¿estas conmigo o Estas fuera?

Un amor falso

Dania ya se encontraba en casa de Katy; había llegado hace un par de horas. Estaba en el sofá de la entrada, perdida en sus pensamientos. ¿Qué está pasando en mi vida? Se esforzaba por encontrar una respuesta clara, pero al intentarlo, comenzó a llorar. Sus lágrimas caían sin control, reflejo del dolor y la incertidumbre que la invadían. Esta vez, se permitió desahogarse, pero no sola, sino en compañía de Katy, quien, al verla en ese estado, no dudó en acercarse y abrazarla con fuerza, transmitiéndole su apoyo sin necesidad de palabras.

El calor del abrazo de Katy le dio a Dania un poco de consuelo. A veces, el silencio era la mejor respuesta. Por unos minutos, permanecieron así, sin hablar, solo sintiendo la presencia de la otra. Katy entendía que no siempre se necesitaban consejos o explicaciones, sino simplemente un espacio seguro para expresar el dolor.

Tras unos instantes, Katy se levantó con suavidad, dirigiéndose a la cocina. Dania la observó sin decir nada, su mente aún sumida en el torbellino de pensamientos. Katy regresó poco después con un vaso de agua y se lo extendió.

—Toma, esto te ayudará a calmarte un poco —dijo con voz suave.

Dania tomó el vaso entre sus manos temblorosas y bebió un pequeño sorbo. Luego, exhaló un suspiro largo antes de mirar a su amiga con ojos enrojecidos.

—Katy, en verdad no quiero causar molestias —expresó con voz apagada.

Katy negó con la cabeza y tomó la mano de Dania entre las suyas.

—Para nada, amiga. Eres bienvenida siempre. Además, necesitas mi apoyo en estos momentos, y no te dejaré sola —respondió con una sonrisa reconfortante. Luego abrazó a Dania nuevamente, esta vez con más fuerza, como si con ese gesto quisiera transmitirle toda la seguridad que necesitaba.

Dania se sintió un poco mejor. Tener a alguien que la escuchara, que no la juzgara y que simplemente estuviera ahí, era un alivio inmenso.

Cuando se sintió lista, comenzó a hablar. Le contó todo a Katy, desde el inicio: su romance con Tom, cómo Anna se enteró de la relación, el problema con Finn y Jack, la nota que llegó a la directora y, sobre todo, el proceso de su embarazo. Cada palabra salía con dificultad, como si estuviera reviviendo cada momento al mencionarlo. A medida que hablaba, su voz temblaba, sus manos se crispaban, pero continuó. Necesitaba desahogarse por completo.

Katy la escuchó atentamente, sin interrumpirla, dejando que su amiga soltara todo lo que llevaba dentro. Cuando Dania finalmente terminó, un silencio pesado llenó la habitación.

—¿Me estás diciendo que todo esto sucedió por las notas anónimas que llegaron a manos de estas personas? —preguntó finalmente Katy, tratando de procesar toda la información.

Dania asintió con lentitud.

—Sí, Katy. Hay alguien que me ha estado espiando y robando mi información, y ahora arruinó mi vida.

Katy frunció el ceño, sumida en sus pensamientos. Intentó pensar en alguien que pudiera ser capaz de semejante acción, alguien que odiara tanto a su amiga y tuviera los recursos para hacer algo así. Sin embargo, no lograba imaginar quién podría ser. Las posibilidades eran pocas, pero no quería descartar ninguna.

Finalmente, suspiró y miró a su amiga con ternura.

—Amiga, creo que por hoy ha sido demasiada información. Mejor vamos a dormir —dijo con voz tranquila.

Dania asintió. Su cuerpo estaba agotado, no solo físicamente, sino emocionalmente. Katy se levantó y la acompañó hasta la habitación de invitados, donde ella dormiría. Dania se preparó para acostarse, pero antes de hacerlo, miró a Katy con gratitud.

—Gracias por escucharme —susurró.

Katy sonrió y le acarició la mano.

—Siempre estaré aquí para ti —aseguró antes de apagar la luz y dejar que su amiga descansara.

Dania se acomodó en la cama y cerró los ojos, permitiendo que, por primera vez en mucho tiempo, el sueño la envolviera con cierta paz.

Los murmullos de la gente resonaban por todo el aeropuerto; la voz del despachador de vuelos era la que más destacaba.

—Pasajeros con destino a Londres, favor de abordar por la puerta número 4 —anunció por el altavoz.

Entre la multitud, había alguien esperando ese vuelo con ansias. Se trataba de Tom, quien urgía salir lo antes posible de Brasil. Se levantó de la sala de espera, acomodó su traje, echó un último vistazo al boleto y revisó la hora. Su corazón latía con fuerza. La sensación de huida era inevitable. Londres no representaba solo un cambio de ciudad, sino un nuevo inicio... o quizá un escape.

A lo lejos, se escuchaba el sonido de unos pasos acercándose; con cada movimiento, los tacones altos golpeaban el suelo con firmeza, resonando entre el bullicio del aeropuerto.

Tom alzó la vista justo a tiempo para ver a Anna acercarse con la misma elegancia de siempre. Su cabello caía sobre sus hombros con naturalidad, y su mirada, intensa como pocas, se posó sobre él.

—Vaya, creí que nunca llegarías —dijo Tom con una leve sonrisa, aunque su voz delataba una mezcla de impaciencia y nerviosismo.

—Solo fueron un par de minutos, Tom —respondió ella con tono tranquilo, aunque sus ojos parecían leer más allá de su simple comentario.

Tom asintió y echó un vistazo alrededor. La sala de espera se vaciaba poco a poco mientras los pasajeros se dirigían a la puerta de embarque.

—Vámonos, o perderemos el vuelo, Anna —habló Tom con seriedad, aferrando su maleta como si con ello pudiera contener la ansiedad que lo invadía.

Así es, la mujer que acompañaba a Tom en este vuelo a Londres era Anna, su expareja. Una historia que debía quedar en el pasado, pero que ahora, por razones que solo ellos entendían, debía repetirse.

—Espera, para que todo sea creíble falta algo, ¿no? —dijo ella con un ligero tono juguetón, señalando su dedo anular.

Tom la miró con frialdad durante unos segundos. Respiró hondo y sacó de su bolsillo un costoso anillo de compromiso. Sin decir palabra, lo deslizó en el dedo de Anna. No era solo un accesorio, era un símbolo de la historia que estaban construyendo... o del engaño que estaban creando.




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