¿estas conmigo o Estas fuera?

La Contratación

Los pasos del profesor Jorge resonaban con furia por el pasillo, y cada pisada emitía un sonido chirriante que parecía burlarse de su dignidad. Sus zapatos estaban completamente cubiertos por una sustancia viscosa, verde y pegajosa, que se esparcía con cada movimiento, dejando un rastro baboso a su paso.

Iba directo a la oficina de la directora como un torbellino de frustración. Al llegar, no se molestó en tocar; empujó la puerta con brusquedad, provocando que esta se golpeara contra la pared. Al instante, se encontró con la mirada inquisitiva y serena de la directora, quien lo observaba desde detrás de sus gafas, como si ya supiera lo que estaba por suceder.

—¡Estoy harto, no puedo aguantar más! —exclamó el profesor Jorge, con el rostro encendido y la voz desbordada—. ¡Llegué a mi límite! —y con gesto exagerado, trazó una línea imaginaria por encima de su frente, señalando su punto de quiebre.

La directora arqueó una ceja, se quitó las gafas con parsimonia y las dejó sobre el escritorio. Sus ojos recorrieron al profesor de pies a cabeza, deteniéndose en los charcos verdes que comenzaban a formarse sobre la alfombra.

—Déjeme adivinar... ¿fue ella otra vez? —preguntó, con tono cansado que apenas disimulaba su fastidio.

—¡Usted sigue creyendo que es un angelito, pero no! ¡Es un demonio en carne y hueso! —gritó, agitando las manos—. Y no lo digo solo yo. Los demás profesores, los alumnos, el vigilante, la señora de la limpieza... ¡todos estamos hasta el cuello!

Antes de que pudiera continuar despotricando, una discreta tos llamó su atención. En un rincón del despacho, sentado con una postura impecable y el semblante tranquilo, había un hombre que hasta ese momento se mantenía en silencio.

—Profesor Jorge, le presento al señor Thomas Miller —intervino la directora, señalando al recién llegado—. Él es nuestra apuesta para enfrentar a esa "diablita", como usted le llama.

Thomas, de unos treinta años, vestía un impecable traje azul marino, camisa blanca y una corbata roja que contrastaba con la sobriedad de su porte. Su expresión era neutra, pero sus ojos lo analizaban todo con cuidado. Apenas esbozó una sonrisa ante el título que le daban a su futura alumna.

—Disculpen, iré a resolver el problema personalmente —dijo la directora, saliendo de la oficina con paso firme mientras ambos hombres quedaban en silencio.

A unos metros de distancia, en el pasillo, dos chicas caminaban con aire despreocupado. Una de cabello rubio y piel blanca. La otra, castaña de piel morena: Dania y su inseparable amiga Katy.

Al notar la presencia de la directora aproximándose, Dania apuró el paso. Pero la directora no tardó en alcanzarlas.

—¡Señorita Dania! —llamó con autoridad, pero la joven no se detuvo—. ¡Le estoy hablando!

Finalmente, la directora la sujetó del brazo, obligándola a girarse.

—¿Qué pasa ahora, directora? —dijo Dania sin siquiera inmutarse, cruzando los brazos con aire insolente—. ¿Qué le ha dicho el "Don Chillón" esta vez?

—Intentaste lastimar nuevamente a tu profesor. No estamos dispuestos a tolerar esto más tiempo.

Dania rodó los ojos, como si aquello fuera una rutina.

—¿Van a expulsarme? Saben que no pueden. Si yo dejo esta escuela, sus preciadas estadísticas se hunden. ¿Quién les dio los primeros lugares en ciencias, literatura y debate?

La directora apretó los labios, sabiendo que tenía razón. Dania era una de las estudiantes más brillantes, pero también la más indomable.

—Está bien —agregó la joven, esbozando una sonrisa cínica—. Trataré de no molestar más al "Don Chillón". Aunque... no prometo milagros.

Dania se giró para marcharse con Katy, pero antes de alejarse, lanzó una última advertencia con tono burlón:

—Y directora... cuidado. Ahí, justo donde está pisando, quedó el resto de la baba verde.

Acto seguido, un ruido sordo se escuchó detrás de ellas. La directora había resbalado y caído de bruces sobre la sustancia viscosa que cubría el suelo. Las risas contenidas de los alumnos se propagaron como una onda sorda por el pasillo. Dania y Katy se alejaron sin detenerse.

De regreso en la oficina, la directora apareció con la ropa mojada, el peinado deshecho y una mirada que lanzaba cuchillos. El profesor Jorge intentó contener una risa sarcástica.

—¿Está completamente seguro de que podrá lidiar con esa "demonio" llamada Dania? —preguntó la directora, dirigiéndose a Thomas Miller.

Thomas se levantó con calma, se acomodó la chaqueta y respondió:

—Creo que en esta institución necesitan más que ayuda... necesitan una estrategia. Yo no sólo vengo a enfrentar a Dania. Vengo a cambiar las reglas del juego.

—Oh, un milagro... —murmuró Jorge, aún limpiando sus zapatos.

La directora esbozó una sonrisa débil, como quien deposita la última esperanza en una tormenta bien vestida.

—De acuerdo, queda contratado. ¿Podría presentarse mañana?

Thomas estrechó su mano con firmeza.

—Claro que sí. Profesor Miller, para servirles.

Eran aproximadamente las 18:30 de la tarde cuando Dania llegó a casa. La luz dorada del atardecer se filtraba por las cortinas, pero no lograba disipar la carga emocional que pesaba sobre sus hombros. Al cruzar el umbral, notó a su madre sentada en el sofá, como siempre, con los brazos cruzados y la mirada fija en la puerta.

—Hola, mamá... ya llegué —dijo Dania con tono sereno mientras caminaba hacia la cocina y servía un vaso de agua fría.

Camila se levantó despacio, observándola con ojos que ocultaban más de lo que mostraban.

—¿Dónde estabas que llegas hasta ahora? —preguntó con calma, pero con una tensión que flotaba entre sus palabras.

—Estaba en casa de Katy. La ayudé con unos trabajos —respondió Dania, dando un sorbo al vaso.

Camila asintió lentamente, esbozando una sonrisa que, por un momento, iluminó el rostro de Dania.

—Siempre ayudando a los demás... eres tan inteligente. Has hecho tanto por la escuela —dijo con una calidez inusual.




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