Lo ascendieron. Entraría ganando casi cuatro veces lo de antes, y Esteban abrió grandes sus ojos de sorpresa. No se detuvo a pensar que aquello no era ni la décima parte de su asignación cuando era el hijo de su papá, por el contrario, se maravilló de que una cosa así la hubiese podido conseguir sólo con su esfuerzo.
Abrazó a Paige y dio varias vueltas con ella en el aire, y luego la besó y la invitó a cenar. No queriendo dejar a Dylan por fuera, lo llevó también. Ellos le habían ayudado enormemente a conseguir este gran logro en su vida, y quería celebrarlo con ellos. Era el primer escalón hacia su nueva vida, y parecía lo natural y correcto que le acompañaran.
—Entonces, imagino que te irás a vivir a un sitio mejor –le preguntó Paige mirándolo un poco de reojo. Esteban sonrió.
—Sí. Puedo irme a un lugar más grande y más cómodo. Uno donde no tenga que ver el baño y la cocina desde mi cama—. Paige sonrió, aunque notó que él no la incluía en sus planes. Pero tal vez era muy pronto y estaba pidiendo demasiado.
—Ah, pero no tienes ropa… quiero decir…
—Hablamos de un adelanto –sonrió Esteban de nuevo—. No te preocupes por esas cosas. Todo irá bien de ahora en adelante.
—Es increíble. Tienes talento para un cargo ejecutivo y estabas lavando los pisos—. Esteban sonrió de medio lado.
—Supongo que es el amor el que obra maravillas en un hombre.
—¿El amor? –preguntó ella con el corazón latiendo muy rápido. Esteban sonrió, miró a Dylan y puso una mano en el suave cabello del chico, que los miraba atento a la conversación.
—Sí, el amor. Nada remplaza el amor, y es todo lo que un hombre necesita para al fin sacar lo bueno que tiene dentro. Ustedes son eso para mí –Paige lo miró con ojos grandes llenos de asombro, y luego, felicidad. ¡Esteban se estaba declarando! ¡Y estaba incluyendo a Dylan!
Él alargó su mano por encima de la mesa y tomó la de ella, luego la subió a sus labios y la besó muy tiernamente. Las piernas de Paige empezaron a temblar.
—Te quiero –le dijo él, y los ojos de Paige se humedecieron.
—Ay, no –dijo Dylan—. Hagan eso cuando estén a solas –Esteban lo miró y se echó a reír. Paige sentía que flotaba, que estaba en el momento más romántico y más hermoso de su vida hasta ahora.
Salieron del restaurante tomados de la mano, y esa noche Paige no tuvo que pedirle a Esteban que pasara la noche en su casa. Dylan, incómodo por tanto caramelo en el ambiente, se encerró en su habitación casi en cuanto llegaron, y Esteban le agradeció guiñándole un ojo. Se acercó al viejo equipo de audio de Paige y sintonizó en la radio una canción cualquiera y la tomó a ella de la mano para bailar. Ella se pegó a él sonriendo, tratando de salir un poco de su asombro, pero temiendo que todo se fuera a esfumar de repente.
Él la miró largamente, sin pronunciar palabras, mientras se movían al compás de alguna canción con partes en rap, y partes más suaves, y Paige sonrió apoyando sus manos en su pecho.
Él estaba feliz, y Paige se alegró, sintiéndose internamente aliviada, porque aun cuando él ya había alcanzado el éxito en el propósito de ascender, todavía estaba aquí. Había sentido, muy en el fondo, un pequeño temor de que en cuanto le dieran la buena noticia él se desapareciera. Después de todo, esto parecía ser demasiado bueno para ser cierto.
Quería preguntarle si se quedaría aquí con ella, si la quería lo suficiente como para eso.
Despacio, se dijo. Ve despacio.
—He pensado mucho esta semana –dijo él en voz baja, aunque no era necesario, pues estaban prácticamente solos en la casa—. No creo conveniente irme a otro lugar más caro.
Ella volvió a mirarlo a los ojos.
— ¿Qué? ¿Te vas a quedar en tu apartamento?
—Es una ratonera –sonrió Esteban—. Me hielo en invierno y me cuezo en verano, pero, tengo unos cuantos planes en los que necesito el máximo ahorro. Así que, creo que seguiré allí.
—Ah…
—O tal vez deba buscar otro igual de económico, pero más cerca—. Ella se mordió los labios, muriéndose por pedirle que se viniera a vivir aquí—. Aunque creo que todo eso es una tontería –sonrió Esteban—. De todos modos, me la pasaré aquí metido –ella alzó la mirada al fin, con sus ojos llenos de esperanza, y lo encontró sonriendo.
—Yo… no me molestaría, la verdad.
—Sólo llevamos unas cuantas semanas conociéndonos de verdad, y saliendo…
—Sí, sí, es cierto. Deberíamos ir despacio… —él se inclinó y la besó. Paige, completamente seducida, le rodeó los hombros recibiendo su beso, cerrando sus ojos, sumergiéndose en su perfume y su dulzura. Estaba enamorada de este extraño, este hombre del que no conocía nada, ni su origen, ni su pasado. Nada.
—Esteban…
— ¿Mmm? –preguntó él con sus labios pegados a su cuello, mordisqueando y besando.
—Yo… —se interrumpió cuando sintió las manos de él directo en su trasero pegándola a él, sintiéndolo al instante duro y dispuesto. ¿Qué iba a decir? ¿Qué iba a preguntar? ¿Por qué preguntar, si era hora de besar?