I S S A C
Las luces del club están más intensas de lo habitual, o por lo menos es lo que me parece.
La gente que se encuentra en el local es más, comparado con el fin de semana pasado.
— ¿Qué tipo de alcohol compraste? — me volteo para preguntarle a Adam quien viene caminando justo detrás de mi, prácticamente pisándome los talones.
El sonríe de forma burlona, hasta que se da cuenta que no es un chiste. Voy muy en serio.
— ¿En serio me estás preguntando? — el ceño arrugado enfatiza su desconcierto.
— Si, obvio.
— Era... ¿vodka? — interviene Matt, haciendo que el morocho nos mire raro a los dos.
— ¡Los dos no hacen uno completo! Y no, no era vodka.
Matt me mira a mi primero, luego a Adam y nuevamente volve a posar su mirada en mi. Es evidente que sigue sin entender. Bueno, yo tampoco lo entendía del todo.
— ¿Estamos en clases de italiano? — Ambos nos reímos, haciendo que Adam suelte un leve gruñido.
Para que tengan una idea de nuestras personalidades, les voy a mencionar tres personajes de tres libros diferentes. Bueno, para que tenga sentido tienen que haber leido los libros, pero estoy noventa y nueve coma nueva porciento seguro de que es así. Y antes de que se burlen, si, me gusta leer.
Matt es como Newt de Maze Runner. Adam es lo más parecido del mundo a Miles de Buscando a Alaska, lo único que morocho y con músculos pero yo nunca dije que me basaba en el físico, ¿no? Y yo, bueno, soy una versión 2.0 de Finch de All the bright places.
Un pequeño golpe me saca de mi fugaz pensamiento. Era Matt llamándome la atención para mostrarme a una chica que está apoyada en la barra.
— Si, muy linda. — contesto yo, principalmente para no quedar sin decir nada, aunque en realidad si era linda. Bastante linda.
— ¿Qué van a pedir? — pregunto distraídamente mirando la carta de tragos que estaba sobre el mostrador. Y con mirando la carta de tragos me refiero a mirar los precios porque soy lindo, cool pero no soy rico.
Matt se decide por whisky. Adam copia su acción. Yo, por mi parte pido una cerveza.
Con las bebidas en mano y un poco de mareo, nos arrimamos distraídamente al centro de la pista, donde las personas bailan al compás de la música. Suena por los altavoces una canción que se me hace conocida pero de la cual no sé el nombre porque definitivamente no está en mi playlist. De todas formas bailamos, moviendo los labios en una forma extraña de demostrar que sabemos la letra, que es nuestra favorita y que la cantamos en el auto todo el tiempo.
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Me alejo un momento de la multitud. La música se siente el doble de fuerte, y los sentidos se me van desvaneciendo de a poco.
Apoyo la espalda en la barra y me dispongo a observar todo a mi alrededor. Gente igual o más alcohólica que yo. Gente de todas las edades (algunos que ni siquiera deberían estar allí dentro). Gente en pareja. Gente como mis amigos.
Y es en este preciso momento en que me doy cuenta que pienso demasiado en ellos. Y que no me han dicho qué habíamos tomado antes de ingresar hace... dos horas.
Vuelvo a poner mi teléfono en el bolsillo trasero. Mi vista, que carece de coordinación, se dirige al centro de la pista. Si nunca han estados borrachos, me refiero a muy borrachos, no entenderían lo que es que tu ojos se muevan en cámara lenta, pero algo cercano sería... estar... drogado pero si nunca pasaron por lo primero dudo que hayan pasado por lo segundo, pero ¿quien sabe?
Al enfocar la vista veo algo. Bueno, alguien. Una chica hermosa con los labios rojos y un vestido negro, ceñido que es una obra de arte. Ambos, juntos, son una obra de arte. Y si, capas estoy exagerando un poco, pero es la chica más linda que he visto esta noche.
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— ¡Es la peor idea del mundo! — grita Adam tratando de hacer que entremos en razón.
— Lo decís como si nunca lo hubiéramos hecho.
Ambos están enfrentados. Hay una distancia de metro y medio entre ambos. Yo estoy mirando un partido de tenis, donde la pelota es decidir si debemos o no manejar en semejante estado de ebriedad.
— ¡Y así terminamos! — El morocho se tira el pelo tratando de mostrar frustración, mientras el rubio utiliza todas sus fuerzas para no soltar una carcajada. — ¡Pasamos toda una noche en la cárcel, pagamos una fianza de mil dólares, y a vos... — dijo apuntándome — no creo que te guste ir al baño cada cinco malditos minutos delante de todo el mundo!
Y reflexiono.
— Yo manejo — comento levantándome del cordón de la vereda.
Ambos se miran, meditan dos segundos y asienten encogiéndose de hombros.
— Bueno. ¿Tomaste otra cosa además de aquella cerveza?
— No .
Mentí, pero si no lo hacia no nos iríamos nunca. Ambos volvieron a mirarse. Por segunda vez en menos de un minuto estuvieron de acuerdo. Un milagro.
— Bueno, vámonos entonces.
Matt se frota las manos, Adam abre la puerta del copiloto y yo tomo asiento frente al volante. Acelerador, freno. Acelerador, freno. Acelerador, freno. Repito varias veces con los pies suspendidos sobre las palancas, intercalando uno y otro.
Volteo un poco la cabeza encontrándome a Adam con las cejas levantadas como diciendo: ¿estás esperando a que llueva? Sonrío levemente para seguido soltar un suspiro.
— Ustedes se acuerdan que no soy bueno coordinando, ¿no?
Mi vista va de Adam a Matt varias veces. Ellos están tranquilos, imperturbables. Como si les hubiera dicho que mañana tenía examen. Yo, obvio, no ellos.
— ¿Qué significa? ¿Sabes manejar o no?
Pongo los ojos en blanco, muevo la cabeza restando importancia y enciendo el auto. Ningún problema por ahora. Me pongo en marcha.
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Llevo manejando un cuarto de hora lo más relajado que puedo, sin música. Cuando intenté prender la radio, Matt gritó desde el asiento de atrás que si tenía algún retraso ¿no sabía que estaba durmiendo? Así que, aquí estoy. Yo, yo y... yo, porque ellos duermen.
No me molesta. Por el contrario, me gusta mucho. Disfruto mucho de los viajes en auto. Ver el paisaje, escuchar música... Y podía concentrarme al cien en coordinar mis pies. ¡Han pasado dos meses desde que maneje por última vez!