Danilo ha cumplido con su palabra, me ha entregado el consentimiento y el de Samantha para poder tener a la bebé como mía; pero, también me muestra una carta con membrete de la fiscalía, en ella, lo citan a él y a su amante para comparecer en sus instalaciones con el fin de tomarles entrevista por el presunto delito de «abandono de menores», y eso me deja bastante desconcertada.
—Según dice esta carta —habla Danilo—, Samantha y yo pasaremos en prisión de tres a nueve meses, no es mucho, pero..., vaya.
—Si quieres estar un poco más tranquilo, cando se trata de de leyes, siempre hay una segunda alternativa —le digo para consolarlo—, hasta tu abogado podría alegar un arresto domiciliario, cumplirás con la pena, pero desde tu casa.
—Ese es un panorama diferente —contesta—. Cuando le cuente a Samantha, va a quedar devastada, pero seguramente no habría sido de otra forma.
—Sé cuáles otras alternativas había y sé que no optaste por ellas por las razones que me dijiste el otro día. —Recuerdo aquella conversación y siento un aire de nostalgia—. Que asumas el tema con responsabilidad, te hace un hombre maduro y responsable, sé que esa carta da temor, pero la justicia ofrece alternativas, piensa en ello.
—Quiero que acudas a esta citación conmigo —pide Danilo, con una mirada llena de ternura, su propuesta me deja sin palabras y ante mi silencio decide continuar—. Te pagaré, si eso es lo que preocupa.
—No, eso no me preocupa, eres mi amigo, y...
—Por favor —me interrumpe.
—De acuerdo —digo, finalmente y lo envuelvo entre mis brazos en un cálido abrazo.
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Unos días más tarde, acudo a la oficina de la fiscalía que ha citado a Danilo y a Samantha, aunque no soy abogada de lo penal, tras una charla con el fiscal que lleva el caso para que firmemos un preacuerdo, ambos aceptarán los cargos para tener una reducción de la pena y, sacando mis dotes de oratoria, trato de convencerlos de que pueda cumplir con su pena desde casa.
—Bien, me ha convencido —dice el fiscal, un hombre robusto y calvo—. Todo depende del juzgado, no puedo prometer nada, pero estoy seguro de que, al menos, la reducción de la pena sí se la darán.
Danilo y la chica me agradecen por haber negociado con el fiscal, si bien les aterra la idea de cumplir con una pena, se sienten tranquilos por haberse hecho cargo de sus errores. Con ello resuelto y con los documentos que me dieron para la adopción de la pequeña, puedo decir que voy a viajar a Medellín; además, debo hacerlo para que esa niña deje ser una persona sin identificación.
Puedo gritar a viva voz que tengo una hija legalmente y su nombre es Sofia Castellanos. Una sensación de alegría brota de mi interior y no puedo evitar sonreír al tener los documentos que reflejan que ella es mi hija auténtica.
Este es mi karma: una mujer que no quería ser madre y lo acepta tras un acuerdo con su vecino, quien es el padre biológico de la bebé, cuya madre biológica es su amante. ¡Vaya dilema! Algunos dirán que es cosa del destino, que estoy destinada a ser una hermosa mamá, pero poco a poco voy asimilando esa realidad.
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Es día festivo. Se celebra Corpus Christi, una festividad destinada a venerar la eucaristía de la iglesia católica; si bien algunos acuden a misa y celebran como debe ser, muchos usamos esa excusa para poder viajar.
Le prometí a mis padres llegar a casa en cuanto apareciera el próximo festivo y, acá estoy, abordando un avión con la niña en brazos y con un equipaje ligero para ambas.
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El viaje ha durado un par de horas, ha habido turbulencias y eso ha hecho que Sofia se asustara, sin embargo, llegamos sanas y salvas. Mis padres viven en el barrio Las Acacias en Medellín, han estado asentados ahí desde antes de que naciéramos Natalia y yo, incluso antes de que decidieran casarse. Volver a la casa en la que pasé gran parte de mi vida es una mezcla de nostalgia, alegría y sobrecogimiento, sobre todo, por el deseo de volver a hablar con Natalia, mamá tiene un plan y temo el resultado de ello; no obstante, no hay forma de dar marcha atrás y no debo posponerlo más.
Mamá me recibe con un abrazo y pega un grito a mi padre para avisar que ya he llegado. No ha cambiado nada y eso me hace reír.
—Qué alegría verte, hija —dice papá y me envuelve entre sus brazos, con cuidado de no lastimar a la bebé.
Ella ha sido muy obediente, a pesar de la turbulencia que ha habido en el avión. Tuve que cambiarle el pañal unos minutos antes de aterrizar, pero por lo demás, fue un buen primer viaje para ambas.
—Desde navidad no te vemos, es lindo que estés aquí —habla mamá y estira sus brazos para que le entregue a Sofia—. Y esta hermosa pequeñita debe ser la bebé de la que me hablaste.
—Sí —respondo—, hablé tanto de ella que no dije su nombre, se llama Sofia.
—Como mi mamá —agrega papá, entusiasmado. Todos hemos ingresado a la casa mientras él sigue hablando—. Qué gran honor que la hayas llamado de esa forma, es una niña hermosa y qué pena que ya sido abandonada.
—Bueno, ese tema ya está zanjado; legalmente ya es mi hija, Danilo y su pareja me han dado el consentimiento, he realizado todos los trámites legales y ya está registrada..., y también lo acompañé a la fiscalía, tarde o temprano eso iba a suceder.
—¡Qué alegría, mi niña! —exclama mamá—. Aunque no seas su madre biológica, es una gran alegría poder ser abuelos, esa niña crecerá en una casa llena de amor.
—No te olvides de Natalia, ella también será madre —la interrumpe mi papá—, en unos meses se le comenzará a notar la panza, y lamentamos lo de tu amigo.
Nos hemos acomodado en la sala de estar. Solo encontré viajes en horas de la tarde, por lo que llegamos faltando unos minutos para la hora del almuerzo. Mamá va de vuelta a la cocina; mientras tanto, seguimos charlando, tocar el tema de Natalia me estremece un poco, pero debo confirmar si el plan sigue en pie.