¡estamos en Vivo!

Capítulo quince.

Consuelo.

Agni volvió a la librería con el corazón deliberadamente roto. No entendía que había sucedido frente a la cafetería. Aunque al principio la reacción de Úrsula le sorprendió, no le encontraba una explicación lógica. La vio llorar y tomar sus collares, retroceder como si hubiera visto al mismísimo diablo, la oyó disculparse entre balbuceos dolorosos, la vio huir despavorida.

Analizaba la situación, la repetía una y otra vez en su mente, pero aún así no lo entendía. Intentaba encontrar explicación, pero no podía. Tal vez ella se arrepintió de darle una oportunidad, o su corazón estaba partido lo suficiente como para huir a la primera muestra de afecto sincero.

Llegó a la librería con un sentimiento de autocompasión lo suficientemente autodestructiva como para dejarse caer en un profundo pozo de decepción. Subió los tres escalones de madera crujiente para llegar a la puerta y se sacudió el lodo de los pies. Suspiró y empujó la puerta de madera que, con un chirrido delató su llegada. Agni apretó los labios con fuerza, como si de esa forma pudiera acallar el sonido inconfundible de la puerta y su campanilla.

Entró a su hogar y se sintió recompuesto. Hacía más de veinticinco años que su abuela era dueña de aquel sucucho cargado de libros. Algunos ejemplares seguían esperando que algún comprador posara sus ojos sobre él y le diera un nuevo hogar.

Cuando era muy pequeño, su abuela Eva, luego de recogerlo del jardín, como no podían contratar a una niñera, lo llevaba allí con ella. Tenía tan baja estatura que las columnas de libros, que ahora le llegaban a la cadera, le doblaban la altura. Aún no sabía leer, pero no necesitaba abrir uno, para imaginarse un mundo aparte. Corría entre los laberínticos pasillos, luchando contra grandes monstruos desagradables con colores atípicamente estridentes, les disparaba con una voluntad de hierro sin dejarse intimidar. A veces Eva jugaba con él, tenían una actuación multifacética, a veces eran monstruos, otras veces, era héroes.

Sonrió con ternura mientras vagaba entre las columnas, tal y como había hecho Úrsula el día anterior. La única diferencia, era que ella no se aparecería detrás suyo.

-Te noto decaído.-Comentó Eva a sus espaldas.- ¿Qué sucedió, corazón?

Agni, luego de escuchar la pregunta de su amadísima abuela, comenzó a pensar una excusa lo suficientemente creíble para que no preguntara más nada, pero en lugar de eso, no pudo evitar que su corazón confesara.

-No lo sé…- suspiró él.

Su abuela lo tomó del brazo y juntos caminaron hasta la cocina ubicada detrás de la librería. Caminaron por el pasillo que formaban las estanterías repletas de libros y polvo. Al entrar, tomaron asiento en una pequeña mesa que, al igual que todo en ese lugar, llevaba unos cuantos años allí. Un pequeño mantel bordado le agregaba un poco de color a ese mundo sepia. Al acariciarlo. Agni se sintió mucho mejor.

Mientras Eva, en contra de su voluntad, le preparaba el almuerzo, él le contaba lo sucedido. Como había comenzado, lo mucho y lo bien que habían hablado y como, al llegar a la cafetería ella comenzó a llorar sin ninguna razón aparente. Le comentó lo mal que se había sentido al verla así y lo mucho que lo desesperaba no poder hacer nada. Muy a su pesar, no pudo hacer nada, la vio correr lejos de él como si hubiera visto un fantasma y ni siquiera la detuvo.

-Debes tener paciencia.- Aconsejó Eva acariciando su ensortijado cabello. Puso delante suyo un generoso plato de comida.- Recién comienzan a conocerse. Todo lleva tiempo para que salga bien.

-¿Cuánto tiempo exactamente?- preguntó con la boca llena. Ya se sentía un poco mejor, el color de sus mejillas lo delataba. Recibió una mirada de reproche por parte de su abuela por su falta de modales, pero a continuación Eva esbozó una gran sonrisa que también le robó una.

- Debes tener paciencia.- le susurró. Luego se fue, después de todo, se acercaba la hora de la siesta.




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