¿estas conmigo o Estas fuera?

Bienvenido pequeño Theodore (Final primera parte)

Dania y Katy llegaron rápidamente a urgencias. En la recepción, Katy, con el corazón acelerado y la respiración entrecortada, exigió desesperadamente que atendieran a su amiga. Dania estaba embarazada. Dania estaba sufriendo. Dania estaba en peligro.

—¡Por favor, ayuden a mi amiga! ¡Está embarazada y siente mucho dolor! —gritó, aferrando los brazos de la recepcionista, sin importarle si la miraban con alarma.

Las enfermeras reaccionaron de inmediato y corrieron hacia Dania, quien apenas podía mantenerse en pie. Su rostro estaba pálido, bañado en sudor frío, y su respiración era errática, entrecortada por el miedo y la agonía de su vientre punzante.

—Dania, respira, tranquila... —susurró Katy, sosteniéndola, pero ella apenas podía escucharla.

El médico llegó en cuestión de segundos, su expresión grave al ver el estado de la joven. Sin perder tiempo, ordenó que la llevaran a una sala de emergencias. Las enfermeras rodearon a Dania, ayudándola a subir a una camilla, mientras ella apenas tenía fuerzas para sostener su propio cuerpo.

Katy, impotente, se quedó en la sala de espera, viendo cómo se llevaban a su amiga. El miedo la devoraba. Se mordía las uñas, caminaba de un lado a otro, su mente corriendo con posibilidades devastadoras. ¿Y si era demasiado tarde? ¿Y si algo malo pasaba? ¿Y si Dania... o el bebé...? No podía terminar ese pensamiento. No quería.

Los minutos transcurrían con una lentitud insoportable. Cada segundo que pasaba parecía una eternidad.

Finalmente, después de un tiempo que se sintió interminable, el doctor salió con una expresión seria. Katy sintió el aire atascado en su pecho.

—¿Es usted familiar de Dania? —preguntó el médico.

—Sí, soy su amiga —respondió rápidamente, su voz temblorosa—. ¿Cómo está? ¿Y el bebé?

El doctor hizo una pausa antes de responder, como si sopesara sus palabras. Y Katy supo que la noticia no sería buena.

—El estrés que sufrió la joven provocó que su parto se adelantara —informó con tono grave—. Lo siento, pero en estos casos ambos corren un gran peligro.

Las palabras cayeron sobre Katy como un balde de agua helada. Su cuerpo se tensó, y una punzada profunda recorrió su pecho. No. No podía ser. No podía ser real. Sintió que su visión se nublaba, que su garganta se cerraba, como si su propio cuerpo se negara a aceptar esa verdad.

Dania y su bebé estaban en peligro.

—Doctor... —susurró, pero luego su voz se convirtió en un grito desesperado—. ¡Haga todo lo posible para que ambos se salven! ¡Por favor! —suplicó, su voz temblando con cada palabra—. Se lo ruego.

El médico asintió solemnemente.

—Haremos todo lo posible. Comenzaré con la operación de inmediato —aseguró, antes de girarse y caminar apresuradamente hacia la sala de emergencias.

Katy quedó inmóvil en la sala de espera. El silencio se hizo insoportable. Todo su cuerpo estaba tensado por la angustia, y sus pensamientos eran una tormenta caótica. No podía quedarse quieta. No podía simplemente esperar.

Se cubrió el rostro con las manos, intentando controlar el temblor en sus dedos. Pero no podía. No podía.

Recordó las palabras de Dania sobre Tom. La rabia comenzó a invadirla. ¿Cómo podía alguien ser tan cruel? Decidió que, pase lo que pase, estaría ahí para su amiga y para el bebé. No permitiría que Dania enfrentara esto sola.

El jardín donde se celebraba la boda de Tom y Anna era un verdadero espectáculo. Las luces colgantes iluminaban delicadamente el espacio, proyectando un brillo cálido sobre los manteles blancos que cubrían las mesas elegantemente decoradas. Cada flor, cada detalle estaba colocado con precisión, diseñado para crear una atmósfera mágica, perfecta... o al menos, eso parecía.

Los invitados conversaban entre ellos con entusiasmo, intercambiando sonrisas y brindis mientras esperaban el gran momento. Todos estaban felices, ajenos a la tormenta que se libraba en el corazón de uno de los protagonistas de la ceremonia.

Tom ya se encontraba en el altar, con la vista fija en el pasillo por el que pronto aparecería Anna. Su traje negro le quedaba impecable, cada detalle en su atuendo reflejaba la elegancia que requería el evento. Pero a pesar de su apariencia perfecta, su alma estaba hecha pedazos.

Frente a él, el juez esperaba con el documento preparado. La tinta fresca sobre el papel esperaba la firma que sellaría el destino de dos personas. Y el destino de otra, que él aún no podía olvidar.

Los minutos transcurrieron con una lentitud insoportable. Hasta que finalmente, la música comenzó a sonar.

Canon in D inundó el jardín, y en ese instante, todas las miradas se dirigieron hacia la entrada.

Anna apareció, envuelta en un vestido blanco impecable, brillante bajo las luces del lugar. Avanzaba con gracia, con seguridad, con ilusión en sus ojos. Era su gran día. Su momento soñado. Cada paso que daba la acercaba al hombre con el que siempre quiso casarse.

Los invitados la observaban con admiración, murmurando lo hermosa que lucía. Anna sonreía radiante, convencida de que aquel día sería el más feliz de su vida.

Pero Tom no podía compartir esa felicidad.

Cada paso de Anna hacia él hacía que su pecho se apretara con una angustia silenciosa. Aquella escena no debía ser real. No debía estar ocurriendo.

"Debería ser Dania."

La voz en su cabeza era cruel y persistente. Debería ser Dania quien caminara hacia él. Debería ser ella quien usara el vestido blanco. Debería ser ella quien sonriera con la certeza de que él la amaba.

Anna llegó al altar y tomó las manos de Tom con delicadeza. Sus ojos lo miraban con amor, con ternura. Tom intentó sonreír, pero no pudo.

El juez alzó la voz con entusiasmo.

—Demos inicio a esta ceremonia, donde esta hermosa pareja unirá sus vidas en matrimonio —exclamó con solemnidad.

La ceremonia comenzó, y Tom sintió que su cuerpo se volvía de piedra. Lo que antes había sido una fantasía imposible, ahora era una realidad inevitable.




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