Ellos habían llegado armados con palos y navajas, aun así después de media hora, los quince chicos se preguntaban lo mismo «¿Cómo terminamos así?».
En medio de la pelea, estaba un chico que miraba todo el panorama mientras dejaba que sus compañeros se encargaran de los invasores. Sus ojos se fijaron en el rostro desesperado que tenía uno, mientras era sujetado por el cuello y la rodilla de uno de sus compañeros chocaba repetidamente con su rostro, llenando de sangre su uniforme. Mucho más lejos, estaba otro invasor intentando defenderse con un palo, mientras tenía todo el cuerpo lleno de moretones, con la nariz sangrando y una cortada en el pómulo izquierdo. Intentaba alejar a todos esos chicos que tenían el otro uniforme, pero uno lo tomó desprevenido por detrás, y otro lo golpeó en el estómago, haciendo que se inclinara por el dolor y soltara el palo.
Aquel chico que se quedó mirando a todos muy concentrado, razón por la cual uno de aquellos invasores que llevaban el enterizo rojo, el uniforme de los Dragones Negros, se acercó lo suficiente para intentar golpear su rostro. Él no se movió, porque sabía que uno de sus compañeros estaba detrás de él; ese mismo chico fue el que le destrozó la cara, rompiendo varios de sus dientes, y destrozando su labio. El invasor no aguantó el golpe, por eso no tardó en caer al piso, soltando maldiciones e insultos por el dolor.
Su compañero lo agarró del cuello de su uniforme, y sin pena lo arrastró al grupo enfurecido, excitado y agresivo de gente que estaba terminando el trabajo, con los pocos invasores que seguían en pie. Él mira de nuevo todo su panorama, sin dejar de ver a todos aquellos chicos que se quejaban del dolor en sus cuerpos, mentalmente contaba los segundos aunque a veces se olvidaba del número en que iba y volvía a empezar. Cuando creyó era suficiente chasqueo los dedos y el ruido de los golpes cesó, solo se podía escuchar el sonido de las respiraciones agitadas, las quejas y los chillidos de dolor que soltaban los invasores.
—Hagan un círculo y pongan a todos en el medio —pidió con un tono indiferente, acostumbrado a ver aquellas sanguinarias peleas que llenaban de sangre los nudillos de sus compañeros. Todos aquellos miembros de los dragones negros, se quedaron en el piso, algunos estaban desesperados intentando alejarse del agarre de sus compañeros, otros ya no intentaban continuar con la pelea, algunas estaban completamente noqueados, que simplemente eran peso muerto.
Cuando todos los miembros de los dragones rojos estaban en el medio, rodeados por todos aquellos chicos que ahora tenían los palos y las navajas que antes les habían pertenecido. El más bajo, quien estaba a unos metros del círculo, estaba mandando un mensaje y se veía muy concentrado en lo que escribía, preocupado por tener errores gramaticales, sabiendo que el destinatario de su mensaje era capaz de sacarle en cara cualquiera de esos errores, por más insignificantes que fueran. Cuando presiono enviar, suspiro aliviado. Levantó su rostro, guardando su teléfono en el bolsillo interno de su abrigo y empezó a caminar para acercarse a los pequeños sacrificios.
—Bueno, bueno, bueno que gran pelea —dijo dando un aplauso sarcástico—Así que estos son los sacrificios que pasaron la línea —comentó mientras se arrodillaba a la altura de uno que tenía la cara llena de sangre nasal y moretones que poco a poco se volvía de un rojo intenso. Lo tomó de la nuca, enterrando sus dedos limpios en el cabello húmedo por el sudor, y acercó su rostro al del chico, quien lo miraba con miedo—. No lo vuelvan a hacer —dijo. Lo soltó de forma tan bruscamente que su cabeza rebotó contra el piso, dejando una mancha roja de sangre—. Tiren la basura en el basurero, chicos —pidió sin mirar a ninguno de sus compañeros, y todos los demás contestaron.
—¡Sí señor! —inmediatamente sacaron unas cuerdas de sus bolsillos.
A la mañana siguiente, después de esa noche llena de violencia, en un callejón oscuro que poco a poco era iluminado por el sol mañanero, se encontraban quince personas totalmente inconscientes, con sus pies y sus manos atados. Todos los cuerpos estaban llenos de golpes, cortes y sangre seca. Cuando uno de ellos, que era un comandante, abrió los ojos, vio una rata intentando acercarse a él. El grito que pego logró levantar a todos los demás.
Fue difícil para todos desatarse, pero al cabo de cuarenta y cinco minutos al menos la mitad ya estaban completamente libres, el resto fue liberado a la hora y cuarto.
El comandante de los dragones negros, estaba tan enojado por haber fallado, que simplemente no se tomó el tiempo de pensar en las consecuencias por haber fallado.
Cada vez que cerraba los ojos, podía ver el rostro de ese chico de cabello largo burlándose de ellos. Con esfuerzo se puso de pie, intentó dar un paso, pero cayó de rodillas, y entonces pudo ver los zapatos de su jefe, Taiju Shiba, quien los miraba totalmente decepcionado.
Como un baldazo de agua fría, aquel comandante entendió que estaba perdido, su comandante lo iba a mandar al hospital o peor, lo iba a matar a golpes por haber fallado en la conquista del nuevo territorio. Pero lejos de sentir un fuerte golpe, lo único que sintió era la fuerza sobrehumana de su comandante jalándolo del cuello de la ropa manchada de sangre, para ponerlo a la altura de su rostro.
—¿Quién fue? —preguntó con la voz irradiando ira contenida. Taiju Shiba estaba seguro de que aquel territorio no tenía dueño, no había registros de una pandilla que se encargaba del lugar, por ello que le llegara un mensaje anónimo a las tres de la mañana con las palabras “No arrojes basura” y con una foto adjuntada de sus subordinados totalmente atados, inconscientes y abandonados en un callejón, lo dejo totalmente sorprendido—. ¡Habla imbécil! —le gritó, pero para aquel comandante las palabras no podían salir de su garganta. Tardaron solo segundo para que su comandante le rompiera la mandíbula de un solo golpe de sus poderosos puños, dejando totalmente inconsciente al pobre chico, que no pasaba de los diecinueve años