Esteban - Epílogo saga Dulce

5

Una vez en la cama, él volvió a besarla, no se molestó en sacarle la falda para tenerla totalmente desnuda, sólo la puso de medio lado para seguir besándola, acariciando su piel, y se fue acomodando encima de ella. Con una mano, ella empezó a desabrocharle el pantalón, pero no fue suficiente, o ella tenía afán, así que se giró para desabrochárselo con ambas manos. Él se quedó quieto mientras ella bajaba un poco la pretina y lo alcanzaba con su mano. Él estaba más que listo, duro, y con la punta humedecida.

—Ten… ten cuidado –susurró él.

—No te haré daño –sonrió ella acariciándolo, masajeándolo de arriba abajo.

—No lo digo… por eso. Dios… Me correré en un instante si sigues… —ella rio, creyendo que él bromeaba, pero él no bromeaba. Se arrodilló en la cama y se bajó los pantalones quedando desnudo ante ella, se ubicó encima de ella y poco a poco la fue cubriendo, entrando suavemente en su cuerpo, y cuando estuvo allí, se quedó totalmente quieto, temblando, temiendo que, si se movía, se correría y hasta allí llegaría todo.

Ella fue elevando poco a poco las piernas, y él sintió todos sus movimientos. Apretó los dientes con fuerza. Estaba al límite de su resistencia, y en un instante perdió el control. Empujó dentro de ella con fuerza, y ella lanzó un gemido. Se afincó en la cama y empezó a mover sus caderas, duro, rápido, y Paige pudo ver sus venas brotarse un poco en su vientre y en su cuello mientras la cabalgaba. Él gemía, cerraba sus ojos con fuerza y se movía sin parar. Sólo unos pocos minutos después, se movió para correrse afuera, y ella lo encerró con sus piernas para evitarlo.

—No… —dijo él, casi enloquecido—. Por favor…

—Córrete dentro –le pidió ella, y él la miró con sus ojos claros, más claros que nunca. No tuvo tiempo de preguntarle: ¿estás segura?, porque de inmediato se corrió. 

Cuando las oleadas de su orgasmo fueron pasando, y él dejó de moverse dentro de ella, y su respiración fue volviendo a la normalidad, ella lo mantuvo abrazado, acunándolo en su pecho. Esteban no levantó el rostro en un buen rato. Se sentía un poco avergonzado. Si habían pasado diez minutos haciendo el amor había sido mucho, y tal vez ella había esperado algo mejor. Ese segundo round estaba dejando mucho qué desear.

—¿Cuánto hacía que no tenías sexo? —Él sonrió. Seguro, ella lo había deducido; se había comportado como un hombre que viene de un laaaargo verano sexual.

—Seis años –contestó él en un susurro.

Paige pestañeó.

—¿Seis años? ¿Tanto? Él se movió poco a poco, separándose de ella y sentándose en la cama. La miró lánguidamente, con los ojos de alguien que recién ha conseguido un poco de satisfacción y se siente amodorrado por el calor y la tranquilidad reinante—. Estuviste en la cárcel, ¿verdad? –él la miró a los ojos. Ella no parecía escandalizada, pero tal vez creía que si había ido a prisión había sido por un delito menor, como tráfico, desfalco, o fraude. Eran delitos aceptables, incluso los presos estaban clasificados y separados según la gravedad de su culpa. Él había ido a parar a uno de los peores patios, por asesino.

Recordar el patio de su cárcel le enfrió el ánimo, arrugándole el corazón. Se había prometido olvidarlo, pero no le era posible, esos cinco años de pesadilla estarían en su mente por siempre.

Sintió la mano de ella en su ingle, acariciando el tatuaje.

—¿Te lo hiciste allí? –él la miró otra vez.

—No. Es de antes.

—¿Y el del brazo también? –él asintió. Paige se sentó acercándose a él, y besó con sus limpios y puros labios la piel de este hombre tan echado a perder. Casi la esquiva, pero antes había hecho algo peor con ella, así que se quedó allí quieto—. ¿Tienes más? –él sonrió.

—No, sólo esos dos. 

—¿Te hiciste algo más en el cuerpo? Expansiones, o…

—No, eso no me gustaba. Sólo usé piercings… —se detuvo. Ella le estaba sonsacando información muy sutilmente. No dijo nada, esperando a ver qué otra pregunta hacía.

—Yo llegué a fumar marihuana –sonrió ella—. Casi vomito, así que no lo volví a intentar. Mis amigos eran un poco tontos, y yo era una tonta tratando de encajar. ¿Tú has fumado marihuana? –Esteban elevó sus cejas suspirando.

—Sí. Y también aspiré coca—. Él se puso sus dedos en la punta de su nariz—. Hice pasar ese polvo por mis fosas nasales. ¿Te imaginas?

—¿Cuánto llevas limpio?

—Seis años.

—Pudiste haberla conseguido en la cárcel, ¿no?

—Sí, y realmente era fácil, pero… Entré siendo otro hombre; me había destruido, y estaba aceptando mi castigo, así que no permití paliativos, ni escapatorias. Nada de licor, droga o sexo para mí, nada que aliviara mi existencia… 

—Pero saliste hace meses –siguió ella, tocando con suavidad la piel de su cuello y espalda—. ¿Ni aún entonces? –él se volvió a mirarla, y sonrió.

—¿No te escandaliza nada de lo que te estoy contando?

—Esteban, no soy una niña, he visto lo bueno y lo malo de este mundo. Mi ex marido fue drogadicto, ¿recuerdas? También él estuvo en la cárcel. No soy una princesa de cuento esperando a su príncipe.




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