"Y la puerta comenzó a abrirse con lentitud, con un chirrido mis temores se engrandecieron mientras el terror mismo se asomaba..."
Tenía muy pocos meses de haberme mudado a la antigua mansión familiar, herencia de mi abuelo fallecido unos pocos meses atrás. Vivía cerca de allí, en una ciudad vecina, recuerdo que solía rentar un pequeño apartamento en la calle más transitada del lugar. Un jueves durante mis momentos de ocio fui notificado que mi abuelo paterno, con el que no conviví mucho durante mi infancia, había fallecido y resultado de ello me heredó su mansión en Ambertag, dado que era su último pariente cercano.
No tardé ni un día en partir, en la madrugada decidí ir a aquella ciudad, la cual, a pesar de no ser extensa, era preciosa, conservaba un estilo colonial que me asombró desde su entrada principal. Sus calles angostas eran de verdad maravillosas, las casas alrededor enigmáticas en su forma y las cumbres montañosas le brindaban majestuosidad al paisaje. Recuerdo el primer momento en el que llegué, era un joven forastero cuya vivienda era una de las más representativas, antiguas y rumoradas de la ciudad. Llegué en un automóvil, que se llevó veinte minutos en llegar a la casona, ya que esta se encontraba en las orillas del otro extremo del lugar, casi por el bosque de coníferas que delimitaba Ambertag.
Al acercarme poco a poco a la calle, logré divisar la mansión a lo lejos, impresionante de tamaño, un castillo podría decirse. Me encontraba en un callejón puesto que no había más a donde ir, ahí terminaba la ciudad y comenzaba la naturaleza. Estacioné el vehículo y bajé mis maletas, al hacer eso, presté atención profunda a la mansión... era una verdadera edificación artística, coalición de estilo gótico con colonial que sólo un gran genio pudo haber diseñado. Sus ventanales de forma rectangular causaban gran impresión y en los cuales colgaban cortinas púrpuras con las que al verle se imagina la seda suave y radiante con las que estaban hechas y que otorgaban un prestigio sombrío al lugar. Las paredes grises tenían una animación colorida para mí, me parecieron bellas, aunque llevaran tiempo sin recibir pintura y finalmente el tejado provisto de antiguas tejas que aún con el tiempo seguían sólidas a la construcción. Por último, fijé mi atención en el gran postigo de madera que estaba frente a mí, medía casi dos metros y medio de altura, sacando de mis bolsillos una llave grande para la cerradura, abrí la mansión.
Al ingresar pude sentir una fuerte atracción de la casa hacia mí, tal vez porque una ráfaga de viento entró a la casona. Encontré un gran salón, con paredes tapizadas de un color rojo carmín y con diminutas figuras de color dorado en su interior, muebles de predominante beldad que daban una visión al pasado del lugar. Dejé mis valijas junto a la puerta y me dispuse a adentrarme en el universo de aquel pasado nostálgico de la casona. Escudriñé por los pasillos vagos, de forma semejante las tapias de éstos se forraban de lo mismo que las del salón principal, todo el lugar tenía los mismos tapices. Pasajes sombríos fueron los que me llevaron al interior del palacete entre pinturas colgadas en los muros y enceres garbos que eran dechado del exquisito gusto familiar. El piso de las habitaciones era de madera de robe destellante e incluso algunos poseían grabados que debían significar algo. La mayoría de las habitaciones gozaban de una fantástica iluminación por el sol, a causa de grandes cristaleras de forma cuadrada que llenaban de dicha a la casona.
Todo era perfecto, el estilo gótico y colonial me extasiaba junto a la magnífica decoración me hacían sentir dueño de un auténtico palacio. Al acabar de husmear por las estancias, proseguí a hallar un jardín trasero cubierto por una dehesa casi marchita que tendría que regar e intentar salvar, pero más adelante había macetas hechas de ladrillos donde había varios tipos de flores dando así a otro corredor que me condujo hasta una escalera que llevaba al segundo piso; sus escalones estaban forrados por una alfombra de tonalidad opaca y poseía un pasamanos de madera. Encontré otro pasillo con cuatro puertas alrededor tan viejas y usadas que al abrirse crean un chillido molesto, revisé, pero sólo eran más habitaciones por lo que proseguí hasta el fondo del pasaje donde había una escalera que me llevaría a la alcoba del tercer piso. Hice un conato por abrir, pero se hallaba asegurada, entonces recordé que llegaría un empleado a dejar las últimas llaves que hicieran falta.
Después de bajar y acomodar mis valijas, me dispuse a higienizar la mansión, aunque mi abuelo había fallecido hacía poco tiempo el lugar parecía sucio y descuidado. Al limpiar la vida llegó poco a poco. Tardé unas cuantas horas en quitar el polvo y las telarañas de las paredes y muebles, pero al sacudir un buró tiré un reloj de bolsillo, hecho de cobre, que cabía en la palma de mi mano, supongo perteneció a mi abuelo. Sin pensar más me lo adueñé y seguí limpiando el sitio. El albor llegó a los ventanales que iluminaron el lugar donde estaba, y por ello noté que había candelabros colgantes en el techo, pirámides circulares invertidas eran los relucientes lujos que colgaban del techo.