Primera cita.
Úrsula abrió la puerta y salió como si mil demonios fueran tras ella. Aquel chico había roto todos sus esquemas y eso la estaba poniendo nerviosa. Se sintió completamente ridícula al pensar en el terrible papelón que había vivido, en la terrible catástrofe que podría haber ocasionado. La organización de la librería era tan particular que una sola columna derribada podría haber llevado a la caída de todas las demás.
Estaba tan ensimismada en su casi catástrofe, que no se percató del hombre que corría en su dirección hasta que lo tuvo en frente. Era alto y amenazante, la miraba extraño, como si buscara algo que ella tenía. Estaba encapuchado, pero aún así, ella pudo ver su rostro, vio sus labios que articulaban alguna frase que ella congelada por el pánico, no escuchaba. Abría y cerraba los labios en busca de alguna palabra que la rescatara de allí, pero nada funcionaba.
El hombre tomó la correa de su bolso y comenzó a tirar en una clara muestra de quererlo, ella comenzó a tirar en sentido opuesto y a gritar en un acto instintivo de supervivencia. No estaba dispuesta a dejarlo ganar. Él le gritaba que hiciera las cosas simples, le ordenaba que se lo entregara, pero al ver que ella aún resistía, sacó un arma, pequeña, simple, pero Úrsula supo cuán mortal podía llegar a ser. Esa estrategia funcionó, ella soltó la correa como si quemara, casi instantáneamente.
-Muchas gracias, encanto.- Murmuró aquel criminal sin nombre con la punta del arma muy cerca de ella. Su aliento hedía, ella pudo distinguir la cantidad de alcohol y tabaco que habían entrado en aquellos labios resecos y demacrados. El olor la descompuso, pero el sentir sus manos en el cuello, ásperas, llenas de callos, empeoró su situación paralizándola aún más.
Un estruendoso grito detuvo al criminal. Agni salía de la librería para irse a almorzar y vio aquella escena. El hombre alejó su mano del cuello de la joven y, sin pensarlo dos veces, salió corriendo. El muchacho corrió hacia ella y se aseguró de que estuviera bien. Acarició su rostro con una dulzura indecorosa, Úrsula lo permitió, era como si no creyera en sus palabras, en sus ojos se notaba, de pronto, con una velocidad vertiginosa comenzó a correr al hombre que intentó robarle.
Ella corrió tras de él gritando que no valía la pena, pero Agni no entendía razones y, al alcanzar al delincuente, se lanzó sobre él derribándolo. Él cayó boca arriba y el muchacho se le sentó a horcajadas, le propinó un contundente golpe en la nariz haciéndola sangrar.
-Tiene un arma…- le informó Úrsula intentando levantarlo, pero él descartó el tema con un gesto vago. Entonces metió la mano en su bolsillo y se la quitó.
-¿Este arma? Es de juguete.- Comentó con aire sobrador.
-Es mía.- espetó aquel hombre sin nombre.
Úrsula se sintió demasiado estúpida, por millonésima vez en todo el día y comenzó a sonrojarse. El ladrón incluso en la situación que se encontraba, comenzó a reír.
-Devuélvele el bolso y yo te devuelvo tu juguete.- ordenó Agni agitando la pistola con una sonrisa cargada de egocentrismo.
Ella observó la escena en silencio, el ladrón de muy mala gana, lanzó el bolso a sus pies, Úrsula, pusilánime, agradeció y lo levantó. Agni se puso de pie y aquel hombre igual, pero en cuanto pudo incorporarse, el muchacho le atizó otro golpe, esta vez en el labio inferior y cayó de espaldas.
Con gallardía, Agni apoyó sutilmente la mano sobre su cintura y se la llevó lejos de allí. Sorprendentemente, Úrsula y su desmedido orgullo, se dejaron guiar por alguien muy apuesto que apenas conocían.
Nerviosa, echaba miradas discretas a su acompañante, tenía la mirada relajada, pero la mandíbula tensa, supuso que era por el dolor que seguramente debía sentir en la mano. Su cabello caía sobre sus ojos en mechones irregulares pero a él parecía no molestarle en absoluto. Se sentía en deuda con él, aunque en su bolso no hubiera cosas de gran valor, pero agradecía que se hubiera puesto en riesgo desinteresadamente.
-Lo conozco hace tiempo.- le dijo Agni como si le hubiera leído la mente.- Es un imbécil, pero no le haría daño a nadie. – Y entonces sonrió con toda su dentadura.
-¿Hay alguna forma de que te recompense?- preguntó entre tartamudeos. Aún no entendía a qué se debía su comportamiento, pero por primera vez, decidió dejarse llevar. Le intrigaba ver hacia donde iban.
-Puedes… venir conmigo a almorzar…
Úrsula bajó la cabeza sonrojada y sonrió nerviosa. Podría haber declinado la invitación, pero a veces, había alguien adentro suyo, como si fuese su parte más sentimental, la más instintiva, que respondía por ella en momentos así, que se anteponía a su parte racional. A veces eran partes contrapuestas, a veces eran complementarias.
Mientras sus dos partes debatían, de sus labios escapó un “sí, claro” tímido, casi inaudible que le arrancó una sonrisa a su gallardo compañero, ella también sonrió contagiada por su encanto.