Esther se lavaba las manos en el lavabo del baño femenino del aeropuerto cuando el teléfono de su hermano Abraham sonó.
Tomó un poco de papel de manos y se las secó mirando luego el teléfono móvil. En él había un mensaje de texto.
«¿Dónde mierda estás? Habíamos quedado y no has aparecido».
El mensaje lo había enviado un tal Paolo Stone y obviamente estaba dirigido a su hermano. Debía de ser un amigo o tal vez su pareja.
— ¿Esther, te queda mucho dentro? — Patricio le habló desde afuera del baño.
— No, ya salgo. — Contestó Esther, guardando el teléfono móvil en su bolso y decidiendo olvidarse del mensaje.
Cuando salió del aseo su hermano Patricio la tomó de los brazos haciéndola caminar.
— ¿Y qué es lo primero que quieres hacer ahora que por fin estarás viviendo sola y sin nadie de la familia que te ordene lo que tienes que hacer? — Preguntó Patricio y ella lo miró sin una respuesta. — Esther, dime y lo haremos.
— ¿Lo primero que quiero hacer… ?
— Sí. — Asintió Patricio.
Esther sonrió.
Patricio le compró a su hermana un helado de chocolate, era lo primero que ella quería hacer, comerse un helado, una cosa totalmente distinta a lo que él se estaba refiriendo.
— Pensé que lo primero que querrías hacer sería algo más grande, no comerte un helado. — Le habló Patricio y su hermana sonrió.
— Papá no me permite comer helado, dice que no debemos dejarnos llevar por la gula. — Contestó Esther. — Abraham me llevaba a comerlo cuando estaba en casa.
Patricio posó su mano en la cabeza de su hermana, prestando de nuevo atención al desastre que le hicieron en el cabello.
— Ahora seré yo quien te los compre. Así que olvidémonos de Abraham.
Lidia se acercó agarrándose al brazo de su novio y Esther se quedó mirándolos.
— ¿No deberíamos llevarla a su nuevo hogar? — Preguntó Lidia. — Las chicas con las que vivirán la están esperando.
— ¿A mí? — Preguntó Esther.
— Sí, una de ellas es mi hermana. — Lidia soltó el brazo de Patricio y agarrando a Esther la hizo caminar hacia el coche. — Es con ella y con sus compañeras de universidades con quien vas a vivir. Será bueno para ti conocer a otras chicas de tu edad.
Patricio caminó detrás de ellas, esperando que su hermana se adaptara a la vida universitaria. Esther siempre había estado bajo la protección de sus padres, y su padre era un hombre que pensaba que las mujeres solamente debían casarse y obedecer a su esposo.
Cuando Esther se presentó delante de sus compañeras de apartamento su hermano, obligado por Lidia, la dejó sola con ellas.
— Espero que nos llevemos bien. — Habló Esther a sus compañeras de apartamento.
— Puedes contar conmigo para lo que sea. — Le dijo Moira, la hermana de Lidia, que la tomó de una mano. — Y también con las demás, ¿verdad, chicas? — Miró a las otras.
— Sí, siempre que nos invites a tomar una copa. — Respondió Dayana.
— No seas así. — Protestó Amapola. — Las cuatro viviremos juntas a partir de ahora.
Dayana puso una mueca.
— Ya lo sé, solo digo que las cuatro podemos salir a tomar algo y conocernos mejor. — Aclaró.
Moira sonrió y miró entonces a Esther.
— Te enseñaré la habitación. — Le dijo Moira, tirando de la mano de Esther, pero ella reaccionó al acordarse de su maleta.
Soltó la mano de Moira y agarrando el asa de la maleta fue detrás de su compañera de apartamento. Moira la llevó hasta el dormitorio que compartiría las dos, allí había unas literas.
— ¡Nosotras nos vamos! — Se despidió Dayana desde el salón comedor.
— ¡Vale, chicas! — Respondió Moira, luego colocó su mano sobre la litera superior y le dijo a Esther. — Mi cama es la de arriba. Y ese escritorio vacío es el tuyo, también… — Se acercó hasta un armario con doble compartimento. — Esta parte del armario también es tuya.
Esther asintió, echando un vistazo al dormitorio que compartiría con Moira. Un dormitorio amplio y con buena luz. Era agradable.
— Gracias por enseñarme el dormitorio. — Le agradeció Esther. — Todo es muy bonito.
No dijo nada más ya que Moira se le acercó con una sonrisa, colocando las manos en sus brazos.
— Pronto puede que seamos familia, ya sabes, tu hermano y mi hermana están en una relación seria. — Comentó Moira. — Así que si tienes alguna duda sobre algo, solo dímelo. Te ayudaré en todo lo que pueda y también te enseñaré la ciudad lejos del campus, no lo pasaremos muy bien.
Le sonrió amistosamente y Esther asintió. Para ella no era tan fácil, no sabía si podía confiar, además… Tampoco debía portarse como lo hacían las demás chicas, pecadoras que acudían a la Universidad y que se dejaban llevar por el alcohol y la lujuria… Eso estaba lejos de su Dios.
Era lo que su padre y su hermano Francisco le decían siempre, para asustarla y alejarla de las cosas naturales de la vida. Pese a su juventud, Esther vivía la vida de una señora mayor.
— Bien. — Dijo Esther.
Moira sonrió tomando de la silla de su escritorio su bolso.
— Tengo que irme, nos vemos a la noche. — Le despidió, marchándose hacia la puerta de la habitación. — Te quedas en tu casa.
Esther asintió y echó un nuevo vistazo por el dormitorio compartido.
Cuando Esther colocó sus pocas cosas en el dormitorio seguía sola en el apartamento, así que salió sola a dar una vuelta por el vecindario.
Lo primero que vio al salir del edificio fue a una pareja sacándose una fotografía con un teléfono móvil y mostrando su amor con un beso.