Este es mi Karma

3. El mundo está lleno de sorpresas

Le conté a Rosita lo ocurrido la noche anterior; no oculté ningún detalle, incluso le dio risa cuando mencioné que había buscado información en internet sobre cómo atender a la bebé. Ella escuchó atentamente, y no espero hasta que terminara de contarle todo para darme su punto de vista.

—Creo que se trata del destino —dice ella, una vez finalizo mi relato.

—¿El destino? —le pregunto. Si el destino hubiese querido que fuese madre me hubiera mandado a un hombre para construir esa familia que dentro de su fuerza universal tenía planeado para mí.

En este punto me siento como la Virgen María, y una sonrisa se dibuja en mi interior, pero la contengo para mantener la seriedad del asunto.

—Sí, es probable; solo estoy divagando, niña —responde y dibuja una sonrisa, haciendo que suelte un poco de tensión y le devuelva la sonrisa.

A veces, siento que la llegada de Rosita fue como un regalo enviado del cielo; no soy una persona demasiado creyente, pero aquel pensamiento sobre su presencia, se me antoja como una idea milagrosa; como un regalo del cielo para mi vida, cumpliendo no solo el trabajo para el cual fue contratada, sino para desarrollar ese rol materno que necesito en mi vida y, aunque tengo contacto con mi madre todos los días, para mí ella es como una segunda madre.

—Pero tengo una pregunta importante —señala Rosita, volviendo a su semblante de seriedad—. ¿Quieres conservarla? ¿Has llamado a la policía? ¿Cuestionado más allá de estas cuatro paredes?, y no me refiero a tu amiga Sara...

—Sí, entiendo —la interrumpo—, he estado pensando en el tema mucho tiempo. Me sentiría como un monstruo abandonándola y, como abogada, tengo mis razones para no fiarme de las instituciones que se encargan de los menores abandonados.

—Yo tampoco me fio de eso —agrega—, dicen que esos niños viven peor que los presos de las cárceles, aunque son solo rumores. —Y arruga su nariz para reforzar sus palabras.

—No lo sé, sería lo más racional en estos momentos, pero como estoy diciendo, una parte de mi quiere adoptarla o buscar una familia que sí quiera tenerla, pero tengo muchas dudas, quisiera investigar más antes de tomar una decisión definitiva; por otro lado, el trabajo me consume y no quiero abusar de tu confianza, pero si es necesario, te aumentaré el salario.

Rosita asiente y ese movimiento de cabeza me confirma que está de acuerdo en todo lo que ha dicho, o al menos en la mayoría.

—Investiga y sigue con tu vida, por lo pronto me ocuparé de la pequeña —indica, enfocando su mirada en la personita que tiene entre sus brazos—. He criado tres hijos y siento que he hecho un gran trabajo, y mientras decides qué hacer, me ocuparé de ella. —Estoy a punto de responderle, pero no deja que hable—. Y no, no es una carga para mí, como te digo, siempre hay algo que hacer, además no necesito más dinero. Ahora, arréglate, vas tarde a la oficina.

—Gracias, muchas gracias, Rosita —digo y la envuelvo en mis brazos.

No sabría qué hacer sin ella. Le debo demasiado.

—¿Cuál es su nombre? —me pregunta, antes de ponerme en marcha.

No lo había pensado, pero me tomo un segundo para pensar en ello; en la canasta no venía ninguna nota, y la cobija no tiene ningún nombre bordado o escrito.

—Sofía —respondo con una sonrisa.

Sofía, como mi abuela paterna, quien acaparó mi atención en ella desde que era una niña.

・・・★・・・

Todas las mañanas, Danilo, mi vecino del apartamento 501, me lleva hasta la oficina. Todos mis ahorros se fueron en la compra del apartamento y no tengo deseos de comprar un vehículo, al menos a corto plazo. Conducir en Bogotá es un caos de proporciones colosales: el tráfico, el clima inestable y las motocicletas que no respetan las señales de tránsito, son razones suficientes para no tener mi propio vehículo. Danilo me lleva cada mañana y, a cambio, le doy asesoría jurídica en un proyecto en el que lleva trabajando ya varios meses.

Danilo está en proceso de divorcio, tiene un hijo y es administrador de empresas, es un hombre alegre y dicharachero; si bien no me atrae, logramos congeniar desde que nos conocimos, creando en ambos una buena amistad. Actualmente vive solo y, aunque no somos los mejores amigos, a veces me pide consejos personales o me invita a tomar té y hablar de aspectos personales, por el simple placer de desahogarnos mutuamente.

Esta mañana Danilo se fue sin mí, supongo que llamó a la puerta y no la atendí, lo que me llevó a la necesidad de pedir un taxi.

Mientras voy en el taxi, veo llamadas perdidas de mi jefe Eleazar y de Leo, y un mensaje de este último preguntándome si estoy bien, le respondo diciéndole que se me presentó un contratiempo de carácter familiar, pero que ya voy en camino y que le transmita esta información a mi jefe.

Después de eso, todo transcurre con calma, como si no hubiese llegado tarde.

Hay días en los que salgo a almorzar con mis compañeros Antonio y Cristóbal; otras veces, con Leonardo; en raras ocasiones, con Eleazar o Margarita, aunque ésta última se encuentra fuera de la ciudad.

Antonio ha decidido ir conmigo a almorzar, ya que Cristóbal se ha reunido con su esposa mientras sus hijos están en el colegio, y Leonardo ha ido con Laura, la recepcionista.

Mientras nos dirigimos al restaurante, una llamada entra a mi celular desde un número desconocido, para salir de la duda, decido contestar.

—Buenas tardes, ¿Hablo con Paulina? —cuestiona una voz masculina al otro lado de la línea.

—Buenas tardes, sí, con ella habla —respondo, mirando a Antonio que parece no inmutarse a la situación.

—Hablas con Raúl, ¿me recuerdas?

Su pregunta hace que frene mi caminar y a mi mente llega el recuerdo del arreglo de flores. Ha conseguido mi número y la dirección de la oficina donde trabajo, seguramente le di los datos estando muy ebria.

—Algo... es un gusto escucharlo —manifiesto, tratando de sonar lo más convincente posible.



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En el texto hay: chick lit, colombia, abogada y gerente

Editado: 26.06.2025

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