Enical
Me acomodé el vestido con cuidado de no mover mucho mi cabello recién laceado, según yo estoy irreconocible, también quería plancharle el cabello a Carolina, pero hasta acabar llegábamos al bar mañana.
El alivio recorrió mi circulación cuando vi el lugar, no había luces psicodélicas o algún rincón oscuro de besuqueos, luces doradas y blancas iluminaban todo, el local era amplio, música que rozaba delicadamente el ambiente, con muebles de madera oscura muy bien cuidados que le daban el aspecto de ser un lugar para beber y charlar tranquilamente, muy Antonio.
El gigantesco muro de madera que llegaba hasta el techo, detrás de la barra, exhibiendo botellas y copas peculiares me impresionó, reconocí a Antonio casi de inmediato, estaba sentado en la barra con su cabello en una coleta baja, pantalón marrón y una camisa azulina que contrastaba con su piel, a su lado estaba Theodor en una camisa blanca y pantalón mostaza, ambos de espaldas.
No les veía las caras, pero ya estaba nerviosa, ese nerviosismo triste al saber que no era como hace unos meses, donde lo veía de lejos y corría a abrazarlo o asustarlo, no, ahora era una inquietud punzante de estar infraganti queriendo observar y no ser observada, lastimada sin lastimar.
-Enical creo que nos están mirando- me susurró Carolina mirando a los chicos que le sonreían, me sacó del trance -Mejor vamos a una mesa antes que alguien se nos acerqué- su tono fue de nervios y asco apático.
Asentí antes de caminar a una mesa cercana, tiene razón, los chicos nos miran, por un lado, me siento orgullosa porque eso solo quiere decir que hice un trabajo estupendo con ambas, pero si llamamos mucho la atención ellos nos notaran.
¿Y si Antonio vino a buscar a otra modelo de conquista? No, no estoy lista para ver eso, verlo coqueteando…
-Jo…lo que faltaba, tenemos que ir a la barra para pedir- se quejó Carolina en voz baja, sus ojos brillantes y más resaltados gracias al maquillaje se veían de caricatura por su miedo a que nos atraparan.
-Una chica tiene que hacer lo que una chica tiene que hacer- le susurré, acercarnos no era una opción.
Theodor nos iba a descubrir a los dos segundos de vernos en la barra o escuchar nuestras voces, ese no es un humano, es un sabueso sobre desarrollado.
Miré al más joven de los chicos de la barra y le alcé la mano como saludo sonriéndole coqueta, se sonrojó y se señaló a si mismo la ternurita, asentí y le hice una señal con mis dedos para que venga.
-¿Qué estas haciendo?- preguntó Carolina.
-Llamé a un mesero, no me voy a arriesgar a ser atrapada a los segundos de haber llegado- informé firme, cuando llegó pedimos y se ofreció a traerlos lo más rápido que podía, era alto, delgado y de un cabello castaño claro que parecía tener detalles de rubio cenizado, con unos ojos verdes oscuros, de seguro con una sonrisa, tenía acceso a millones de corazones.
Conservamos las cartas para taparnos las caras, de la forma mas simple, tomado con ambas manos bloqueando justo nuestras caras, solo dándonos visión alzando los ojos sobre ellos, simple pero eficiente, es aprueba de idiotas, creo.
-Se ve tan lindo saliendo a divertirse- fue un pensamiento amargo que se me salió sin permiso -Entonces, está tranquilo. ¿Verdad?- le pregunté a Carolina para confirmar que estar aquí es un error -¿Quién soy yo para arruinar eso?- inquirí encogiéndome de hombros antes que trajeran nuestras bebidas.
Antonio no era de salir con un amigo, traficante de drogas o no, mentiroso o no, estaba empezando a disfrutar su vida, sería muy egoísta de mi parte interrumpir ese paso que debe haberle costado tanto.
¿Qué hago aquí? Él claramente ya me olvidó, no, nunca me pensó, ni como amiga o una pizca de cariño. ¿Qué demonios fue eso de besarme en la tumba de su madre? ¿Eso también fue mentira? Se sintió tan extraño, el recuerdo volvió en un tono opaco y lúgubre, él fue como un soldado exhausto al volver a casa después de la guerra, con cicatrices, pero con la voluntad intacta e inquebrantable por ver que finalmente está donde quiere estar, así se sintió ese beso, a un alivio dañado, adolorido, pero en paz.
-Enical, despacio, se te va a subir el alcohol- la advertencia de Carolina llegó cuando ya había secado mi vaso y la sustancia quemaba mi garganta.
-Ya no importa, que haga lo que quiera, muralla estúpida- solté con una sequera ronca, hice una mueca de asco y sacudí mi cabeza como perro.
Tenía que aceptar que hay partes de él tan impenetrables, murallas tan reforzadas por los años, que ni yo, con el tiempo que pasábamos, pude derrumbar, aunque me dijera lo contrario en la feria hippie.
Las mejillas empezaron a arderme, pedí un par de rondas más, necesito desahogar mi frustración antes de salir de este bar y renunciar al chico que creía el definitivo, otra vez.
Antonio
-¿Por qué no podemos beber en mi departamento?- pregunté con mal humor, los lentes de contacto azules y montura dorada no me fastidiaban pero prefería no usarlos.
Todos los disfraces me recordaban a una castaña inquieta que no dejaba de sugerirme disfraces nuevos, cada uno más extravagante que el otro.
Miré a los lados disimuladamente para asegurar que nadie me viera de más, lo último que habló la prensa es que dejé de salir con Beitrena, se puso como desquiciada queriendo pasar la noche en el departamento a como diera lugar, tomé la excusa del trabajo y la expulsé antes de que signifique lo que aborrezco, un problema.
Aunque eso empezó desde el almuerzo con Theodor, no me cabía la menor duda que esa sonrisa perversa me iba a traer problemas y los acepté con gusto solo porque a ella puedo aguantarle lo que sea, pero algo no encajaba, Enical no era de mover fichas porque sí, algo hizo Beitrena para ganarse esa jugada. ¿Qué pasó en ese baño?
-Porque tu departamento me deprime, tomar allí es un insulto para el alcohol- respondió Theodor mirando su vaso -Necesitas relajarte, distraerte y divertirte, amigo mío- propuso golpeando mi hombro.
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Editado: 21.07.2022