¿estas conmigo o Estas fuera?

Él esta comprometido

Esos ojos cafés, ese cabello negro lacio que caía sobre su frente con descuido, esa sonrisa que había sido su refugio, y esos labios de carmín suaves y delgados besando otros labios... Tom no podía sacarse esa imagen de la cabeza. Desde el reencuentro entre Diego y Dania, su mente se había convertido en un campo de batalla donde el deseo y la resignación libraban su propia guerra. Una semana. Siete días de agonía, observando cómo los labios de Dania pertenecían a otro.

Finalmente, la verdad lo golpeó con toda su crudeza: sus sentimientos por Dania trascendían lo profesional. Se burlaban de la etiqueta de profesor y alumna, convirtiendo su relación en una jaula donde solo él estaba atrapado.

—Tom, ¿estás bien? —La voz cálida de Anna lo arrancó de su tormento, junto con el toque suave de su mano en su hombro.

Parpadeó, encontrándose con la mirada de su prometida. Sobre la mesa, un mar de invitaciones a su boda esperaba ser escogido, cada una con letras elegantes que anunciaban el futuro que se suponía debía desear. Un futuro donde Anna sonreía con ilusión, donde la historia de amor era clara y segura. Pero dentro de él... dentro de él todo era caos.

La boda. Otro golpe certero, otra sacudida que le recordaba dónde debía estar su corazón, aunque este insistiera en perderse en otro cuerpo, en otra piel. Anna lo observaba con afecto, esperando su opinión sobre los diseños, esperando que él compartiera la emoción que ella sentía. Pero Tom solo sentía peso.

—Anna, cariño, creo que deberías decidir tú —murmuró, la voz apagada por la carga emocional que lo sofocaba—. Estoy agotado y no me siento inspirado para tomar decisiones en este momento.

Ella inclinó el rostro con ternura, sin ver el conflicto en sus ojos, sin notar el desgaste en su alma.

—De acuerdo, pero recuerda que esto es nuestro sueño —respondió, su tono iluminado por la expectativa—. Es el inicio de nuestra historia juntos, lo que siempre soñamos.

Siempre soñamos.

Tom contuvo un suspiro, apartando la mirada. ¿Desde cuándo su sueño se sentía más como una obligación?

Y entonces, entre el mar de invitaciones y las promesas de amor eterno, una verdad acechaba en silencio.

Anna lo sabía. Sabía que el tiempo se agotaba, que pronto ya no podría esconderlo. Que la barriguita comenzaría a notarse, que Tom tendría que enfrentarlo.

Que la mentira tendría que convertirse en verdad.

—Perdón, cariño. En verdad yo no quería... estaba en muy mal estado —susurró Dania con la voz rota, las lágrimas resbalando sin control por sus mejillas.

Diego la había notado extraña los últimos días. Su mirada apagada, sus respuestas cortas, la forma en que evitaba su contacto. Algo le decía que había más de lo que ella quería admitir. Por eso, aquella noche, sin poder soportar más la incertidumbre, la visitó en su casa, decidido a entender lo que le sucedía.

—¿Qué pasa, mi niña? —preguntó, mirándola con preocupación.

Dania tragó con dificultad. El peso de su culpa la sofocaba y el dolor en su pecho se volvía insoportable. No podía seguir ocultándolo. No podía seguir fingiendo.

—Diego... besé a alguien más —soltó, su voz apenas un susurro—. No a cualquiera... fue mi profesor.

El aire pareció volverse pesado. Diego entrecerró los ojos, la incredulidad golpeándolo de lleno. ¿Su profesor? La idea era como una bofetada.

Claro que dolía. Claro que la imagen lo devastaba. Pero más allá de la herida estaba la verdad: él conocía a Dania. La conocía como la palma de su mano. Y en sus ojos, en su temblor, en su voz que apenas sostenía, lo entendió todo.

Ella estaba arrepentida.

—Mi niña, no pasa nada —dijo finalmente, con una calma que sorprendió hasta a Dania—. Todos cometemos errores, pero aprendemos de ellos. Yo te conozco y confío en ti porque te amo. Eres la niña de mis ojos, la persona con la que soñé toda la vida, con quien quiero pasar el resto de mis días. Claro que te perdono.

Las palabras fueron un bálsamo para su alma rota. Diego tomó su rostro entre sus manos y, con ternura infinita, limpió sus lágrimas antes de besarla con suavidad. Dania sintió el alivio recorrerla como un suspiro de esperanza.

Después de largas conversaciones, películas y silencios que decían más que las palabras, la noche finalmente los obligó a separarse. Diego se levantó, preparándose para irse, pero al bajar las escaleras se encontró con una figura familiar.

Camila.

—Buenas noches, señora —saludó con educación.

La sonrisa de la mujer fue más una mueca cargada de desprecio.

—Qué bueno verte de nuevo, Diego. Es un milagro que estés a salvo estando con un peligro como Dania.

Diego frunció el ceño. ¿Cómo podía esa mujer hablar así de su propia hija?

—Perdón, señora, pero yo no llamaría a Dania un peligro.

—Como quieras —respondió ella, con una indiferencia cruel—. Solo ten cuidado. No querrás que te pase lo mismo que a su padre.

Camila miró a Dania con una frialdad que le heló la sangre. Diego prefirió salir antes que seguir escuchando cómo hablaban mal de su novia, pero el dolor en sus ojos era evidente.

—Es increíble que tu madre siga sin aceptarte —murmuró.

Dania bajó la mirada, conteniendo sus lágrimas.

—Mi niña, ya te he dicho que te vengas a vivir con nosotros. No tienes que soportar esto. Los chicos no tendrían problema en que estuvieras con nosotros.

Diego le sostuvo la barbilla con ternura, obligándola a verlo.

—No puedo dejarla sola... —susurró Dania—. Sea lo que sea, ella es mi madre. La quiero, y no importa... no me iré de aquí.

—¿Aunque sufras? ¿Aunque te trate como si fueras cualquier cosa?

Dania asintió, derrotada. Diego solo pudo darle un beso en la frente antes de marcharse.

Pero dentro de ella, la furia hervía. Su madre estaba arruinando su vida.

Al cruzar la puerta de su casa, Dania se giró con el rostro endurecido por la rabia.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.