Estar contigo

CAPITULO 39

NOELIA.

Mis piernas están entumecidas; no tengo idea de cuánto tiempo he pasado encerrada. No quiero hablar ni moverme, temo volver a ser el blanco de los ataques del hombre que Morrison contrató.

 

Sé que está esperando la oportunidad perfecta para atacarme, pero no entiendo la razón detrás de tanto odio hacia mí.

 

Intento recordar algo sobre él, su rostro me resulta familiar, pero no logro hacerlo hasta que vuelve a dirigirse a mí.

 

—¿Qué miras, Millas? —sonríe—. ¿Te acuerdas de mí?

—No —respondo secamente.

—Ayudaste a mi esposa a separarse de mí, y casi logras que me encerraran.

 

Ahora recuerdo a este individuo. Maltrataba a su esposa y, cuando finalmente intentó separarse, estuvo a punto de acabar con ella a golpes. Su nombre era Zacarías Latter.

 

Era una amenaza andante, y me vi obligada a solicitar protección para su esposa. Ella tomó la decisión de abandonar el país y mudarse a Italia con su hija para evitar que él la matara. Perdí todo rastro de él, asumiendo que estaría tras las rejas.

 

—Zacarías... —susurro, observando cómo él me mira con una sonrisa siniestra.

—El mismo que ves aquí —escupe—. Antes de matarte, porque lo haré, me dirás dónde está Rebeca.

—Nunca. Esa chica es feliz ahora, por mucho que te duela —afirmo, consciente de que eso lo irrita y lo enfurece.

 

Zacarías se acerca peligrosamente a mí, intimidando, le tengo miedo, aunque me niego a mostrarlo. Morrison interviene, deteniéndolo con una mano en el pecho.

 

—Déjala. Tenemos otras cosas que hacer —declara acercándose a mí. —Nos vamos, preciosa —añade Morrison, levantándome del brazo.

 

—¿A dónde me llevas? —es lo único que me atrevo a preguntar.

—Vamos a ver a tu querido novio —me sonríe—. Ha venido a buscarte.

 

El pánico se apodera de mí; ¿qué hace él aquí? No puede ser. Si Mike aparece, lo matará. Morrison lo detesta más que a nadie en el mundo.

 

Estoy segura de que papá no permitiría que intervenga en esto. ¿Ha venido por su cuenta?

 

Zacarías, el individuo con el que Morrison me ha dejado sola anteriormente, se levanta de su asiento.

—Quédate aquí —ordena Morrison—. Esto será rápido. Cuando regrese, nos iremos. Estamos justo al lado. Si no vuelvo en veinte minutos, ya sabes qué hacer.

—Como ordenes, jefe —sonríe, recorriendo mi cuerpo con su sucia mirada—. Lo haré encantado.

 

Al salir a la calle, me doy cuenta de las horas que llevo encerrada; mi estómago gruñe. No he comido ni bebido nada en todo el día. Aquí afuera, ya está anocheciendo. No entiendo por qué papá aún no ha llegado.

 

—Camina más rápido —me insta bruscamente mientras me empuja—. A trompicones avanzo unos metros cuando veo a Mike subido en mi coche.

 

—¡Mike! —grito, aterrada.

 

Solo quiero llegar a sus brazos cuanto antes para evitar que baje del coche. Pienso en todo lo malo que nos puede pasar ahora; no quiero que se baje de ese coche. Sé que lo matará; está desquiciado.

 

MIKE.

 

El sonido de las olas contra la arena es lo único que se escucha de fondo. Todavía estoy dentro del coche, aparcado cerca de la única casa blanca en medio de la bahía. Al girar la cabeza, veo cómo dos siluetas se acercan a pie.

 

—¡Mike! —Un grito desesperado de mi rubia me llega.

 

Sin pensarlo, bajo del coche, pero me detengo de repente al ver que Morrison apunta a Noelia con un arma.

 

—Morrison, déjala ir. Me quieres a mí. —grito en respuesta.

 

Morrison, con una sonrisa siniestra, escucha mis palabras. Sin embargo, sigue apuntando a Noelia con una sonrisa en la boca.

 

—¡Es cierto, Levis, te quiero a ti! —ríe soltando un poco a Noelia, pero manteniéndola a punta de pistola. —Pero no te voy a matar; morirás de pena, por no haber podido hacer nada por salvarla. Las luces azules y rojas de los coches parpadean, y antes de que pueda dar un paso hacia Noelia, la voz de mi suegro resuena por los altavoces de la policía.

 

—Morrison, suelta a la chica. —Exige.

 

En la mirada de Morrison, veo la duda durante unos instantes. No esperaba la intervención de la policía.




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