Paolo arrastró a Esther dentro de su apartamento y con brusquedad la puso contra la puerta con sus manos aferradas en los brazos de ella.
— Paolo… Me estás haciendo daño. — Musitó Esther, mirándolo a la cara, aunque se encontraba aterrada.
— ¿Por qué le ibas a permitir a ese tío que te tocara? Cuando ni siquiera me permites hacerlo a mí. — Le recriminó Paolo, tomándola entonces de la cara. — Me gustas Esther, me gustas mucho.
Los ojos de Esther no se cerraron al ser besada por él en los labios con búsqueda, solo intentó apartarlo de ella, pero cuanto más lo intentaba más brusco se volvía el beso, dejándola incluso sin aliento.
— Pa… Paolo. — Exhaló, no comprendiendo lo que estaba ocurriendo, pero sintiendo que su corazón golpeaba contra su pecho.
Paolo la sostuvo de los antebrazos, estando sus bocas aún rosándose, no quería dejarla ir.
— Te lo suplico, Esther, déjame cometer un error contigo. — Le pidió, acercando sus labios a una de las orejas de ella. — Muero por ti.
Esther tragó saliva, sentía la acelerada respiración de Paolo en su piel. ¿Quería cometer un error con ella? ¿A un chico como él, atractivo y popular, de verdad le gustaba una chica como ella? Solo era una chica sin experiencias en la vida, viviendo como sus padres le habían dictado en cada momento.
Se sentía confusa por la confesión de Paolo. Ella había ido a la universidad para empezar a vivir su propia vida lejos de su familia y de sus estrictas normas religiosas, al igual que su hermano Abraham había hecho.
Su propia vida, pensar así le dio a Esther la valentía de tomar a Paolo de la cara, haciendo que él la mirara con una expresión de sorpresa.
— Te permito cometer un error conmigo… — Le susurró, dejándolo abochornado al ser ella la que le diera un beso en la boca. — ¿De acuerdo?
Paolo se había imaginado en su cabeza muchas posibles escenas de ese momento juntos, pero nunca llegó a imaginar que en la vida real Esther estaría de acuerdo en tener relaciones con él.
— De acuerdo…
Paolo dejó su teléfono móvil en la isletas de la cocina de su apartamento y se puso a preparar café viendo por la ventana que estaba amaneciendo.
Mientras se hacía el café se puso a recoger la ropa tirada por el suelo del salón, no era solamente suya, sino también de Esther. Paolo no pudo evitar sonreír idiotamente contemplando en sus brazos la ropa de su amada Esther.
— Estoy aquí. — Oyó a Abraham justo después de escuchar abrirse la puerta del apartamento.
Desde hacía algunos años, Abraham vivía con él en su apartamento.
— Creía que no ibas a volver. — Habló Paolo, mirando como Abraham dejaba en el suelo su mochila. — ¿Es que mi hermano te ha echado?
Abraham abrió la puerta de su dormitorio mientras se reía.
— Tenía que recoger unas cosas, por eso he vuelto. — Dijo orgulloso. — Pero enseguida me marcharé.
Paolo dio un suspiró y caminó con las ropas hacía su habitación, entrando como si nada y depositándolas en una silla. Esther dormía tranquila en su cama, mirarla provocaba que su corazón se acelerará descontroladamente.
— Coge tus cosas y lárgate cuanto antes. — Habló Paolo, saliendo del dormitorio.
Abraham también salió de su dormitorio y observó a su amigo Paolo por un momento.
— ¿Estás con una chica? — Le preguntó Abraham, guardando en su mochila las cosas que iba a llevarse. — Por fin has dejado esa absurda idea de que estás enamorado de mi hermana.
Sonrió acomodando sus cosas dentro de la mochila, cuando vio en el espaldar del sofá una chaqueta de lana.
— Solo lárgate rápido. — Le echó Paolo.
Abraham se acercó agarrando la chaqueta de lana y percibo en ella mismo aroma del perfume que usaba su hermana.
— No me jodas… — Exclamó, alzando la cabeza y prestando atención a la ancha sonrisa que su amigo no podía evitar tener. — ¡Mi hermanita!
Abraham corrió entonces hacia la puerta del dormitorio de Paolo, tomando el pomo de la puerta para abrirla y teniendo a Paolo a su lado para impedirlo.
— Está durmiendo, déjala descansar. — ambos forcejearon con el pomo.
— ¡Puto demente! — Le gritó Abraham. — Como te atreves a tocarla.
En medio del forcejeo la puerta se abrió y Abraham pudo ver a su hermana acostada en la cama de su amigo, llevando puesta una camiseta de él.
— Ya es suficiente. — Paolo tomó a su amigo del abrigo y lo sacó de la habitación cerrando la puerta.
Abraham estaba desconcertado de lo que había visto, su dulce hermanita se había acostado con ese desgraciado.
— Su, su cabello… ¿Qué le ha pasado a su lindo cabello rubio? — Preguntó Abraham atónito.
Paolo se cruzó de brazos frente a la puerta, no iba a moverse de allí por si Abraham perdía de nuevo la cabeza.
— Sí, eso mismo pensé yo cuando nos conocimos. — Pronunció Paolo. — Supongo que será cosa de tu santo padre.
Abraham gruñó con molestia, no teniendo más remedio que hacer frente a lo más importante que acababa de ver.
— Sentémonos. — Dio un suspiro, caminando hacia uno de los taburetes de la isleta de la cocina.
Paolo no estaba muy convencido de dejar la puerta, pero el café se había hecho. Caminó él también hasta la cocina y preparó dos cafés, uno para Abraham y otro para él.
— ¿Cómo la has conocido? — Le preguntó Abraham a su amigo.
Paolo se sentó en otro de los taburetes y dio un primer sorbo del café al igual que hizo Abraham.
— Fue mientras buscaba una farmacia, nos encontramos por casualidad en la calle.
— Es decir… Que la fuistes a buscar. — Adivinó Abraham, intentando mantener la calma y no alterarse más de lo que estaba.