya muchos años atrás.

Levantó la cabeza y abrió los ojos, intentó concentrarse en algo que la distrajera de sus desbocados pensamientos y, de pronto, el piso de cerámico blanco se convirtió en algo mucho más interesante que afrontar sus problemas fuera de esas cuatro paredes. Acarició el piso hasta serenarse. Una vez que su mente estuvo ordenada se levantó y se enfrentó a su reflejo. Una Úrsula despeinada, pero de aspecto amable le devolvió la mirada y le infundió ánimos. Se acomodó un poco la melena, respiró hondo y salió del baño.

  1. fuerte aroma a verduras a la plancha le entró por la nariz y le hacía agua la boca. Asomó la cabeza por el pasillo y vio a su corpulento amigo yendo de un lado para el otro de la cocina cortando y salteando verduras. Le causó demasiada ternura y se le escapó una sonrisa genuina. En silencio, se acercó a la barra y se sentó en una de las butacas altas.

Con una sonrisa sincera, observaba al muchacho disfrutando inmerso en su mundo privado, la cocina siempre había sido su pasión y cuando cocinaba para ella, eran los únicos momentos en que podía disfrutar de su talento.

-¿Qué miras?- preguntó Genaro con mejillas sonrojadas y mirada esquiva. A diferencia de ella, no dudaba en preguntar si algo le incomodaba. Úrsula sonrió, pero no contestó.

-¿Qué vamos a comer?- preguntó estirando el cuello, como si de alguna forma pudiera ver a través de él. Genaro se hizo a un lado para mostrar dos platos perfectamente armados y dos copas de vino tinto que los decoraban con elegancia, parecía estar todo ensayado, hecho para ese momento. Con una sonrisa orgullosa le acercó aquel plato convertido en arte. Ella estaba dispuesta a comer, pero él le quitó el plato y la mandó a lavarse los platos.

Cuando Úrsula volvió, con las manos limpias, se sentó frente a su amigo que la esperaba con la mirada iluminada. Comieron en un silencio cómodo, los dos tenían mucha hambre y lo que menos les importaba era llenar aquel silencio con palabras vacías.

El plato era sencillo, verduras salteadas con pollo, salsa de soja y semillas de sésamo y amapola. Zanahorias, berenjenas, zapallitos verdes, pollo cortado en cubos perfectos… un conjunto de sabores que explotaban en su boca y que generaban ganas de seguir comiendo, el vino maximizaba a cada uno y los volvía únicos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.