Paseaba por los senderos angostos de Florencia, solo mis manos vacías y frías dentro de mis bolsillos me acompañaban, mi respiro congelado solo se escuchaba, lo demás puro silencio. El cielo estrellado junto a la luna llena guiaban mis siguientes pasos. Puente de arco hecho de piedra llegue, podía apreciar un pequeño riachuelo lleno de peces que pasaba por debajo de mí, y el maravilloso anochecer de Florencia. Me incline hacia abajo para ver los peces dejándome notar mi reflejo en el agua calmada. Desde lejos, una góndola junto a su remador se acercaba, no se distinguía muy bien la otra persona quien iba abordo sentado.
Mientras más se acercaba. Quien remaba y le daba rapidez a la góndola, no se le lograba ver su rostro por su camuflajeado atuendo de cuero, pero si quien iba sentada, se distinguía muy bien la hermosa silueta de una mujer cubierta en velo, solo sus ojos estaban descubiertos, mientras más cerca estaban de pasar por debajo del puente, su hermosa mirada se entrelazo con la mía, momento incomodo tuve el entre miradas, cada segundo parecían horas, Mi aliento se detuvo al notar que ella traía una mirada diferente y brillante, de color azul y al mismo tiempo verde.
Al notar su diferencia, la perdí de vista, enseguida me desplace hacia el otro lado del puente para una vez más ver sus radiantes ojos. Mientras la góndola se alejaba más y más, yo solo esperaba a que aquella damisela volteara para una vez más ver sus ojos de dos colores. Pero nunca llego a voltear.
Nuevamente continúe mi camino recordando la mirada de aquella damisela misteriosa. Tras cada paso que daba, una voz fuerte y poética escuche, aclarando su amor hacia el vino diciendo:
“Con vino bastante sirvo mis venas, que se embriague la pena, que yo quiero dormir con ella. Que besos sus despertares, y yo le dejo meterse en mis pensamientos”
No obstante, no alcanzaba ver aquel ser por el amor hacia el vino.
Mientras marchaba, en el suelo robusto, uvas sueltas por todos lados haciendo camino hacia una parroquia. Hermosa era su fachada, se alcanzaba ver varios dibujos renacentistas y clásicas de personas muy importantes de la edad media. Mientras que, por otro lado, pinturas góticas y religiosas narrando la historia acerca de la vida y la muerte.
A pocos metros en un rincón obscuro, salió de la nada una pequeña criatura inofensiva y asustada, dejando caer un racimo de uvas a mis pies intencionalmente. Al instante se detiene haciéndose ver, al verlo, me impresiono, era un pequeño sátiro. Pero no común y corriente, su color de piel era completamente blanco al igual que su pelaje. Por un momento note que se había detenido por el simple hecho del racimo de uvas. Cuidadosamente, me incline y tome el racimo con mi mano derecha y la estire hacia él. El pequeño sátiro asustado se me acercó lentamente, y con su pequeña mano temblorosa tomo el racimo de uvas.
al notarlo más de cerca, sus dedos, ojos, cuernos y pezuñas eran de mármol, quedando impresionado.
Se abrieron aquellas puertas enormes de la parroquia, una vez más la voz poética se oyó. Un ser de mármol, apuesto, sonriente, alto y desnudo salió. En su mano derecha llevaba una copa de vino derramándose, alzándola como si fuese lo más preciado en la vida, sus pasos no eran normales, daba la sensación que en cualquier momento su rostro estaría en el suelo. Al verme dijo riéndose:
“Si Dios se ofende con mis tragos mejor que me acompañe”
Aquel ebrio de mármol tomo camino hacia lo más oscuro de las veredas de Florencia. El pequeño sátiro, al ver a su fiel alumno, fue tras él. Yo sorprendido, despertó mi curiosidad decidiendo seguirlos. Mientras los seguía, observaba como aquel hombre de mármol caminaba de un lado a otro, parecía como si un titiritero lo estuviese manipulando, tropezaba de pared en pared, y con voz alta canto junto a su fiel sátiro:
“Hermanos de Italia, Italia despierta. El yelmo de Escipión, se ciñe a la cabeza. ¿Dónde está la victoria? Ofrezca la cabellera, que esclava de Roma, Dios la creó.
Sonriendo, en voz baja canté junto a ellos, me sentía confiado, y al mismo tiempo insólito. Plaza enorme, y un pintoresco carrusel atractivo en el centro, iluminado con farolas por cada esquina de la plaza, llegamos. Vueltas y vueltas daba el carrusel, y aunque no se detenía.
Aquel hombre amante del vino subió.
El cielo comenzó aclarar, las estrellas se desvanecían, luz cautivadora del sol emprendió, viento fresco dando la bienvenida de un nuevo amanecer.
Mientras cada gota de vino se le deslizaba en su brazo blanco de mármol, montado a uno de los caballos de madera del carrusel, nuevamente comenzó a cantar.
“Que bella cosa es un día de sol. El aire sereno después de la tempestad. Por el aire fresco parece una fiesta. Que bella cosa es un día de sol. ¡Pero hay!!! Otro sol más bello. Oh mi sol lo tengo de frente en ti. Esta en frente de ti”
El sátiro con las manos manchadas de uvas, y con una adorable sonrisa, corrió hacia el carrusel, montándose a uno de los caballos de madera, comenzó a cantar junto a su fiel alumno Baco. A pocos metros, veía a los dos divirtiéndose y cantando en el carrusel como un par de niños, se veía gracioso.
Un gran reflejo llamo mi atención, y de los demás. Corcel de bronce junto a su jinete emperador a un lado vestido de túnica llegaron. Aquel jinete a punto de amarrar a su corcel a un palenque, detiene su mirada hacia nosotros, veía como el sátiro y Baco montados en el carrusel observaban a su caballo asombrados, incluyéndome, sonríe por un momento y lo deja suelto. Se da la vuelta, entrando a una taberna.
Enseguida, Baco y el sátiro, corrieron hacia el caballo de bronce para así, poder acariciarlo y montarlo. Dos seres de mármol montados en un corcel de bronce galopando por toda la plaza. Eso veía yo.