¿estas conmigo o Estas fuera?

Segunda vida

Un día más en la vida de Dania, y solo faltaban unos cuantos para su esperada graduación. Los nervios la acompañaban desde que abrió los ojos esa mañana. Ya tenía todo planeado: el vestido perfecto, los tacones que combinaban a la perfección, la cita para el maquillaje y el peinado. Todo estaba listo, excepto una cosa... la verdad que aún guardaba en silencio.

Esa misma tarde, iría con Katy a hacerse la prueba definitiva. Aunque ya lo sabía en su corazón, necesitaba confirmarlo. Afortunadamente, su vientre aún no mostraba señales evidentes, lo que le permitía disimular el embarazo sin levantar sospechas.

Después de hablarlo detenidamente con Katy, Dania había tomado una decisión: le contaría a Tom el mismo día de la graduación. Imaginaba su reacción, soñaba con verla reflejada en sus ojos. Él sería el más feliz de todos, lo sabía. En su mente, construía un futuro junto a él: un compromiso, una casa con jardín, dos perritos, tres gatitos y un conejo blanco. El bebé crecería rodeado de amor. Tom le enseñaría a caminar, a andar en bicicleta, a soñar.

Pero por mucho que Dania quisiera que todo eso fuera cierto, sabía que la realidad era otra. Seguía siendo su alumna. Y ese simple hecho lo complicaba todo.

Después de terminar sus primeras clases, la profesora Miranda les dio un tiempo de descanso. Dania miró la hora. Sabía perfectamente que Tom tenía un espacio libre en ese momento. Seguramente estaría en su oficina.

Con paso firme, caminó por los pasillos, asegurándose de que nadie la siguiera. Al llegar frente a la puerta, se acomodó el cabello, alisó su ropa y respiró hondo. Cuando se sintió lista, entró.

Tom estaba sentado tras su escritorio, revisando documentos escolares. Al levantar la vista y verla, su rostro se iluminó con una sonrisa genuina. Se levantó lentamente, caminando hacia ella. Con cada paso, Dania sentía cómo su cuerpo se tensaba. Él lo notaba... y le encantaba provocar esa reacción en ella.

Al llegar frente a ella, acercó su rostro al suyo. Sus respiraciones se mezclaban, sus narices se rozaban, y sus labios se encontraron en un beso. Un beso intenso, lleno de pasión y deseo contenido. No querían separarse. Aunque les faltara el aire, se aferraban el uno al otro como si el mundo pudiera desaparecer en ese instante.

Tom la tomó por la cintura con fuerza, sus manos descendiendo hasta sus muslos. Dania rodeó su cintura con las piernas, y él la cargó, llevándola hasta el escritorio. La sentó sobre él, sin importarle los papeles que cayeron al suelo.

—Tengo que regresar a clases —murmuró Dania, deteniendo el beso con dificultad.

Tom frunció el ceño, claramente molesto por la interrupción.

—Vienes a mi oficina solo a provocarme. Eres una traviesa —dijo con picardía, acariciando su mejilla.

—Solo venía a decirte que te amo demasiado, Tom. Quiero que esto dure toda la vida.

Tom la miró con ternura. Sus ojos brillaban con sinceridad.

—Yo también te amo, chiquilla. Sobre todas las cosas, te amaré siempre.

Se quedaron en silencio, mirándose. No necesitaban decir más. Sus miradas lo decían todo. En esos momentos, cuando estaban solos, podían ser ellos mismos. Podían amarse sin miedo.

Dania deseaba que ese amor nunca terminara. No era su primer amor, pero sí el que quería conservar para siempre. Tom, por su parte, sentía una extraña inquietud. Como si algo pudiera salir mal. Pero cada vez que se recostaba sobre el pecho de Dania, esa sensación desaparecía. Ese lugar se había convertido en su refugio.

"Nada dura para siempre." Esa frase resonaba en algún rincón de sus pensamientos. ¿Sería una advertencia? ¿Una sombra sobre su felicidad? Su amor era tan perfecto que parecía imposible que no hubiera algo dispuesto a romperlo.

Y, en efecto, a unos cuantos metros de la oficina, alguien los observaba.

Oculta tras una columna, una figura sostenía una cámara fotográfica. El lente apuntaba directo a la ventana de la oficina. El obturador sonó apenas, capturando el momento exacto en que Tom y Dania se besaban, se abrazaban, se amaban.

La imagen ya estaba guardada.

Y con ella... el principio del fin.

La tarde era tranquila, se respiraba paz y tranquilidad, los alumnos de Tom prestaban demasiada atención en su clase y en la clase de Dania todo era risas y despedidas.

Tom, continuaba dando su clase a los alumnos de primero, explicaba sus temas detalladamente sin ninguna preocupación.

—Buenas tardes, Profesor Miller— la voz del profesor Jorge resonó en el salón de clases interrumpiendo la clase.

—Dígame, ¿ocupa algo profesor?

—La directora necesita verlo en este momento.

—Claro, solo le dejo un trabajo a los jóvenes y voy en camino.

—No es necesario, viene en camino un profesor de suplente, su junta con la directora va durar más de lo esperado, se trata de un tema delicado.

El corazón de Tom comenzó a palpitar muy rápido, tenía un mal presentimiento de la situación, pero decidió mantener la calma.

La atmósfera en la oficina de la directora era sofocante. El aire parecía más denso, como si la verdad que estaba a punto de revelarse lo hubiera cargado de electricidad. Tom entró con el corazón acelerado, sintiendo que algo no estaba bien. La directora lo esperaba tras su escritorio, con una expresión que no dejaba lugar a dudas: decepción, firmeza... y algo más. Algo que Tom no lograba descifrar.

—Buenas tardes, profesor Miller. Tome asiento —dijo con voz firme, sin levantar la vista de los documentos que tenía frente a ella.

Tom obedeció, sentándose lentamente, como si cada movimiento pudiera desencadenar una catástrofe.

—Profesor Jorge, puede ir a buscar a Dania Almeida, dígale que necesito hablar con ella— le indico la directora y el profesor hizo caso.

Tom al escuchar el nombre de Dania, sabía que algo se encontraba mal.

—¿Sucede algo, directora?

Ella se quitó los lentes, los colocó con cuidado sobre el escritorio, y lo miró directamente a los ojos.




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