— Esther, espera. — Le pidió Paolo, que la detuvo tomándola de la mano. — Perdóname, soy un idiota.
Esther se soltó de él, sosteniendo sus cosas contra su pecho.
— No puedo perdonarlo, tú eres un hombre pecador. — Le dijo Esther. — Es en lo único que piensa, en las cosas sucias.
Esther se ruborizó recordando que había tocado el pecho de un hombre.
— No voy a negarlo porque sí pienso en esas cosas sucias. — Se rió Paolo, inclinándose hacia ella. — Pero niégame que no te ha gustado tocar mi pecho.
Esther lo golpeó en la cara con sus cosas, queriendo que se apartara de ella.
— Eres un diablo suelto. Así que por favor, déjame tranquila. — Le pidió y Paolo le apartó la cartera de su cara. — Adiós.
Esther se marchó con prisa.
— No puedo cumplir con tu deseo. — Sonrió Paolo, estaba cada vez más enamorado de Esther y de su inocencia.
— Así que eres ahora el mismo diablo, pecador. — Se burló Carlos, sorprendiéndolo. — Es una chica demasiado inocente para ti, déjala.
Colocó Carlos una mano en el hombro de su amigo y Paolo lo miró como si fuese algo rancio.
— Cuando conocimos a Abraham también era así de inocente, ¿no te acuerdas? Después conoció a mi hermano Geovany y perdió su inocencia. — Contó Paolo, quitándose la mano de Carlos de encima. — Los Stone somos una familia con genes fuertes, dotados con gran belleza e inteligencia… En una palabra, amigo mío, somos irresistibles.
Carlos aplaudió, eso sí era tener la autoestima alta.
Cuando llegó al apartamento, Esther se dirigió directamente a su dormitorio compartido y se tiró en su cama boca abajo, dejando anteriormente caer al suelo sus cosas.
— ¿Qué te ha pasado? — Preguntó Amapola, que se paró debajo del umbral de la puerta.
— ¡Estoy cansada de soportar a un lujurioso! — Chilló Esther, cubriendo su cabeza con la almohada.
Amapola se acercó a la cama y posando una de sus manos en la litera de arriba jugó a adivinar de quién se trataba.
— ¿Te refieres acaso a… Paolo?
Esther solo gruñó debajo de la almohada. Pensando en cómo ese chico se había atrevido a tratarla con tan poca vergüenza. Su manera de seguirla y de querer que le prestará atención.
— Ese chico es el diablo, se ha quitado la sudadera mostrándome su pecho desnudo... — Habló Esther. — Y me ha obligado a tocarlo.
Cuando Amapola agarró la almohada quitándosela de la cabeza, Esther no tuvo más remedio que mirarla.
— ¿Llamamos a las demás y salimos a cenar? — Le propuso Amapola, dejando la almohada a un lado y sonriendo. — Podemos tomar unas cervezas.
— Pero, yo no bebo alcohol.
— Bueno, siempre ahí una primera vez. — Respondió Amapola y la agarró de las manos. — Estamos en la Universidad para pasarlo bien. Ahora es el momento de salir a tomar, a bailar y a conocer a chicos de nuestra edad.
Amapola la obligó a levantarse de la cama.
— Pasarlo bien… — Repitió Esther, recordándose que siempre se había dicho así misma que cuando fuese a la Universidad su vida cambiaría al igual que cambió las vidas de sus hermanos.
Nunca se le permitió tener un teléfono moderno, solo uno básico para las llamadas. Y aunque en casa había un ordenador en el despacho de su padre, debido a los negocios de la familia, a ella tampoco se le permitió nunca tocarlo. Su padre le decía que en internet no había nada bueno. Así que, en sus veinte años de vida, nunca había aprendido a manejar un ordenador o un teléfono móvil…
Ni siquiera podía ver la televisión, porque según su padre en ella solo se emitía telebasura que las muchachitas como ella no debía ver.
Esther y sus compañeras de apartamento pararon en un local, donde pidieron algo de comida y unas bebidas con alcohol.
«¿Eso no son unas cervezas?», pensó Esther mirando las copas en la mesa.
— Ahora lo pasaremos bien sin pensar en nada más que en esta noche. — Habló Dayana, agarrando su copa y bebiendo de ella. — ¿Nunca has tomado nada de alcohol?
Esther que miraba la copa frente a ella, miró a Dayana.
— No, nunca. — Dijo Esther. — Una señorita no debe caer en las malas tentaciones.
— ¿No te parece cansado pensar de esa manera? — Le preguntó Dayana sin entenderla. — Siendo tan reservada y manteniéndote pura en todos los sentidos, ¿No te aburres?
Esther no supo qué decir, era la educación que sus padres le habían dado, para ellos todo era pecado ante los ojos de Dios.
— Dayana, déjala. — Se quejó Amapola, golpeando a Dayana en un brazo.
— ¿Qué? Solo quiero que lo pase bien. Para eso estamos aquí. — Respondió Dayana. Luego sonrió y le susurró a Moira en el oído, riéndose después las dos.
— No le hagas caso. — Le dijo Amapola a Esther.
— ¡Ya están aquí! — Gritó Dayana levantándose y alzó su brazo para hacerse ver por unos chicos que entraron en el local. — ¡Aquí!
Esther miró al igual que Amapola y vieron acercarse a los chicos.
— ¿Te he hecho esperar? — Preguntó uno de ellos a Moira.
— No mucho. — Contestó Moira a su chico, levantándose y besándose con él delante de todos.
Los demás acercaron una de las mesas libres y se amotinaron junto a ellas, haciendo a Esther sentirse incómoda.
Más comida y más alcohol llegaron a la mesa, el ruido también aumentó y Amapola agarró a Esther de la chaqueta de lana que llevaba puesta.
— ¿Esther, estás bien? Las chicas se han pasado, ¿ no? — Le preguntó Amapola preocupada por ella. — ¿Quieres que nos vayamos?
Esther negó, ella no quería arruinar el encuentro de sus compañeras de apartamento con sus amigos.