¡estamos en Vivo!

Capítulo nueve.

Destino.

Sentada en el sillón, con la computadora en el regazo y un almuerzo improvisado en proceso, Úrsula envió a su editor el manuscrito y sus progresos, había escrito tanto que demoró un momento en enviarse, pero ella no se despegó de su máquina hasta que estuvo totalmente segura de que la operación había sido exitosa.

Luego de Genaro y todo su drama partieran, el ambiente había quedado demasiado tenso, cualquiera que entrara en aquella casa lo notaría, ella intentaba ignorarlo, pese a la lluvia de la noche anterior, afuera el día sonreía, así es que, Úrsula le sonrió también y decidió ignorar las malas vibras. Abrió las ventanas, prendió el estéreo y almorzó en medio de todo el estruendo. Lavó todo lo que estaba sucio, lo que ensució ella y lo que usó Genaro. Fue así como finalmente le dio un cierre a toda la situación, todas aquellas impurezas que estaban intoxicando su vida, se fuera de la misma forma en la que se iban los restos de la suciedad por el desagüe.

Y así llegó la tarde y Úrsula, aburrida, decidió salir a pasear. Tomó su campera, su adorado bolso, se acomodó el cabello frente al espejo de la puerta, se sonrió y salió jugueteando con las llaves entre sus delicados dedos.

El mundo fuera de su casa le resultó encantador, un sol radiante templaba el ambiente y se enredó en sus rizos desordenados. Se le escapó una sutil carcajada que le fue imposible contener, lo tomó como un buen presagio, sentir el viento sobre el rostro siempre le había parecido una buena señal. Respiró profundo con grandes bocanadas de aire fresco que no hacían más que elevar sus expectativas respecto a ese día. Aferró sus manos a la correa de su bolso y comenzó a caminar hacia ningún lado en particular.

Comenzó a vagar por una ciudad soleada y radiante parecida a los videoclip de la televisión. Se sentía una estrella de rock o la actriz principal de una película cliché.

Después de mucho andar por callejones y callejuelas escondidas, llegó a una librería de apariencia antigua y un poco misteriosa. Algo en su pecho comenzó a agitarse como un aleteo, como si ese lugar la llamara. Con una sonrisa nerviosa, entró a aquel lugar mágicamente desconocido. Tomó el picaporte demasiado corroído por la herrumbre y empujó una puerta tan antigua que no entendía como seguía de pie. La campanilla apenas sonó pero Úrsula no lo notó, estaba encantada, era un lugar hermoso, un poco oscuro, pero como aficionada a la lectura, pudo notar su sutil belleza.

A simple vista, se admiraban pilas y pilas de libros gastados de todos los tamaños, eran tantos que prácticamente ocultaban las grandes repisas de abedul barnizado y llenas de polvo. No sabía que sección inspeccionar primero, su sueño estaba cumplido. Guiada por la fascinación, comenzó por la sección de ficción, estaba a punto de tomar un ejemplar tan lleno de polvo que cubría su tapa por completo, cuando una pequeña anciana apareció de la nada y le dio un gran susto. Gritó y su pulso se aceleró, pero al ver a esa canosa y pequeña mujer, notó que no podría ser una gran amenaza.

-Lo lamento.-murmuró Úrsula una vez que sus pulsaciones volvieron a un ritmo normal. –No quise hacer tanto escándalo.

-No te preocupes, querida- la anciana sonrió y a la joven le sorprendió ver aquella dentadura tan blanca y, para la edad que aparentaba, tan entera. Le pareció hermosa, un encanto sutil, dulce. –No quise asustarte. Es solo que… es extraño recibir visitas ¿entiendes?

-Es la primera vez que noto este lugar, es muy hermoso.- Confesó sonriendo.- Soy Úrsula Smith.- se presentó agitando la palma de la mano como una niña. Se sentía una niña.

Notó que poco importaba quien fuera o como se llamara. Se arrepintió al instante de haberlo hecho, nadie entraba en un local y se presentaba con su nombre y apellido ante el encargado del lugar. Un rubor achacoso comenzó a subir por su garganta y se instaló velozmente en sus mejillas. La señora sonrió con ternura y, para ella fue un alivio.

-Mucho gusto Úrsula. Yo soy Eva.- Y entonces, la joven, pudo ponerle un nombre a ese rostro tan simpático. - ¿Puedo ofrecerte un café?- su amabilidad no tenía fin.

-Me gustaría, si. Muchas gracias.- La timidez que sentía no la comprendía, pero tampoco sabía cómo manejarla.

Su pusilanimidad fue mutando a un asombro incipiente, al ver que Eva debajo de aquel delantal que llevaba, sacó un intercomunicador inalámbrico y comprobó la conexión, después le pidió a un tal Agni (Úrsula supuso que era algún apodo a un nombre que ella no lograba asociar) y le pidió que por favor acercara dos tazas de café, tres, si también quería.

-Recibido. Cambio y Fuera.- de aquel aparato, salió una profunda voz robotizada que a la mujer le robó una sonrisa.

-Gracias cielo.- La dulzura que se sentía en la voz de Eva delataba algún tipo de parentesco con el desconocido. La anciana se volvió hacia ella y con una sonrisa de amor le confirmó lo que ya suponía.- Mi nieto.




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