¡estamos en Vivo!

Capítulo once.

Sorpresas desagradables.

-¿Quiere algo más señorita?- preguntó un sonriente mozo.

-Ya me estoy yendo. – comentó la joven levantándose con elegancia. Se volvió hacia él y sonrió.- Muchas gracias, tenga buenas tardes.- se despidió mientras se ponía su abrigo.

Sin saber qué sentía en su interior, salió al exterior de aquella cafetería, donde el sol poniente la encandiló. Sorprendida, se fijó en su reloj de muñeca y vio que era más de las cinco, se sorprendió aún más, no notó lo mucho que había pasado el tiempo. Sonrió, tomó con firmeza la correa de su bolso casi robado y caminó rumbo a su casa.

Mientras caminaba, despacio y tranquila, pensaba en todo lo que había vivido durante solo un par de horas y lo bien que se había sentido. Pensó en Agni y en lo maravilloso que aparentaba ser con su impactante sonrisa y sus ojos tan encantadores, lo cantarina que era su voz, y su contagiosa risa. Pensó también en como él podía leerle la mente sin que siquiera ella hiciera un gesto o una mueca. Su cabello desordenado y sus manos de artista sensible. Podría pasarse todo el día pensando en él y sus tantas particularidades y se sintió absolutamente estúpida.

Al llegar a su casa, luego de tanto vagar por la ciudad, encontró un enorme ramo de rosas blancas con una nota de disculpas escrita con la perfecta caligrafía de Genaro; las letras altas y redondeadas, elegantes y simpáticas se enrulaban en los renglones de aquella hoja amarilla para escribir su nombre. Úrsula respiró hondo y, mientras dejaba escapar el aire, todo el buen que humor que Agni le había contagiado, paso a transformarse poco a poco en un mal humor toxico y nauseabundo.

Tomó el ramo, inspiró profundamente su aroma dulce que siempre le había encantado y, sin leer la nota, lo llevó hasta el cesto de basura en el momento justo cuando los recogedores hacían su aparición triunfal desde la esquina de la cuadra. Los esperó con una gran sonrisa y, cuando uno de ellos se le acercó, ella se lo entregó con gran felicidad.

-¿Tienes novia?- preguntó al ver la confusión en su rostro. Él asintió dubitativo.- Bien. Te las regalo para ella. Sólo quítale aquella carta, te metería en problemas.- Agregó riendo. El muchacho no encontraba palabras para agradecerle, pero ella, con un gesto vago, le explicó que no era nada. Orgullosa de su buen acto y de aquella venganza persona, caminó hasta su casa y, al entrar, se acostó en su cama.

Después de un rato, perdió el conocimiento.

Al despertar, su cuarto estaba sorprendentemente iluminado, demasiado para ser de noche. Extrañada se desperezó con ambos brazos hacia arriba y un sonora bostezo. Cuarzo dormía sobre la mesita de luz bajo la delicada lámpara. Intentando despertarse, acarició su lomo aterciopelado, pero la siamesa apenas abrió los ojos. Úrsula sonrió y se levantó, aún medio dormida, caminó hasta la sala en donde su reloj marcaba las ochos de la mañana. Se sorprendió de lo mucho que durmió, no creyó estar tan cansada, se le escapó una risita un poco infantil que no le gustó para nada.

Supuso que, al haber dejado el celular en silencio, debía tener alguna llamada perdida y, al prenderlo, comprobó que estaba en lo correcto. Su edito la había estado llamando, parecía realmente urgente, pero solo le había dejado un mensaje, pidiéndole que, con premura se acercara a la editorial.

No entendió la razón del mensaje, pero aún así, corrió a su cuarto y se vistió con sencillez; un pantalón ajustado que le llegaba a los tobillos, una camisa negra y sus amados collares. Dejó que su cabello cayera en cascada por sus hombros y espalda.

Satisfecha con su elección, tomó su campera blanca y su bolso, en él metió su libreta roja de tapa dura y su cartuchera. Después de rociarse un poco de perfume, salió a la calle jugueteando como siempre, con las llaves entre sus dedos.

Al salir, una poderosa ráfaga de viento hizo que, por un momento, su eje de equilibrio tambaleara y, que por poco cayera sobre sus amadas flores. Con torpeza, logró estabilizarse y, mientras observaba sus hermosas No me olvides, tomó nota mental de que al regresar debía regarlas. Una nueva ráfaga de viento frío, esta vez más suave, le provocó un estremecimiento que le recordó abrocharse la campera.

Mientras se debatía entre ir caminando o en colectivo, su respuesta se fue acercando a ella con un ronroneo inconfundible. El transporte público en el que tanto le gustaba viajar, comenzaba a acercarse. Levantó la mano para que frenara, le alegró ver que el gran gusano de metal la esperaba. Al subir saludó a la mujer conductora que le sonreía y ocultaba sus ojos bajo unos intimidantes anteojos de sol, aún así, Úrsula pudo notar que aquella llevaba un par de años sobre la espalda. Pagó el total de su boleto y tomó asiento.

Se sentó al lado de una chica aparentemente unos años más joven que ella que iba perdida en sus pensamientos, con la cabeza apoyada en la ventana. Le sonrió y volvió a perderse en ella misma. Úrsula se colocó los auriculares y llamó a su editor quien, después de dos llamadas perdidas, se dignó a contestar. Atendió con la voz de un hombre agitado, como si hubiera estado corriendo.




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