Enical
Llegamos a un edificio gris claro con grandes ventanas que parecían espejos reflejando el resto de la ciudad en él, conté 10 pisos mientras Antonio conducía a la puerta posterior para autos hasta el sótano-cochera.
Salimos hasta el ascensor para llegar al piso 8 donde él vivía, recién en el pasillo alfombrado frente al elevador caí en la cuenta de que estaba yendo a la casa de un extraño, enfoqué mi atención en la comida.
Ese es el dulce que te ofrece el extraño para que lo sigas, que claramente no debes seguir, Enical tonta. ¿Había rumores de chicas desaparecidas? No recuerdo ninguno, pero no quiero ser la primera. ¿Si es de los que torturan a las personas? No, espera, lo estoy sobre-pensando, relájate, respira, todo esta bien…Espera, recuerdo que lo investigaron por algo turbio una vez. ¿Qué era? Ay no, ni siquiera lo recuerdo…
Entrecerré los ojos con algo de miedo cuando abrió la entrada, encontré un pasadizo con una bonita sala blanca al final, bueno, no es que vaya a encontrar de plano algo extraño. ¿Verdad? Intenté relajarme cuando me ofreció esperar en la sala mientras iba a la cocina a servir la comida, creo que mis movimientos fueron muy rígidos, espero que no lo notara.
Me senté en el sofá blanco al lado de una gran ventana que daba la vista más hermosa que había visto de una ciudad, por unos segundos olvidé dónde estaba y mi cuerpo volvió a moverse sin parecer un muñeco defectuoso hasta la ventana, desde aquí podía ver las calles con todos sus edificios, autos y personas moviéndose como hormiguitas, el contraste que tenía la ciudad de tonos oscuros con los vivos colores del cielo y el horizonte eran dignos de ser llamados arte ante los ojos de cualquiera.
Esto es uno de los lujos que sólo un millonario tiene en la sala de su casa, hablando de eso, la sala también es linda sin la vista, había un televisor gigante en la pared y un equipo de sonido a su lado apoyado en el suelo negro, las paredes estaban pintadas de un gris claro y los muebles blancos como única decoración le daban iluminación al lugar.
Ni un solo cuadro o adorno, era muy frívolo para mi gusto, pero no es mi casa y se ve bastante ordenado para ser el departamento de un hombre, desde mi perspectiva y experiencia los hombres y el orden no congeniaban muy bien y Adrián es mi mejor prueba.
El comedor de madera marrón oscuro tenía detrás de él a Antonio en la cocina sirviendo el almuerzo, la única división entre el comedor y la cocina era una isla gris que tenía compartimentos negros y blancos a juego con el resto del departamento excepto el comedor.
Me sonreí recordando a Adrián y su departamento hecho un desastre, lo único rescatable de él era su estudio, nunca vi uno sólo plano arrugado o el escritorio con sus útiles de arquitectura fuera de lugar.
“Para cuando despiertes ya habré vuelto. A veces eres demasiado paranoico” No debí decirle eso, debí aceptar que me recogiera en el restaurante. ¿En verdad esas serán mis últimas palabras para él?
Su rostro riéndose de todo llegó a mi mente en segundos, lo extraño, duele, no existía día en el que no lo viera, es mi mejor amigo y vecino, al igual que Sabrina, pero Adrián no podía vivir solo, su mamá lo dejó mudarse porque le prometí que no moriría de hambre y que aprendería a limpiar su departamento.
Con la ayuda de Sabrina, los tres montamos una campaña presidencial en la casa de sus padres durante casi 3 meses, los convencimos gracias a horarios, planes y fichas, Adrián terminó firmando un acuerdo de que si se enfermaba o se quedaba sin dinero volvería a casa.
Hasta ahora nunca aprendió a cocinar sin que algo se echara a perder durante sus 3 años de independencia, perdía la comida o algún electrodoméstico y me acostumbré a cocinar para dos. ¿Qué va a hacer ese inútil sin mí? Mis ojos se humedecían otra vez.
-La comida está lista- Antonio me asustó desde el comedor -Espero que te guste, la lasaña es mi especialidad- añadió con humor.
Le sonreí por compromiso y pedí ocupar el baño, donde hasta las ganas de hacer pipi se me fueron con ese baño para invitados de lujo, blanco y negro para variar, el doble de tamaño que mi baño principal, bien, del único baño de mi departamento.
-Yo creo que tienes un don con las pastas- comenté después de un rato en la mesa, el sabor era muy bueno, no cabía duda que era un restaurante especializado en comida italiana.
-No lo puedo evitar, todo me sale perfecto, no sólo la música- sonrió con superioridad mientras bebía su jugo de frutas. ¿Y este lado soberbio que no vi antes?
-Vaya, creo que las bebidas también son tu especialidad- sobreactué sorprendida después del primer sorbo mirando el empaque del jugo comprado.
Al terminar me ofrecí a lavar los trastes, era lo más justo si él había invitado el almuerzo, pero más que eso, quería distraerme con algo qué hacer, no quiero llegar a un punto muerto.
-Está bien, te ayudo- aceptó dudoso mi insistencia siguiéndome a la cocina con lo que quedaba en la mesa para guardar o lavar, y se colocó a un lado con un trapo entre las manos.
-Oh no se moleste, su alteza- comenté irónica empezando mi tarea casera.
-Y… ¿A qué te dedicas? No recuerdo una cara parecida a la tuya en mi mundo- inició Antonio una conversación mientras recibía un plato y lo secaba.
-Soy…- contesté por reflejo antes de recordar con una melancólica sonrisa que no “soy” -Bueno ahora debo ser una escolar, pero me faltaba un año para terminar mi carrera y convertirme en Trabajadora Social- completé bajando la mirada sonriéndole al recuerdo de los últimos años universitarios.
-Vaya… Amor al prójimo de verdad- interrumpió Antonio mi carrusel de recuerdos.
-Sí- agregué sonriendo para disfrazar la tristeza -La verdad sí, es algo lindo que no me preguntes qué es.
-¿Cómo no iba a saberlo? O esperabas que diga ¿Psicología?- contestó Antonio alzando una ceja.
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Editado: 21.07.2022