Enical Trobaler
Ya era de madrugada, el color del cielo era oscuro aún detrás de las cortinas blancas, suspiré agotada, la sensación de sueño e insomnio coexistían en mi cuerpo sin ponerse de acuerdo, mi cabeza tiene la capacidad de hacer que todo coexista en ella, todo menos la estabilidad, hay destinos peores que la muerte, claro que sí.
Creo que se ha hecho merecedor de ser llamado un hábito, uno más a la lista negra, de todas formas, está a punto de empezar, así que si sorpresivamente tuviera ganas de dormir sería un desperdicio.
Volteé a ver a Antonio a mi lado, tenía los ojos cerrados mientras su cabello caía libre sobre la almohada, estaba tan relajado, con la respiración apenas perceptible, ese nivel de tranquilidad sólo lo conseguía en sueños, lo veo en sus ojos, puedo distraerte, pero no he conseguido que te puedas sentir plenamente despreocupado con mi compañía, el miedo siempre esta ahí, la angustia y la duda nunca han dejado tus ojos.
Los espasmos me asustaron tomándome distraída, sus ojos cerrados se arrugaban mientras se movía sacudiendo la cabeza, las sábanas empezaban a removerse con él, si fuera una pesadilla cualquiera no dudaría en intentar despertarlo, pero ya conocía bien estos temblores, así que esperé paciente a que terminaran.
Como de costumbre, un grito ahogado anunciaba el final de la pesadilla y sus ojos se agrandaban al volver a la realidad, se abalanzó quedando sentado mientras se adaptaba a las sombras intentando adivinar dónde estaba.
En un movimiento rápido encendí la luz con el interruptor a mi lado, captando toda su atención, su mirada de pánico me enfrentó, la confusión y desesperación lo consumían a cada segundo y me quemaban en el proceso, parecía un animal salvaje enjaulado, los ojos de odio sobre mí intentando intimidarme mientras me examinaba en otro tiempo me congelaban, pero ahora estaban tan acostumbrada.
-¿Quién eres tú? ¿Dónde estoy?- inquirió histérico.
Suspiré profundamente antes de recitar mi guion perfectamente memorizado -Soy Enical Trobaler, este es tu departamento, vivimos solos, aquí no hay nadie que pueda hacerte daño, lo prometo- suavice mi voz e lo último, como si le hablara a un niño, opté por no sonreír para que viera que hablaba muy en serio y se calmara, nunca funcionaba, pero valía el intento.
Noté sus ojos dudar si creerme y fue imprudencia mía intentar acariciarle la mejilla, lo había hecho hace un par de horas mientras me sonreía antes de quedarse dormido, no pude resistirme, era tan injusto que me impusieran el horario para tocar a mi novio...
Antonio era mucho más rápido y fuerte que yo, tomó mi mano en el aire sin esfuerzo -¿Y tú quién eres? ¿Por qué estás aquí? ¿Quién te envió?– exigió amenazante mirándome a los ojos sin soltarme.
-¡Me duele! Soy mucho más débil que tú, no cambiará nada si me sueltas, me lastimas- chillé más adolorida que molesta, era la primera vez que me intentaba doblar la mano.
-Respóndeme- fue sólo una palabra, espetada con todo su desprecio, pero cómo dolió...tiró de mi brazo exigiéndome que me apure antes de soltarlo por mi gesto de molestia.
Su otra mano creía que no la veía tanteando el cajón a su espalda sin dejar de mirarme, cariño, esto pasa cada noche y ¿crees que tienes trucos nuevos para mí?
-Sé perfectamente en dónde escondes todas las armas de la casa, y la pistola que buscas ya no la escondes allí desde hace como 4 años- informé envolviendo mi muñeca con mi otra mano, en verdad me había dolido.
Antonio hizo una mueca de confusión y se acercó al cajón a comprobarlo, sus ojos volvieron a tomar el matiz del pánico que creí que se había disipado.
-¿Quién eres tú? ¿Por qué estás en mi cama? ¿Y cómo sabes lo del arma si está en un espacio secreto de la mesa?- empezó a interrogarme muy efusivo, me tomó de los brazos y me sacudió exigiéndome respuestas -Dime quien te envió. ¿Para quién trabajas? ¿Él te contrato verdad? ¡Yo no volveré ahí me entendiste!
-¡Espera! Déjame hablar- me sentí mareada, ¿por qué? ¿Por qué hoy está mas agresivo? Me removí y por suerte me soltó, estaba alerta de todos mis movimientos buscando algo que le dijera que estaba en lo cierto -Te probaré que no soy tu enemiga, busca encima de la mesita a tu lado, está tu teléfono, sólo se puede abrir con tu huella digital, lo hiciste especialmente para que confíes en lo que hay dentro- me encogí de hombros señalando el aparado.
-Si no es verdad lo lamentaras- entornilló sus ojos en mí provocando que mi garganta se volviera un canalillo angosto incapaz de pasar el aire suficiente a mis pulmones, conocía las amenazas de este lado de él a la perfección, ninguna era mentira.
Vi encenderse el teléfono en sus dedos, intentó abrirlo con mi dedo, nada tonto, al comprobar que sólo era con su huella resopló sintiéndose seguro, al menos la mirada de "Voy a moler a golpes lo primero que vea" ya se había ido.
-Lo único que debes hacer es ir a la galería para que puedas creerme- recité, volvió a verme antes de obedecer.
Antonio encontró el álbum que llevaba por etiqueta "LO MÁS IMPORTANTE QUE DEBES VER" en el cual había fotos nuestras en diversos escenarios, se quedó más tiempo ampliando la imagen del valle donde le sonreíamos a la cámara, de seguro comprobando si era el lugar que creía.
-Veo que dices la verdad- comentó tajante, su voz era fría y directa, pero en sus ojos se iba reflejando la culpa hasta que volvió a hablar con una mirada más amable -¿Esto pasa muy a menudo?
-Cada noche- le di por primera vez una sonrisa amable encogiéndome de hombros -Pero no importa, estoy acostumbrada- sus ojos se volvieron más dulces por la vergüenza y me mordí el labio inferior, se veía tan tierno.
-Lo siento mucho- ladeó la cabeza sintiéndose incómodo.
-Ya te disculpas lo suficiente consciente y es lo que más me molesta así que olvídalo- minimicé el tema perdiéndole en sus ojos otra vez sintiendo que me empezaba a mirar demás.
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Editado: 21.07.2022