Esther tumbada en su cama sostenía en la mano el test de embarazo que se había hecho, en él había dos rayas.
Escuchó en su teléfono llegar una notificación y dejando el test a su lado, lo tomó. Era otro mensaje de Paolo, él la acompañó a comprar los test de embarazo, más bien, él fue quién entró a comprarlos por la vergüenza que ella sentía.
«¿Cuál es el resultado?».
«¿Estás embarazada?».
«Esther».
«Esther».
«Si estás embarazada por favor dímelo, no me dejes con la angustia».
«Esther, pienso hacerme cargo de la responsabilidad de mis acciones».
«Esther, sabes que me gustas».
Los mensajes de Paolo no dejaban de llegar y eso la ponía aún más inquieta. No quitándose de la cabeza las dos rayas del test, estaba embarazada y eso la llevaba a pensar que debía dar las cara delante de su padre y de su hermano Francisco. Ellos tenían razón cuando no querían que fuese a la Universidad, solamente había pasado un mes desde que se fue de casa, una semana cuando perdió su virginidad con el amigo de su hermano Abraham.
Esther abrió los ojos cuando sonó la alarma de su teléfono móvil. Tomándolo del cabezal de la cama vio que tenía más mensajes de Paolo, se incorporó mirando la pantalla del teléfono.
Esther marcó su número del teléfono y Paolo no tardó mucho en contestar.
— No he dormido nada. — Dijo Paolo tirándose en el sofá. — ¿Te has olvidado de mí?
— No podría aunque quisiera. — Respondió Esther, agarrando el teléfono con ambas manos. — Deberíamos quedar para hablar.
— ¿Eso significa que estamos en un lío? — Preguntó Paolo, llevándose la mano al rostro. — Lo siento, Esther.
Esther se quedó por un momento callada, escuchando la respiración de Paolo. Deseando que todo esto fuese un mal sueño, estaba cometiendo una deshonra hacia su familia, quedarse embarazada sin estar casada.
— Nada soluciona sentirlo ahora, debemos hablar del problema. — Habló Esther, sintiéndose horrible.
Paolo cerró los ojos, la única manera de resolver el asunto era comenzar una relación entre ellos.
— Sí, hablemos ahora mismo. — Respondió, incorporándose en el sofá. — Quiero verte ya.
Esther se ruborizó al escucharlo tan decidido y al quedarse sin palabras, le colgó la llamada.
Quedaron para verse en una cafetería cercana a la Universidad, pero cuando Esther estaba por entrar escuchó el tono de teléfono de su móvil antiguo.
Esther rebuscó dentro de su cartera y lo sacó contestando a la llamada.
— ¿Sí, familia? — Preguntó Esther, sabiendo que solamente sería alguien de su familia la que llamaría a ese teléfono, solo ellos tenían ese número.
— Cariño, soy mamá. — Le dijo Rosa, su madre.
— Mamá. — Susurró Esther, pensando en lo mala hija que era.
— ¿Has desayunado? — Se preocupó Rosa por su hija.
Esther se sentía feliz por escucharla, pero también apesadumbrada por el error que había cometido.
— Sí, mamá, he desayunado. — Le contestó Esther, abriendo la puerta de la cafetería. — ¿Y cómo están todos por casa?
Vio a Paolo ocupando ya una de las mesas, incluso había pedido unas bebidas para los dos.
— Tu hermano Francisco y tu padre siempre están ocupados, me preocupa que papá decaiga. — Contestó Rosa. — Sabes la delicada salud que tiene.
— Mi hermano Francisco se ocupará de todo como siempre, no te preocupes. — La calmó Esther.
— Mi niña buena. — Escuchar a su madre llamarla así la dejó en el sitio. — Y tus hermanos, ¿cómo se encuentran?
Paolo observaba a Esther hablando por teléfono, preguntándose con quién hablaba en ese anticuado teléfono móvil.
— Ellos se encuentran bien. — Esther caminó hacia la mesa y le dijo. — Patricio nos ha contado que habéis hablado.
Paolo se levantó retirando una silla de la mesa para que Esther se sentara, observándola atentamente.
— Estoy preocupada por Abraham. Mi niño se marchó rápido de casa. — Escuchó a su madre llorar. — Estaba pensando en ir a haceros una visita.
Esther se sentó tragando saliva, si su madre venía tendría que contarle que se encontraba embarazada, porque sería difícil ocultárselo a su madre.
— ¿Y papá te dejará? — Preguntó Esther, mirando como Paolo se sentó al otro lado de la mesa y le puso delante la bebida que pidió para ella.
— No me preocupa tu padre, me preocupa Paloma, me está dejando a los niños en casa más que cuando estabas aquí. — Contó Rosa, echando un vistazo a los gemelos jugando en el recibidor de la casa. — Cuando hablé con tu hermano, él simplemente me dijo que Paloma estaba cansada.
— Lo siento, mamá. — Se disculpó Esther. — Si no estuviera lejos de casa te estaría ayudando con los niños.
Paolo abrió los ojos cuando Esther dijo niños, intentaba empaparse de lo que ella decía, pero no era suficiente.
— No es tu responsabilidad, es la de tu hermano y su esposa.
— Aún así, mamá, lo siento. — Se disculpó Esther.
Rosa sonrió, extrañaba tanto a sus hijos que se encontraba lejos de casa. Iría a verlos aunque discutiera con su esposo.
— Tendrás que ir a clase, te hablaré luego, cariño. — Se despidió Ros, escuchando a su pequeño nieto llorar en la cuna.
— Sí, mamá. — Esther escuchaba de fondo a su sobrino. — Después hablamos.
— Te quiero.
Su madre colgó luego la llamada y Esther que dejó en la mesa el teléfono, miró a Paolo que la miraba atentamente.
— Gracias por la bebida. — Le agradeció Esther el vaso de leche con cacao. — Gracias…