Era un sábado por la tarde cuando Tom y Anna decidieron salir a cenar.
La noche anterior, después de la inesperada interrupción de Anna en la clase de Tom, ella se había marchado del lugar con una sensación que no podía ignorar. Algo dentro de ella le gritaba que su relación se estaba desmoronando. La chispa que los unía antes se había apagado poco a poco, convirtiéndose en una sombra de lo que solía ser.
Cuando Tom llegó a casa, ambos se sentaron a hablar sobre la situación. Con voz pausada y medida, él le explicó que el trabajo lo tenía abrumado, que el cansancio lo consumía y que por eso había descuidado los preparativos de la boda. Le prometió que estaría más presente, que se esforzaría en hacerla sentir especial, que todo seguiría igual.
Pero Anna no sabía la verdad.
¿Cómo podría decirle que se estaba enamorando de otra persona? ¿Que cada vez que veía a Dania, algo dentro de él le susurraba que estaba perdido?
No podía hacerlo. Así que le mintió.
Anna, por su parte, decidió confiar en él, aferrarse a la esperanza de que lo que tenían seguiría intacto, después de tantos años juntos.
Por eso, cuando Tom la invitó a cenar aquella noche en un elegante restaurante, ella aceptó sin titubear. Tal vez el ambiente sería el adecuado para retomar conversaciones sobre la boda, quizás hablarían sobre su luna de miel. Quizás, solo quizás, todo volvería a la normalidad.
Tom vestía un traje azul marino impecable, mientras que Anna llevaba un vestido rojo que le llegaba justo por encima de la rodilla, ajustándose a su figura con una elegancia natural.
Al llegar, Tom se acercó a la recepcionista.
—Buenas noches, tengo una reservación a nombre de Thomas Miller .
La anfitriona los guió hasta su mesa.
Pero entonces, la sorpresa los golpeó de lleno.
Justo al lado, otra pareja ocupaba una mesa contigua. Dos rostros familiares.
Dania.
Diego.
La tensión se instaló en el aire antes de que cualquiera pudiera reaccionar.
—¿Usted es Dania? —intervino Anna con una sonrisa afilada, adelantándose antes de que Tom pudiera detenerla—. ¿Él es su novio?
Diego había querido tener una última cena especial con Dania antes de partir a su siguiente viaje. Había elegido ese restaurante porque era el lugar donde sus padres se comprometieron treinta años atrás, un sitio significativo para él.
Dania tragó saliva con dificultad.
—Hola... Sí, soy yo, la alumna de su... prometido —las últimas palabras fueron casi un susurro—. Y sí, él es mi novio.
Sintió su cuerpo tensarse. Ver a Anna tan cerca, mirarla de frente, ver su belleza impecable, la seguridad con la que se movía... Le hizo comprender lo evidente: era la mujer perfecta para Tom.
Y ella, ¿qué hacía ahí? ¿Qué significaba haberlo besado, cuando él ya tenía un compromiso?
Dania apartó la vista rápidamente. Su mirada se encontró con Tom, pero él estaba de la mano con Anna. Sintió el peso en su pecho crecer, la urgencia de no mirar más. Bajó la mirada, el nudo en su garganta volviéndose más difícil de ignorar.
Diego interrumpió el silencio incómodo.
—Cariño, ¿no nos vas a presentar?
—Sí, claro... —Dania se levantó con torpeza y cruzó mirada con Tom—. Cariño, te presento a mi profesor Tom, que días antes ya te había mencionado, y a su hermosa prometida, la futura señora Miller , Anna.
El estómago de Tom se revolvió al escuchar esas palabras.
—Él es mi novio, Diego.
Los saludos de cortesía se intercambiaron.
—Qué linda pareja hacen —comentó Anna con naturalidad—. Recuerdo cuando Tom y yo también éramos novios adolescentes. Espero que duren mucho tiempo y después se comprometan.
Tom comenzó a ahogarse con su propia saliva.
Anna le dio palmaditas en la espalda con una sonrisa condescendiente.
—Tranquilo, cariño. Solo les deseo lo mejor.
Dania sintió el aire volverse pesado.
—Seguiremos sus deseos... —contestó Diego, sin notar la incomodidad de su novia—. Espero que estemos en la lista de invitados para su boda.
Las palabras hicieron que Dania se ahogara. Tosió, tratando de recuperar el aliento.
—Por supuesto que estarán invitados —confirmó Anna con una sonrisa dulce, mientras Dania recuperaba el control.
—Fue un gusto verlos, espero que nos veamos pronto. Hasta luego —se apresuró a decir Tom, y sin más, tomó del brazo a Anna y la llevó hasta su mesa, alejándolos de esa escena incómoda.
Aquella noche, que se suponía mágica, se había convertido en una pesadilla.
Tom y Dania, cada uno con su propia pareja, atrapados en una situación que no podían controlar.
Y ambos, en silencio, preguntándose:
¿Qué más podría salir mal?

Después de aquella incómoda velada, el destino había decidido volver a cruzar a Dania y Tom en la escuela.
En la clase de Tutorías, donde él impartía lecciones, ni siquiera se atrevieron a cruzar miradas. No hubo palabras, solo un silencio espeso que hacía cada minuto más insoportable.
Parecía que todo lo que había pasado estaba colgando de un hilo invisible entre ellos, un hilo que ambos se negaban a reconocer.
No fue hasta la hora del almuerzo que el destino volvió a jugar con ellos.
Tom recorría los comedores de la escuela, repletos de estudiantes conversando entre ellos, disfrutando de sus comidas sin preocupaciones. Pero entonces, a lo lejos, sus ojos encontraron una cabellera castaña familiar.
Dania.
Estaba sentada junto a Katy, su fiel amiga, riendo con tranquilidad.
Tom no supo en qué momento comenzó a caminar hacia ellas, simplemente lo hizo.
Se detuvo a una distancia considerable, el suficiente para escuchar su conversación sin ser descubierto.
—La verdad es que ese restaurante al que me llevó es hermoso, además de que es muy especial para él —escuchó decir a Dania.
Tom sintió una punzada en el estómago.
—Ay, amiga, qué suerte la tuya —contestó Katy, con una sonrisa entusiasta—. Encontraste a alguien como Diego: un muchacho guapo, de buena familia, detallista, respetuoso... y sobre todo, te ama como si nunca hubiera amado a nadie más. Es decir, Diego es el estándar para cualquier chica de nuestra edad. Ojalá algún día alguien me quiera como él te quiere a ti.