Cerrando ciclos.
La noche transcurrió rápido. Úrsula se despertó en su cama y en ropa interior. Con una rapidez sorprendente, todas sus alarmas se dispararon juntas, el rubor comenzó a subirle rápidamente por su cuello hasta sus mejillas y tiró de las mantas para que cubrieran todo su cuerpo desnudo y vulnerable. Recordaba que se habían besado, recordaba no haber tomado mucho, pero no recordaba ni encontraba explicación para estar semidesnuda envuelta en aquellas calurosas mantas.
Supuso que Genaro ya se había ido la noche anterior, pero un intenso olor a desayuno le confirmó lo contrario, distintas fragancias se complementaban y creaban en su estómago unos fuertes rugidos suplicantes. Café, naranja, tostadas, panqueques, todo eso podía imaginar y, por el buen humor que suponía que debía tener el muchacho, habría aún más cosas.
Tomo conciencia de que de verdad tenía hambre, mucho más de lo que había supuesto. Creyó que después de todo lo que había comido la noche anterior, le alcanzaría y así, podría evitar el desayuno, pero no, su estómago rugía demandante, necesitaba comer algo, pero no se animaba a levantarse.
Pensaba en eso y en la cantidad de posibilidades vergonzosas a las que podía arriesgarse si decidía salir de su cama convertida en refugio, cuando Genaro apareció en el umbral de la puerta de su cuarto cargando una bandeja turquesa que ella no recordaba tener, dentro de ella, un desayuno de reyes esperaba para ser devorado por ellos. El muchacho esperaba en la puerta que ella lo dejara pasar, parecía un niño se notaba la ansiedad en su postura, en sus ojos y mejillas, en como pasaba el peso de su cuerpo de una pierna a otra, en como soplaba los molestos bucles que caían sobre su cara.
Sus ojos eran lo único que no demostraba inquietud, estaban fijos en ella y la analizaban, buscaban en ella alguna señal.
-Estoy semidesnuda.- confesó mientras el rubor se instalaba en sus mejillas. - ¿Por qué?
Genaro sonrió con dulzura, según veía ella, no le causaba tanto pudor como había esperado. Sonrió de tal forma que unos hoyuelos desconocidos aparecieron en sus mejillas coloradas. Tomando su pregunta a modo de invitación, avanzó con cautela hacia la cama y se sentó a su lado. No se tapó, creyó que sería un poco invasiva así que se sentó sobre el montón de mantas desordenadas.
Intentando no derramar el contenido de las tazas y vasos, apoyó la bandeja de madera en un especio liso que creo entre ambos y así, Úrsula pudo ver el verdadero contenido de su desayuno. Un vaso de jugo de frutas, una taza de cappuccino casero con un decorado de crema y chocolate rallado, tostadas con manteca y unos pastelitos de apariencia casera. Toda aquella comida representaba una obra de arte y soltaba fragancias exquisitas.
Levantó la vista y se encontró con la de él, con aquellos ojos celestes que penetraban hasta su último y más secreto pensamiento. Un rubor en sus mejillas le hizo bajar la mirada, detestaba que Genaro la hiciera sentir nuevamente una adolescente.
Al bajar la vista, una cortina de cabello cubrió su rostro, evitando que el muchacho pudiera darse cuenta de lo mucho que le provocaba en ella su presencia. Lo sentía tan cerca, lo sentía vibrar a su lado, pero a su vez, sentía su propio corazón palpitar bajo sus oídos y un impulso más fuerte que ella hizo que levantara su brazo y que, con su mano, acariciara su barbilla, sintiendo la aspereza de su incipiente barba rubia. Dejó escapar un suspiro al encontrarse con los ojos del joven.
Genaro la imitó, acarició sus cálidas mejillas coloradas de tanto dormir. Cedieron al impulso de besarse, de unir sus labios suplicantes de amor.
Úrsula fue la primera en apartarse.
-Lo lamento- susurró y se alejó de él intentando concentrarse en desayunar. Ya había olvidado su pudor por encontrarse ante él en ropa interior.- No… deberíamos hacer esto.– murmuró, luego tomó un sorbo de jugo. Un conjunto de sabores explotó en sus labios y le subió el ánimo.
Tomó una tostada y le untó mermelada, mientras la probaba, podía sentir la mirada de Genaro y una incomodidad incipiente comenzó a llenar su cuerpo. No entendía por qué se sentía así, tal vez por el hecho de estar en ropa interior delante suyo o por el beso de la noche anterior que había revolucionado todos sus sentidos, ya no entendía nada, no entendía ni sus propios pensamientos y mucho menos sus sentimientos confusos. Quería que se fuera, pero también quería que se quedara y que todo volviera a ser como antes.
Habían pasado ya tres años desde aquel fatídico día en que Úrsula se encontró con Genaro y su compañera de quien nunca supo el nombre, pero aún así, recordaba cada detalle de ese momento, cada lágrima tibia que corría por sus mejillas maquilladas, cada punzada en el pecho cuando respiraba profundo para calmarse, recordaba incluso como la vista se le nublaba a causa de las lágrimas teñidas de mascara para pestañas. Pero en ese momento, pese a tener bien grabados aquellos sentimientos tan dolorosos, pese a tener aún algunas heridas sin cicatrizar, pese a todo, aún estaba dispuesta a perdonarlo, aún lo amaba, su comportamiento lo demostraba, la delataba.