Esteban - Epílogo saga Dulce

11

—¿Eres otro jardinero? –preguntó George Santos mirando al hombre que podaba el césped con una podadora manual. Era muy alto, casi como su papá, y se giró y lo miró sonriéndole.

—Hola, George—. El niño abrió grandes sus verdes ojos.

—Sí, yo soy George –dijo sonriente—. Vivo en esa casa –el niño señaló la mansión al fondo y Esteban dejó a un lado la podadora—. ¿Eres jardinero?

—No. Sólo me apeteció hacerlo.

—Ah. ¿Tienes sed? –esteban miró al niño y volvió a sonreír. El chico era muy parecido a su padre físicamente, pero veía que en el modo de ser se parecía más a Diana.

—Sí, tengo sed.

—Te traeré limonada –el niño echó a correr. Esteban sonrió sacudiendo su cabeza y tomó la podadora para seguir su trabajo, pero entonces vio una niña que lo observaba desde detrás de un árbol.

Tenía los cabellos rubios recogidos en dos coletas, y los ojos verdes y enormes lo miraban con curiosidad. No debía tener más de tres años, y era tan pequeñita y blanquita que le dieron ganas de agacharse frente a ella para observarla interminablemente.

—¿Eres una princesa? –le preguntó él. La niña sonrió tímida y negó meneando su cabeza—. ¿Entonces eres un hada? –ella se echó a reír.

—No lo soy.

—Pero eres muy bonita –la niña bajó la mirada y Esteban sonrió deseando alzarla, darle un beso, pero seguro que la asustaría.

—Parece que ya conociste a mis hijos –dijo la voz de Daniel acercándose. La niña al verlo cambió inmediatamente de actitud. Ya no era tímida, sino que se lanzó a los brazos de su padre para que la alzara y empezó a hablarle de mil cosas a la vez, Daniel la bajó y le dijo que fuera por su hermano, y la niña echó a correr en la misma dirección en que había ido George poco antes.

—Son unos niños hermosos. Felicitaciones—. Daniel sólo asintió dando una cabezada, y Esteban comprendió su actitud—. Son mis sobrinos –dijo con tono resignado—, no les haré daño. Te lo dije una vez.

—Esa vez que te vi, te di un año para que me demostraras que podías alcanzar logros por ti mismo.

—El año no se ha acabado –dijo Esteban con voz un poco dura, recordándole a Daniel al Esteban de antes.

—Pero estás aquí –siguió Daniel—, y has irrumpido otra vez en la vida de Diana, y ahora has conocido a mis hijos—. Esteban lo miró fijamente a los ojos.

—Sigues desconfiando de mí.

—Contigo, mejor ver para creer—. Esteban respiró profundo.

—Entiendo.

—No puedes quedarte aquí, Esteban. Y no podemos darte dinero.

—No necesito dinero. Anoche sólo… Anoche fue diferente. Y no te preocupes, no abusaré de tu hospitalidad.

—Me alegra que lo entiendas—. Daniel dio media vuelta, y Esteban apretó los dientes viéndolo alejarse, pero al instante lo llamó deteniéndolo. Daniel se giró lentamente y lo miró.

—Ahora te entiendo –dijo—. Entiendo casi todo por lo que has tenido que pasar en tu vida—. Daniel elevó una ceja mirándolo algo confundido.

—¿Todo por lo que yo he tenido que pasar?

—Sí, entiendo cómo debías sentirte cuando de niños yo… no hice sino intentar conseguir que te sintieras sobrando en esta casa; cuando una y otra vez insulté tus orígenes, cuando… hice esas cosas desagradables en Boston, humillándote. 

—Así que alguien te ha hecho sentir de sobra, te ha insultado por tus orígenes y te ha humillado—. Esteban sonrió.

—Más veces de las que puedo contar—. Daniel lo miró sin decir nada, y Esteban hizo una mueca—. No sé si pedirte que me entiendas, pero es que te odiaba. ¡Eras mejor que yo en casi todo!

—¿En “casi”?

—Yo era mejor que tú en los videojuegos –rezongó Esteban, y Daniel no pudo resistir la sonrisa.

—Vale, eso no te lo discuto.

—Papá te admiraba, Diana te idolatraba, el servicio, los profesores… todos parecían caer bajo un embrujo contigo. Tenías un don con la gente; los que estaban por encima de ti, los que estaban por debajo, todos ellos se convertían automáticamente en tus aliados. ¿Nunca lo notaste? –Daniel ladeó un poco su cabeza. La verdad es que no, no lo había notado, hasta ahora que Esteban hacía que cayera en cuenta de ello—. Es difícil competir contra eso… y elegí caminos cada vez más equivocados. Daniel… El destino nos convirtió en hermanos. Ni tú ni yo lo queríamos, pero fue así—. Daniel asintió dando una simple cabezada, pero pasados unos minutos en silencio, respiró profundo y sacudió su cabeza como espantando alguna idea.

—¿Tienes algún plan?

—Volveré a New York –dijo mirando la podadora, como si hubiese sido ella quien le diera la idea—. No puedo descuidar mi empleo.

—Bien dicho. En el GEA no apreciamos mucho a los empleados holgazanes—. Esteban lo miró, y descubrió la sombra de una sonrisa en su rostro.

—Espero que no me echen por una llegada tarde.

—Tengo cosas que hacer en New York. Si quieres, de paso, te dejo en las oficinas—. Esteban miró su reloj. Si se duchaba a prisa, sólo llegaría unos pocos minutos tarde, y si además lo hacía bajando del auto de Daniel Santos, nadie se atrevería a llamarle la atención. Daniel le estaba dando un escape.




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