Esteban - Epílogo saga Dulce

8

Esteban entró al jardín de la casa atravesando la reja de hierro con cuidado, pues esta mañana se había caído de sus goznes y debía ser reparada. Mañana antes de irse a la oficina lo haría, pensó. Tal vez lo que necesitaba era una reja nueva, pero mientras se la podían permitir, repararía ésta echándole también una mano de pintura.

La casa necesitaba varias reparaciones. Antes del invierno debía arreglar el tejado. También el desagüe del lavaplatos necesitaba una modernización. Constantemente debía ser desatascado y había aprendido la labor, pues contratar un plomero cada vez que sucedía no era muy rentable.

El jardín permanecía ahora limpio y recortado, pues Dylan ahora ayudaba a hacerlo, y todo el exterior necesitaba un cariño, tal vez una mano de pintura o un cambio más drástico.

Una cosa a la vez, se dijo. Poco a poco, hasta hacer de ésta una casa más bonita, más confortable para Paige.

Introdujo la llave en la puerta preguntándose si ya llegaría. Le había dicho que haría unas compras en el súper, y la conocía bien; tal vez se había quedado admirando cosas y precios.

Se sorprendió al verla sentada en el sofá.

—Hey, volviste pronto –le sonrió. Ella se giró a mirarlo, pero no le devolvió la sonrisa—. ¿No había las promociones que dijiste? ¿O no eran tan buenas? –preguntó Esteban sin dejar de sonreír, y dejó sobre el sofá su mochila para sentarse al lado de ella y besarla. Cuando ella no le devolvió el beso, la miró—. ¿Pasó algo malo?

—Me encontré con Darlene –dijo ella de repente y mirándolo a los ojos. Esteban palideció sintiéndose frío. Esto, más el semblante de ella, no auguraba nada bueno.

—Te molestó diciéndote cosas desagradables –dijo, deseando que sólo fuera eso. Tendría que buscarla y advertirle un par de cosas, pensó.

—Oh, sí. Muchas cosas desagradables.

—Lo siento, Paige… Hablaré con ella. Tendré que decirle que…

—Me dijo que eres el hijo de Jorge Alcázar, fundador del GEA—. Él la miró quedándose en silencio y tragó saliva—. Es verdad –eso no era una pregunta, notó Esteban.

—Sí. Jorge Alcázar era mi padre.

—Y tu hermana es Diana, por lo tanto, Daniel Santos, el actual CEO, es tu cuñado.

—Sí. Es así.

—Por eso te miró de esa manera esa vez que vino. Te llamó por tu nombre de pila y luego hablaron en privado—. Esteban volvió a asentir quedándose callado—. Darlene me dijo…

—Paige, cualquier cosa que dijera Darlene… —la interrumpió él, deseando haber podido hacerlo cuando ella y Darlene hablaban.

—…Que tú mataste a tu padre –él la miró fijamente, con la respiración agitada y las manos frías—. Y que luego, intentaste matar a tu hermana y a su esposo… todo para recuperar tu herencia.

—Paige…

—Tú… eres un monstruo.

—No –dijo él en voz tan queda que casi no se escuchó. 

Paige se puso en pie alejándose de él. Dio unos pasos por la desierta sala y Esteban la sintió llorar.

—Cuando Bryan empezó a consumir coca y a pegarme a mí y a Dylan –empezó a decir volviéndolo a mirar y tragándose sus lágrimas—, la policía intervino muchas veces. Uno de ellos se hizo amigo mío. Bueno, fuimos algo más, para qué te miento, pero… seguimos siendo amigos, así que sólo tuve que llamarlo y decirle tu nombre, y él… me dijo todo tu historial. Es cierto. Intentaste matar a tu hermana, aunque lo de tu padre no aparece, porque claro, si fuera así, te habrían dado la silla eléctrica.

—Paige…

—O la inyección letal –siguió ella—, o la cámara de gas. Porque eres un monstruo.

—No, Paige –él se puso en pie y fue tras ella, pero Paige retrocedió.

—Te di el beneficio de la duda –siguió ella—. Confié en ti. Sabía que habías hecho algo malo, que por eso habías estado en la cárcel, pero no te juzgué. Pero esto es algo que… no puedo soportar.

—Escúchame…

—¿Qué quieres que escuche? ¿Me vas a decir que no fuiste tú el que contrató matones para dispararles a Daniel Santos y su esposa cuando salían de un edificio? ¡Una ejecución digna de mafiosos! ¿Te coaccionaron? ¿No fuiste tú, fue otro? –ella lo miraba a los ojos, esperando de verdad que lo negara, deseando que lo hiciera. Pero Esteban no lo podía negar, y sólo pudo mirar a otro lado y cerrar sus ojos con fuerza.

Paige empezó a llorar al comprender que no podía negarlo.

—Eres un asesino.

—No. Dios, no.

—No puedo seguir contigo.

—Mi amor…

—¡No puedo, Esteban! –exclamó ella entre dientes.

—Dios, lo sé –volvió a decir él—. Créeme que… te entiendo, pero… por favor… yo… Paige, pagué mi culpa, lo pagué caro en la cárcel, créeme. Me arrepentí mucho, lloré lágrimas de sangre por lo que hice. Ahora… soy diferente, te lo juro, mi amor. Estoy cambiando, ¡he cambiado! ¡No soy el mismo de antes!

Paige se secó las lágrimas. Parecía no haberlo estado escuchando, sólo lloraba. Él se acercó a ella e intentó tocarla poniendo su mano en su hombro, pero ella lo rechazó con un manotazo como si le diera asco, y el corazón de Esteban se rasgó en ese momento.




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