¿estas conmigo o Estas fuera?

Persona Anónima

Dania comenzó a abrir los ojos lentamente, sintiendo la calidez de una mano acariciando su cabello. Su visión borrosa poco a poco se fue aclarando y, al observar a su alrededor, notó las paredes blancas, una mesita de noche con un frutero y un ventilador con lámpara colgando del techo. La cama bajo su cuerpo era increíblemente cómoda, pero algo no encajaba. No estaba en su casa.

El peso de la realidad cayó sobre ella como un golpe repentino: estaba en una habitación de hotel.

—Buenos días, chiquilla traviesa —susurró una voz masculina antes de depositar un beso en su mejilla.

Dania reconoció la voz de inmediato. La noche anterior había estado cenando con Tom en un restaurante y, tras salir, un beso inocente había sido el primer paso hacia algo mucho más profundo. Ahora, despertaba entre sábanas de hotel, con los recuerdos de la noche aún frescos en su mente.

—Buenos días, Tom —respondió con una sonrisa radiante—. ¿Qué hora es? —preguntó al notar la luz del sol golpeando intensamente la ventana.

—Las 11:30 a. m. —respondió él, despreocupado.

La respuesta la alarmó. Intentó incorporarse de inmediato, pero al hacerlo, se encontró con un problema: estaba desnuda, envuelta apenas por un par de sábanas. Tom, al notar su intento de levantarse, tomó una bata de seda del perchero y la extendió hacia ella.

—Toma, ponte esto.

Dania la aceptó con rapidez y se la puso antes de salir de la cama. Se dirigió al baño, donde sus manos instintivamente buscaron su rostro. Se veía demacrada. Mientras se observaba con atención, Tom, al otro lado de la habitación, se acercaba al vestidor para cambiarse. Sin embargo, antes de que pudiera ponerse la camiseta, un grito desgarrador retumbó en la habitación.

Tom reaccionó de inmediato, corriendo hacia el baño. Al llegar, la encontró paralizada frente al espejo, con el rostro teñido de horror. Su mirada estaba clavada en un punto concreto de su reflejo.

—¿Qué ocurre, chiquilla? ¿Por qué el grito? —preguntó, desconcertado.

Dania giró bruscamente y le lanzó una mirada cargada de indignación.

—¿Todavía lo preguntas, Thomas Miller ? —espetó, su voz afilada como una cuchilla.

Sin decir más, apartó parte de su bata y reveló su cuello. Justo debajo de la línea de su mandíbula, un chupetón rojo intenso marcaba su piel.

—Es solo algo pequeño —intentó justificarse Tom con una sonrisa ladeada.

Pero Dania no estaba dispuesta a dejarlo pasar. Bajó aún más la bata, hasta la altura de sus pechos, revelando un camino de chupetones que descendían por su cuerpo y se perdían bajo la tela.

—¿Yo hice eso? —murmuró Tom, sorprendido, pasando los dedos sobre una de las marcas.

—Y hay más en otras partes —aseguró ella, con un deje de reproche en su voz.

—No tienes derecho a reclamar, mira —replicó Tom con una sonrisa traviesa antes de desabrocharse la playera y quitarse la prenda, girándose para mostrarle la espalda. Arañazos profundos recorrían su piel, evidencia de uñas largas y desenfreno.

—Auch... ¿Yo hice eso? —fingió dolor con una mueca exagerada.

Tom volvió a abotonarse la playera y, sin perder el tiempo, se acercó a Dania. La rodeó con sus brazos desde atrás, pegando su cuerpo al de ella. Su aliento cálido acarició su oído antes de susurrar:

—Sabes... me da gusto que tengas esas marcas. Eso demuestra que ya eres mía, chiquilla traviesa.

Sus labios descendieron con suavidad sobre el cuello de Dania, besándolo con lentitud. Ella cerró los ojos, sintiendo la electrizante cercanía de su profesor.

—Lo mismo digo, profesor Miller... —susurró con una sonrisa traviesa—. Ya soy suya. Me tienes atrapada en tu red.

Posó las manos sobre el pecho de Tom y lo besó, intensa y apasionadamente. Sin embargo, cuando el momento amenazaba con arrastrarla nuevamente, se separó de su abrazo.

—Pero ya es tarde, y tengo que regresar a mi casa.

Tom la observó alejarse hacia el vestidor, dejando en el aire la tensión de sus palabras.

Diez minutos después, Dania regresó. Había dejado sus zapatos en la habitación y ahora los necesitaba. Encontró a Tom completamente vestido, agachado mientras se ponía sus tenis.

—¿De verdad tienes que irte? Podríamos almorzar algo, tal vez... —sugirió él, mirándola con deseo contenido.

—Mi madre debe estar esperándome en casa. Quizá no me quiera, pero seguramente me buscó desesperada toda la noche.

Tom bufó.

—Venga, dile que no vas a llegar.

Dania soltó una carcajada sarcástica.

—¿Y qué quieres que le diga? ¿"Mamá, me estoy viendo con mi profesor de bachillerato, ¿con el que tengo sexo en su oficina y en un cuarto de hotel"? —respondió, cada palabra impregnada de ironía.

Tom no pudo evitar reír.

—Créeme, cariño, eso no saldría nada bien.

Dania terminó de vestirse, le regaló un último beso y, sin mirar atrás, salió de la habitación, dejando a Tom solo.

Katy abrió la puerta de golpe sin pensar en tocar primero, pero tan pronto como sus ojos captaron la escena ante ella, sintió un calor subirle al rostro.

—¡Perdón, perdón! ¡Debí tocar antes de entrar! —exclamó, tapándose los ojos con ambas manos mientras retrocedía apresuradamente y cerraba la puerta de la oficina de Tom.

Dania, con el corazón acelerado, apenas tuvo tiempo de acomodarse la blusa antes de salir corriendo tras su amiga.

Katy había estado buscándola por todo el colegio sin éxito. Primero revisó los pasillos, luego el patio, incluso preguntó a algunos compañeros si la habían visto. Finalmente, se le ocurrió que Dania podía estar en la oficina del profesor Tom, ya que ese día comenzaba su castigo con él. Caminó directo hacia la puerta, escuchó la voz de su amiga al otro lado y, sin pensarlo demasiado, entró.

Pero jamás imaginó lo que vería.

Dania y el profesor Tom estaban demasiado cerca. Se estaban besando. Y no era un simple beso. La intensidad del momento lo decía todo.




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