Pasó una semana y Esther no se había adaptado del todo a la vida universitaria, todo era nuevo para ella por la severa educación religiosa que recibió de sus padres.
En esos días no recibió ninguna llamada de Abraham, todo lo contrario de Paolo Stone, quién cada vez que la veía por el campus de la Universidad se la pasaba siguiéndola.
Esther ocupó con su almuerzo una de las mesas desocupadas del comedor de la Universidad. Sería el primer día que comería sola, ya que Moira, con quien había estado almorzando, había quedado con su pareja para comer juntos.
Paolo se sentó sin ningún aviso en la silla de enfrente, dejaron una bandeja con su almuerzo en la mesa.
— ¿Qué le ha pasado a tu cara? — Le preguntó Esther, viendo que tenía la cara golpeada. Paolo, que llevaba puesto el gorro de su sudadera se encogió de hombros. — Está mal pelearse con los demás.
Paolo agarró una botella de agua y bebió de ella.
— Me he peleado por defender a un amigo. — Le explicó Paolo, dejando la botella y tomando su cubierto. — Y por mi hermano… — Musitó.
— ¿Qué? — Esther no escuchó lo último que dijo.
Paolo se levantó inclinándose sobre la mesa y Esther se sonrojo al tenerlo tan cerca de ella, también, porque Paolo era el centro de atención de muchas de las chica de la Universidad y eso hacía que muchas tuvieran puestos los ojos en ellos en ese momento.
— ¿Podrías curar mis heridas? — Le preguntó Paolo, mostrando una pequeña sonrisa pícara.
Esther avergonzada puso su mano en la cara de Paolo para apartarlo un poco de ella. Paolo agarró su mano besándola, lo que hizo a Esther levantarse y recoger tanto sus cosas como la bandeja con su almuerzo.
— No vuelvas a hacer eso. — Le dijo y se marchó apresurada.
Paolo rápidamente tomó también sus cosas y la siguió.
Esther dejó su bandeja, Paolo hizo lo mismo. Esther compró una botella de agua de una máquina expendedora, Paolo hizo lo mismo. Esther abandonó el comedor de la Universidad, Paolo hizo lo mismo.
Siempre siguiéndola allá a donde ella fuese.
— ¿No vas a curar mis golpes? — Le preguntó Paolo, caminando a su paso y haciendo que Esther se detuviera. — Mírame... — Le pidió, aproximándose a ella descaradamente. — Si no recibo la atención necesaria mi rostro puede quedar feo.
Esther se puso nerviosa y su cuerpo se alejó lo más que pudo.
— Está bien… — Habló temblorosa. — Pero no te acerques tanto, por favor.
Paolo sonrió, apartándose de ella y caminando a su lado.
Era amigo de Abraham, sabía la clase de familia en la que vivía y la educación que había tenido tanto su amigo como sus hermanos.
En el departamento de medicina Paolo estaba siendo curado por un estudiante y Esther lo acompañaba.
— ¿Por qué pones esa cara, Paolo? ¿Te hago daño? — Preguntó el estudiante, de nombre Carlos, colocando bien sus gafas.
En la puerta de la clase los estudiantes de medicina miraban, algunos se reían o simplemente chismorrean por ver a Paolo Stone allí.
— Mi cara no es de dolor, es de decepción. — Contestó Paolo. — Pensaba que sería curado por las lindas manos de una chica y no por ti.
Miró a Esther a su lado sosteniendo sus cosas.
— Nunca dije que lo iba a hacer yo. — Dijo Esther, apretando sus cosas contra su pecho. — Alguien con conocimientos de medicina es el adecuado.
Carlos sonrió ante lo que ocurría frente a él, cuando recibió un golpe de Paolo en su pie.
— Deberías dejar de meterte en peleas y estudiar. — Le habló Carlos.
— No puedo evitarlo cuando se meten con los míos. — Respondió Paolo molesto.
— ¿Te duele en algún lugar más? — Carlos dejó las pinzas con el algodón en una bandeja metálica.
Paolo asintió, quitándose la sudadera y quedándose desnudo. Esther rápidamente apartó la mirada abochornada.
— Me duele aquí. — Dijo Paolo, tomando descaradamente la mano de Esther para colocarla en su pecho. — Me pasa cuando la chica que me gusta no me quiere ni tocar.
Esther, abrumada y totalmente sonrojada, quiso soltarse de él, ya no solo las yemas de sus dedos estaban tocando el perfecto cuerpo del amigo de su hermano, toda su mano entera lo estaba haciendo.
— Paolo. — Lo increpó Carlos, que agarró la mano de Paolo por la muñeca haciendo que soltara a Esther, quien no sabía dónde meterse de la vergüenza.
— Yo… Yo… Tengo que irme. — Titubeó Esther, marchándose corriendo.
Los estudiantes en la puerta se apartaron dejando que la muchacha saliera a toda prisa.
— ¿Abraham sabe que estás persiguiendo a su adorada hermana? — Preguntó Carlos, quitándose unos guantes de látex.
— Es estúpido si no lo sabe — Contestó Paolo, levantándose del taburete y poniéndose la sudadera.
Paolo se fumaba un cigarro acostado en el césped del campus de la Universidad, el día era caluroso y los días hasta el verano se le estaban haciendo largos.
— Holi. — Dijo Abraham, que se le acercó presumiendo de su nuevo teléfono móvil de alta calidad y de precio desorbitado.
Abraham se sentó a su lado en el césped.
— ¿Se lo has sacado a mi hermano? — Preguntó Paolo, incorporándose y echando el humo del cigarro.
Abraham negó orgulloso y aclarándose la garganta se pronunció feliz.
— Ha sido mi adorable suegra, ella me lo ha comparado.
Le quitó a Paolo el cigarro de la mano, fumando de él.
— Tienes suerte de que a mis padres les interese que mi hermano salga con alguien. — Dijo Paolo, agarrando el teléfono móvil de Abraham. — Mi teléfono es mejor.