5 meses después
Han pasado cinco meses desde que Tom y Anna llegaron a Londres. Se establecieron en una de las casas que Tom poseía en las afueras de la ciudad, una residencia imponente, de techos altos y ventanales oscuros, perfecta para esconderse de la policía británica. Pero no era solo una guarida: aquel lugar, con su elegante pero fría decoración, se había convertido en un recordatorio de la vida que Tom había elegido.
Todo estaba en orden. Sus negocios continuaban operando con la misma fuerza de siempre, sin que su repentina salida de la ciudad años atrás hubiera tenido consecuencias irreparables. Sin embargo, aquel éxito tenía un costo. La razón por la que huyó a Brasil fue porque la policía estaba pisándole los talones, obligándolo a esconderse en un país latinoamericano donde nadie lo conocía. Pero lo que jamás imaginó era que aquel exilio lo marcaría de una forma que ni el tiempo ni la distancia podían borrar.
Ahora había vuelto, dispuesto a enfrentar a todos sus enemigos. Pero antes de desatar la guerra, debía cumplir con su compromiso más inmediato: su boda.
Se observó en el espejo mientras se acomodaba el traje negro que Anna había elegido para él. Aquel traje lo sofocaba. Sentía el peso de la tela sobre sus hombros como si fueran cadenas. Todos los preparativos habían sido organizados por Anna. Ni siquiera le permitió opinar. No había lugar para dudas, ni para voluntad propia.
Un golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos.
—¿Puedo pasar? —preguntó Anna desde el umbral.
Tom giró lentamente y la vio allí, impecable. Vestida con un vestido blanco de encaje ajustado a su figura, un rostro impecable maquillado con precisión y una sonrisa que no era cálida, sino calculada.
—Se supone que no debo ver a la novia antes de la boda porque es de mala suerte —dijo con un tono irónico.
Anna rió suavemente, como si su respuesta le divirtiera, y se acercó para ayudarle con la corbata.
—Nada puede salir mal —susurró, mientras terminaba de ajustarla—. Recuerda que, para que tus negocios sobrevivan, debes cumplir con este compromiso hasta el final.
Tom la miró fijamente. Sabía que no había otra opción. Anna tenía contactos, poder e influencia. Y él necesitaba todo eso. Era un juego de supervivencia.
—El juez viene en camino. Ya debemos estar listos —añadió la mujer con un leve tono de advertencia antes de salir de la habitación.
Tom soltó un suspiro pesado, y justo cuando estaba a punto de salir, una voz conocida lo detuvo.
—¿Estás seguro de lo que vas a hacer, hermano? —preguntó Matheo, apoyado contra la puerta con los brazos cruzados.
Tom cerró los ojos un instante antes de responder.
—Sí, estoy seguro. Necesitamos las influencias de Anna para mantener los negocios activos.
Matheo lo observó con el ceño fruncido.
—Pero no la amas —insistió—. Vas a casarte con ella cuando en realidad amas a otra mujer. Una mujer que cambiaste por dinero.
Tom sintió un latigazo en el pecho. Su respiración se volvió más pesada.
—Créeme, me duele el alma cuando pienso en ella... Seguramente me odia.
El silencio se instaló entre ellos. Matheo lo estudió unos segundos antes de dar un paso adelante y apoyarle una mano en el hombro.
—Por favor, busca información sobre Dania. Necesito saber qué ha pasado con ella.
Matheo asintió con firmeza.
—Claro, hermano, estaré pendiente y te avisaré de todo.
Tom tragó saliva. Su mandíbula se tensó. Aquel nombre, "Dania", era una herida aún abierta.
—Gracias, Matheo, por acompañarme.
El joven le dedicó una mirada de complicidad y luego se apartó.
Matheo era su hermano, no de sangre, pero sí de vida. Habían crecido juntos, y Tom lo había adoptado como tal. Matheo era joven, de piel blanca, ojos marrones y cabello rizado en un tono café. Tenía un carisma natural, una actitud confiada, y aunque solía tomarse la vida con ligereza, en ese momento su expresión estaba cargada de una preocupación genuina por Tom.
Ambos hombres salieron de la habitación, caminando hacia la recepción de la ceremonia. La noche avanzaba, y el destino que Tom había elegido se volvía irreversible.

En un departamento bastante amplio, se estableció una pareja de amigas, chicas recién llegadas a la gran ciudad de Londres. Ambas se encontraban felices a pesar de las malas noticias. Dania había tratado de dejar atrás su pasado con Tom, pero dentro de ella persistía una leve esperanza de reencontrarse con él y poder aclarar todo para formar una bella familia.
Katy comenzó a trabajar en la ciudad en una gran empresa, ejerciendo como licenciada en marketing, la misma carrera que estudió Dania y que próximamente ejercerá junto con su amiga.
Ambas chicas estaban en la sala del departamento. Dania, sentada en su sofá personal, ahora con siete meses de embarazo, tenía un vientre que había crecido demasiado, lo que le impedía realizar muchas actividades y hacía que las pocas que lograba fueran muy difíciles.
Charlaban tranquilas sobre cómo les había ido en su día laboral, reían y se mantenían estables, pero de alguna forma la vida parecía no querer verlas felices.
Al teléfono de Dania llegó nuevamente una fotografía de un número desconocido, esta vez diferente a la anterior. Sus dedos temblaron al desbloquear la pantalla y abrir el mensaje. Su respiración se detuvo por un instante.
La imagen la golpeó como un puñetazo directo al pecho.
Tom y Anna. Tom y Anna vestidos de novios, sonriendo ante una ceremonia que ya había terminado. Una felicidad ajena, que jamás compartiría con él. Bajo la fotografía, una pequeña nota parecía burlarse de su dolor:
"Felicidades a los recién casados."
Esa diminuta frase bastó para desmoronar lo poco que quedaba de su estabilidad emocional. Un escalofrío recorrió su espalda, seguido por una opresión sofocante en su pecho. De repente, todo el aire de la habitación parecía desaparecer. La respiración se le entrecortó. Sus manos se aferraron con desesperación al teléfono, como si con solo apretar el dispositivo pudiera cambiar la realidad.