¿estas conmigo o Estas fuera?

El viaje

Luego de once largas horas de vuelo, el agotamiento era evidente en cada gesto de Dania. Hace apenas treinta minutos que ella y el profesor Tom aterrizaron en Londres, un lugar que prometía grandes descubrimientos... aunque, por el momento, ambos parecían más interesados en sobrevivir al jet lag.

Subieron a un taxi apenas salieron del aeropuerto. Tom, siempre elegante y metódico, se sentó en el lado derecho del asiento trasero, hojeando un periódico local que había tomado en la terminal. Dania, en cambio, iba mirando por la ventana con la frente apoyada en el vidrio, observando los edificios británicos como si fuera la primera vez que veía un mundo diferente. El silencio que los envolvía en el vehículo era incómodo, denso. Ninguno parecía dispuesto a romperlo.

El taxi se detuvo frente al hotel The Londoner, una joya arquitectónica de mármol blanco y detalles dorados. La directora no había escatimado en gastos: alfombras que amortiguaban cada paso, lámparas de araña suspendidas en techos altos, y recepcionistas sonrientes en trajes de gala.

Dania bajó del coche con lentitud, arrastrando su maleta. Tom tomó la delantera en recepción, recogiendo las llaves. Sin intercambiar palabras, ambos subieron al ascensor que los llevó al segundo piso. El silencio seguía clavado entre ellos como un cristal sin pulir.

Al llegar al pasillo, Tom se detuvo frente a las puertas 12 y 13.

—Dormirá en la habitación doce —dijo, extendiendo la llave hacia ella.

Justo cuando Dania iba a tomarla, él la retiró con una leve sonrisa.

—Antes, le daré las reglas para este viaje —agregó con tono firme.

Dania arqueó una ceja, cruzando los brazos.

—¿Ahora usted es mi niñero o mi guía turístico?

—Regla número uno: a las nueve de la mañana quiero verla cambiada, arreglada y desayunada. Puntual. Las olimpiadas inician después, pero nosotros no lo haremos.

—¿A esa hora? ¡No exageremos! —protestó, pero él la interrumpió sin miramientos.

—Número dos: está estrictamente prohibido salir sin mi autorización. Nada de "pasear por Londres a escondidas".

—¿Qué cree que voy a hacer? ¿Irme de juerga por Piccadilly Circus?

—Número tres: las comidas serán a domicilio. Nada de salir a restaurantes, cafés, bares... Londres no es su patio de juegos.

—Detesto la comida fría y mal embalada —dijo, frunciendo el rostro.

—Y número cuatro: la quiero estudiando en su tiempo libre. Nada de distracciones.

—¿Y también piensa que haga los exámenes encerrada en mi habitación para no ver la luz del sol? —soltó, con sarcasmo.

—No lo había considerado, pero lo anotaremos como opción si surge la necesidad —respondió Tom con la misma ironía—. Aquí tiene su llave. Espero que no haya problemas.

Dania le arrebató la llave de la mano y entró a su habitación sin mirar atrás.

Dentro, la habitación la sorprendió. Cortinas elegantes, una cama perfectamente hecha, almohadas mullidas y una cesta de frutas frescas sobre la mesilla. Tomó una manzana y luego notó una pequeña nota sobre la mesa.

"Esperamos que disfrute su estadía en The Londoner. Que Londres le regale una experiencia mágica."

Se dejó caer sobre la cama, soltando un suspiro que parecía arrastrar todo su cansancio acumulado.

—Tengo que disfrutar este viaje. Es mi única oportunidad de desconectarme, respirar... —susurró, mientras sus dedos jugueteaban con los pliegues de las sábanas—. No voy a permitir que ese profesor me arruine estos días. Tengo que encontrar la manera de deshacerme de él.

En la habitación contigua, Tom también descubría la misma nota junto a su cesta de frutas. Sin prestar demasiada atención, tomó una manzana verde y comenzó a acomodar su ropa meticulosamente en el clóset. Cada camisa planchada, cada corbata doblada. Un hombre de rutina y control.

Sacó los documentos que había traído de la escuela: su maestría, acreditaciones y el sobre que le entregó la directora. Dentro, una hoja con campos en blanco. Un registro detallado del comportamiento de Dania durante el viaje. La directora había sido clara: una sola travesura y sería su última como alumna.

Tom se sentó en la orilla de la cama, sosteniendo el documento entre los dedos.

—Cinco días... —murmuró—. Cinco días para descubrir qué es lo que esconde esa chica. Esa energía que sacude a todos, esa rebeldía que nadie ha logrado descifrar.

Miró la puerta que lo separaba de Dania, como si a través de ella pudiera ver lo que no le habían contado. Porque desde el primer día que escuchó su nombre, supo que ella no era simplemente un "problema de conducta".

Ella era un misterio.

Y los misterios... eran su especialidad.

Dania terminó el primero de los tres exámenes que debía presentar. Al salir de la sala, se encontró con la imponente figura del profesor Tom, quien la esperaba con los brazos cruzados.

—¿Y qué tal te pareció el primer examen? —preguntó Tom, acercándose con expresión inquisitiva.

Dania esbozó una sonrisa triunfante mientras soltaba su coleta alta, dejando que su cabello castaño se deslizara sobre sus hombros.

—Fue pan comido para mí —respondió con orgullo.

Tom asintió con una leve inclinación de cabeza.

—Bien, entonces volvamos al hotel. Necesitas comer algo y prepararte para el examen de mañana —indicó con tono firme.

Pero Dania apenas le prestaba atención. Su mirada había sido atrapada por algo a su derecha. Tom, intrigado, siguió la dirección de sus ojos y descubrió a un joven moreno de cabello oscuro que, con descaro, le guiñaba un ojo a la chica. Dania, lejos de incomodarse, le regaló una sonrisa coqueta, prolongando el contacto visual más de lo debido.

Tom chasqueó los dedos frente a ella con impaciencia.

—¡Dania! —la llamó, tratando de recuperar su atención.

La joven pestañeó, volviendo a la realidad, pero su decisión ya estaba tomada.

—Sí, sí, lo que usted diga... Ya vengo, iré a ver a un amigo —respondió despreocupadamente antes de girarse y caminar hacia el joven.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.