Esteban - Epílogo saga Dulce

7

Darlene giró su cabeza para mirar qué había llamado la atención de Esteban, y se encontró allí a una mujer de mediana estatura, cabello corto y castaño y ojos café que miraba a uno y a otro como si tuviera mucho que decir, pero se lo estuviera guardando.

Volvió a mirar a Esteban, pero la expresión de él fue más curiosa aún. Él tenía la respiración agitada y tragaba saliva. No lo había alterado ella, ni la ropa que había traído para verlo, ni sus avances o toqueteos; lo había alterado esa mujer de ropa barata y maquillaje simple. 

—Qué, ¿es tu noviecita? –se burló. Luego se rio entre dientes, pues esto era totalmente incongruente. Esteban jamás de los jamases se habría fijado en alguien así. Esteban era de mujeres exageradamente hermosas, experimentadas en la cama, sofisticadas y tal vez un poco veleidosas. A él le gustaba la intriga, la aventura, lo nuevo, lo variado. Nunca jamás se habría interesado en alguien como… como esa pobretona.

—Paige… —susurró él, y esa sola palabra se lo dijo todo a Darlene. Sí, eran “noviecitos”, y sí, le importaba mucho lo que ella pensara. Darlene se giró a Paige poniendo una mano en su cintura mirándola de arriba abajo con tal desprecio que pareció ser un veneno verde y pegajoso que se untaba en Paige. 

—Largo de aquí –le dijo—. Estoy hablando con mi hombre.

—Sólo vine a decir –le contestó Paige con voz suave— que, si no se va por su propia cuenta, llamaremos a seguridad.

—Atrévete a llamar a seguridad, atrévete a intentar sacarme de aquí y sabrás lo que es tener una verdadera enemiga.

—Darlene, deja en paz a Paige, te lo advierto.

— ¿O si no qué? –preguntó ella con un brillo de anticipación en los ojos, y Paige frunció el ceño. ¿Qué clase de mujer era esta? 

—Paige –la llamó Esteban, pero estaba tan confundida, tan sorprendida y a la vez tan molesta que no lo miró.

— ¿Me vas a decir que prefieres a esta ratoncita? –volvió a burlarse Darlene acercándose a ella. Extendió una mano con una larga uña roja para retirar de su cara un mechón de cabello y Esteban, de un manotazo impidió que la tocara. Le tomó fuerte la mano y la puso contra la pared.

— ¡No la toques! –exclamó. Darlene sintió el golpe contra la pared, pero en vez de quejarse, se mordió los labios como si disfrutara del trato brusco que le estaba dando Esteban.

—Mmm, sí. Ponte agresivo, ¡ya sabes que me encanta! –Esteban la soltó entonces. Tomó a Paige de los hombros e hizo que lo mirara.

—No es nada para mí –le dijo—. La única mujer en el mundo que jamás he amado y amaré eres tú. Sólo tú, Paige. Por favor, créeme en esto—. La risa de Darlene se hizo escuchar.

—¡Estás enamorado! ¡Qué ternura!

—Paige, por favor –rogó Esteban sin dejar de mirarla a los ojos. Paige respiró profundo. Luego de esto tendrían que hablar, mucho, mucho. 

—Haz que se vaya –susurró Paige—. Haz que se pierda—. Esteban asintió, se giró y miró a Randall que miraba el desarrollo de la escena como un idiota aficionado al fútbol frente al tiro decisivo.

—Tú, sirve para algo y llama a seguridad.

—No hace falta –dijo Darlene al fin—. Ya te vi, ya sé cómo están las cosas por aquí. No tienes que ser tan escandaloso. Es sólo que no me podía creer lo que mis propios ojos vieron ese día… —Esteban apretó sus dientes preguntándose cuándo lo había visto, y Darlene no hizo esperar su respuesta—. ¿No me reconociste? Tal vez porque no me viste bien. Yo estaba ese día con Baudin, dentro del auto. Te vi hablar con él, le hice unas cuantas preguntas… y deduje que estabas aquí—. Darlene miró el techo, las paredes, el suelo, todo en derredor—. Estás trabajando. Para vivir, supongo. ¿Qué se siente? ¿No te aburres? ¿Qué pasó con la herencia? Al fin la perdiste, ¿verdad?

—Eso no es asunto tuyo. Y vete ya. Randall, llama a seguridad.

—Está bien, está bien—. Darlene se sacó del sujetador una tarjeta y se la pasó a Esteban; éste ni la miró. Cuando vio que se quedaría con la mano extendida, ella miró a Paige y se lo metió en el escote de ella. Paige soltó un bufido de sorpresa, pero ya la tarjeta estaba dentro de su traje de oficina—. Cuando te aburras de jugar al niño pobre, llámame –dijo Darlene dando media vuelta y saliendo al fin—. Ya sabes que yo siempre te ofrezco juegos más entretenidos—. Se fue del sitio bajo la mirada curiosa o molesta de casi todos los empleados, sin dejar de contonearse y sonreír, haciendo una gran salida.

Por su parte, Esteban estaba afanoso buscando dentro del vestido de Paige la tarjeta de Darlene. Randall los miraba con ojos como platos, y cuando al fin Esteban la encontró, la rompió en pedazos haciéndola trizas y la tiró a la papelera.

Romper la tarjeta no fue suficiente para él. Se sentía furioso, lleno de una extraña adrenalina, con ganas de romper algo.

Paige lo vio temblar, con las manos empuñadas y mirando todo en derredor con ojos asesinos. Sin embargo, no tuvo miedo de él y se acercó.

—Esteban –lo llamó con voz suave. Él estaba tan ido en su rabia que pareció no escucharla. Paige extendió la mano a él y le tocó el hombro—. Esteban –volvió a llamarlo, y él se giró bruscamente a mirarla. Paige no retrocedió. Nunca lo había visto así. ¿Así era cuando estaba de verdad furioso? 




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