Malos recuerdos.
Todo comenzó con la gata. Todo por Cuarzo. Se había atragantado con un anillo suyo, Úrsula le pedía constantemente que no los dejara en cualquier lugar porque la gata, al ser chiquita, no discernía qué comer y qué no. Ellos llegaban de festejar su tercer aniversario, abrieron la puerta entre risas y comentarios risueños y obscenos, la encontraron en el sillón intentando expulsar el objeto extraño. Él le intentaba explicar que no era nada, pero Úrsula ya había comenzado a entrar en pánico. Con su vestido azul de noche, tomó al pequeño animal, lo envolvió en su refinado saco de peluche y corrió al veterinario.
Después de cinco horas de intensa espera, Cuarzo salió de cirugía y con ella, en una bolsa hermética, dos anillos plateados que Úrsula reconoció al instante. Genaro supo que estaba en problemas, pero nunca se imagino hasta que punto, una mujer puede amar a su mascota o hasta qué punto, las palabras impertinentes de un hombre pueden dañar el corazón de una mujer enamorada.
Lo que siguió luego, él lo pudo ir suponiendo de camino a la casa de Úrsula. Ella no habló en todo el recorrido, estaba más concentrada en cobijar a su pequeña y amada Cuarzo. Pero al llegar, luego de recostar a su gata en su almohadón, comenzó el griterío. Ella que le exigía más cuidado y él que le gritaba sin razón. Después de muchos gritos, Genaro la hizo elegir entre él o el felino.
-¡¿Te das cuenta de la idiotez que me estas planteando?!- Úrsula estalló en gritos.
- Deja de gritarme- decía él intentando no perder la calma. Pedirle calma fue como echar combustible al incendio incipiente.
-¿Te molesta?- comenzó a gritar cada vez más alto- ¡¿te molesta que grite?!
- ¡Basta Úrsula!- finalmente el muchacho perdió la compostura, ella había logrado lo que quería. – Histérica insoportable.
Llevada por una furia incontenible, comenzó a empujarlo con fuerza hasta la puerta, le ordenaba que se fuera, estaba herida, estaba furiosa, no quería verlo. Y sus deseos se cumplieron, Genaro tomó su campera, su bolso y se fue.
Durante un mes, Úrsula no supo nada de él, lo llamaba y no respondía, no volvió a la casa a buscar su ropa y si lo había hecho, ella no había estado, tampoco sus amigos sabían dónde estaba, ella les preguntaba y ellos, si lo sabían lo ocultaban. Estaba enojada y preocupada en partes iguales, quería que ambos se sentaran a hablar y si terminaban, al menos hablarían. Todas las noches se quedaba esperando a que él llegara para que, si el llegaba, no podría escaparse. Todas las noches durante un mes.
Genaro nunca apareció.
Cuando ese primer mes llegó a su fin, Úrsula siguió con su vida como si él fuera sólo un recuerdo. Un dolor insoportable asfixiaba su corazón y amenazaba con exprimir hasta la más pequeña alegría que pudiera obtener. Aún así, ella seguía adelante, intentaba suprimir todo dolor o recuerdo que la hiriera y así, avanzaba en una pendiente escarpada convertida en una autómata.
Un día de sol, en el que ella no se sentía tan mal, en el que decidió consentirse un poco y salir a almorzar en un entretiempo del canal, se encontró con Genaro y el corazón le dio un vuelco. Parecía feliz con aquella pelirroja curvilínea y una explosión interna destruyó todo. Sin pensarlo, decidió entrar y confrontar a quien en algún momento pensó el amor de su vida.
Recordó.
Recordó tantas cosas, recordó las noches que pasaron juntos, todos aquellos momentos especiales, recordó todas las promesas que se habían hecho, todos sus planes a futuro y todo eso, esa cantidad de recuerdos acumulados que comenzaron a pudrirse y llenarla de un odio tan cegador que ya no llegaba a reconocerse.
Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, su pecho subía y bajaba con una cadencia histérica, no le importaba humillarse frente a esa bella mujer que no conocía, o tal vez si, ya todo le daba lo mismo, nada tendría sentido si no lograba hacerlo sufrir como ella sufría.
Entró al restaurante y lo confirmó. Pudo ver en sus ojos el desagrado que sentía al verla, lo pudo sentir. Sin poder soportarlo, se dio vuelta para enfrentarse a la compañera de su ex pareja, una pelirroja, demasiado delgada para su gusto, pero con las curvas en los lugares adecuados, ojos tan turquesas como los de él y pecas que adornaban su rostro volviéndola adorable. Su mundo se vino abajo, comenzó a sentir como sus ojos se anegaban de lágrimas y lo único que atinó a hacer, fue mirarlo. Sabía que, si él veía el daño que había provocado en ella, se arrepentiría, o al menos, la culpa lo perseguiría durante un tiempo.
Desanimada ante su fracaso, dejó que una lágrima rodara por su mejilla y luego de eso, se fue.
No miró atrás.