El fin de semana Paolo fue a la residencia de la familia Stone para ver a su madre y pedirle un favor.
— ¿Qué es lo que quieres? Tú no vienes simplemente a vernos porque nos echas de menos. Mientras tengas las tarjetas de crédito es suficiente para ti. — Dijo Catalina, la madre de Paolo.
Su madre miraba la bandeja de joyas que su doncella sostenía en sus manos.
— Me gustaría hablar en privado. — Contestó Paolo, serio y mirando a la doncella de su madre.
— Desde cuando Gemma es una desconocida, puedes hablar delante de ella. — Habló Catalina, tomando unos pendientes de diamantes. — Así que niño, di lo que quieras decirme, estoy ocupada.
Paolo se sentó en la cama matrimonial de su madre, sus padres tenían dormitorios separados, según su madre, era la mejor forma de mantener un matrimonio después de los años. Y era por ello que sus padres aún parecían una pareja de recién casados.
— Quiero una cita con tu ginecólogo. — Dijo Paolo sin ninguna vergüenza.
Catalina se volteó mirando a su hijo y la doncella Gemma se inclinó respetuosa.
— Será mejor que me retire, señora. — Habló Gemma.
Catalina asintió y vio a su doncella dejar la bandeja en su joyero y marcharse.
— ¿Qué has hecho ahora? — Preguntó Catalina poniéndose uno de sus pendientes.
— Es obvio, ¿no? — Contestó Paolo y Catalina que se levantó. — Mi novia se ha hecho un test de embarazo y le ha salido positivo.
Catalina respiró profundamente, le estaba doliendo la cabeza por el descaro de su hijo a la hora de hablar.
— De verdad, no sé a quién te pareces. — Habló Catalina poniéndose el otro pendiente.
Paolo se encogió de hombros, para él era mejor ser sincero que ocultar las cosas. Aunque había mentido cuando se refirió a Esther como su novia.
— ¿Me vas a ayudar?
Miró a su madre caminar hacia su escritorio.
— ¿Y desde cuándo tienes novia?
Catalina agarró su agenda de contacto de una pequeña estantería sobre el escritorio. Luego miró a su que se levantó acercándose a ella.
— Es la hermana de tu amado hijo Abraham. — Le contó Paolo. — Pero él no lo sabe aún.
— ¡QUÉ! — Gritó Catalina. — ¿Pero qué has hecho, niño tonto?
Paolo sonrió tomando de las manos de su madre una tarjeta de teléfono de su ginecólogo.
Esther salió de la clínica después de la visita al ginecólogo y corroborar que sí estaba embarazada. Levantó su mano mirando la ecografía del bebé.
De golpe se dio cuenta de la realidad de su problema, ya no era solo un test de embarazo que salió positivo, sino que había tenido su primera revisión. Estaba embarazada. Iba a tener un bebé.
Paolo agarró su mano con la ecografía y ambos se quedaron mirándola.
— No se distingue bien. — Dijo Paolo, apoyando su barbilla en la cabeza de Esther. — Es una mancha.
— Si tienes razón. — Pronunció Esther, quitándoselo de lo alto. — ¿Y ahora qué haremos?
Los dos se miraron y Paolo tomó de nuevo su mano haciendo que Esther se sonrojara.
— ¿Comer algo dulce para digerir mejor la noticia? — Le preguntó, tirando de ella y caminando los dos por la calle.
Esther lo miraba, no sabía si Paolo era consciente de la gravedad de la situación o simplemente estaba calmado para que ella no se preocupara más de lo que ya lo estaba.
Paolo apareció con dos helados de chocolate negro. Los ojos de Esther se iluminaron por el helado, dándose cuenta de ello cuando vio a Paolo sonreír.
— ¿Puedo hacerte una pregunta? — Le preguntó Esther.
— ¿Cual pregunta? — Preguntó él.
Los dos caminaron comiéndose los helados.
— ¿Cuántos años tienes? — Le preguntó Esther con timidez. — Supongo que tienes la misma edad que mi hermano Abraham.
Paolo negó, estando un poco avergonzado por su edad, él no tenía la misma edad que su amigo Abraham. Él era más mayor.
— Tu hermano Abraham tiene veinticuatro años y yo tengo veintisiete. — Le confesó Paolo. — Lo lamento si creías que era de la misma edad que tu hermano.
— Nosotros… Nos llevamos siete años de diferencia. — Dijo Esther, extendiendo su brazo y limpiando con su dedo pulgar la mancha de chocolate que Paolo tenía en la comisura de sus labios. — ¿Y por qué aún estás en la Universidad? pensé que eras un chico inteligente.
Paolo sintió mariposas en el estómago, Esther lo estaba tocando, aunque fuese para limpiarle de helado.
— Después del Instituto me marché de casa para vivir en la Universidad de la calle. — Le contó Paolo. — Me la pase viajando por muchos países con el dinero de mis padres.
— Hiciste el vago, gastando dinero que no te pertenece. — Lo resumió Esther. — Desvergonzado.
Paolo se inclinó hacia ella y le susurró al oído.
— ¿No te gusta que sea un desvergonzado?
— Quiero que seas responsable. — Le dijo Esther y Paolo la rodeó con su brazo. — El bebé dependerá de nosotros y de nuestro sacrificio.
Esther se quitó el brazo de Paolo de lo alto.
¿Qué iban a decir a sus padres? Ellos eran devotos y que su hija estuviera embarazada sería una vergüenza para toda la familia Sánchez.
Cuando llegaron a la puerta del edificio donde Esther vivía con sus compañeras de apartamento, Paolo puso ojos de cachorro abandonado.
— No me mires con esos ojos, no eres un niño pequeño. — Le dijo Esther, no queriendo mirar su tentador rostro.
— Quería pasar más tiempo contigo y resulta que hemos llegado a tu casa. — Respondió Paolo.
— Mañana nos veremos. Así que no pongas esa cara.