Gracias a Matsukaze y Yasuhiro, Nyoko ahora llamada Ishiko, pudo tener una infancia feliz con una identidad, ya que al despertar había olvidado todo de ella salvo la lengua de señas que posteriormente enseñó a sus amigos. Fueron momentos buenos, con altas y bajas, en ello se encontraba su entrenamiento como futura guardaespaldas de su amigo junto a Matsukaze. Sin embargo, no se llegó a concretar ello y nuevamente, Nyoko tuvo que abandonar a sus amigos.
—Vive—susurró Matsukaze acariciando el rostro de su amiga lleno de lágrimas.
—Espero volver a verte, Ishiko—dijo Yasuhiro depositando un beso en la frente de su amiga antes de ordenar que la canoa partiera.
Fue entonces que los amigos tomaron rumbos separados; sin percatarse que uno de los rayos petrificadores la tocó, empezando así su conversión a estatua. Aunque solo por un instante, logró ver la nueva tierra donde viviría. Luego de eso se sumió en oscuridad sin saber que le pasó a sus dos acompañantes.
Nyoko da un suspiro un tanto nostálgica, era la primera vez que se preguntaba qué había sido de aquellas dos personas que la acompañaron en el viaje; esperaba de todo corazón que ambos hallan tenido vidas pacíficas y felices donde fuera que se establecieron.
Una vez más, alzó la vista a Senku y él aún mantenía la mirada en ella, parpadeó, no esperaba que la siguiera escuchando por tanto tiempo para alguien que solo le interesaba los datos importantes, por lo que hasta ahora contó por encima sus vivencias en esta era de piedra. Comentándole así lo que pensaba al respecto.
—Esta es la primera vez que me hablas de tu vida—sinceró Senku sonrojado—, no voy a ponerme quisquilloso con la información. Además, aún nos quedan unos días antes de regresar a Japón.
Nyoko no pudo resistirse y soltó una risa ahogada, sonrojando aún más a su pareja, comentándole lo tierno y abrazable que se veía. Sin embargo, no era momento de volverse caramelosa, por lo que tomando una pausa y con las manos temblabantes, procedió a contar el día que Ónix y ella fueron a pescar más allá de lo conocido.
Ese día era igual como los días anteriores, nada era diferente, la brisa del viento y la sonrisa en el rostro de su amado era exactamente igual al de todos los días, no aparentaba nada fuera de lo común.
—Hoy iremos por un sendero nuevo—comentó Ónix al terminar de preparar la embarcación; como Magma había tomado de más la noche anterior, los niños se ofrecieron a cuidar de su tío para que Nyoko pudiera acompañar a su padre en vez de Magma, todos estuvieron de acuerdo y Nyoko estaba emocionada por el viaje en canoa.
La aventura empezó, cazaron varios peces por el caudal hasta que llegaron a una intersección con un rumbo ya recorrido. Emocionados, decidieron ir por el nuevo tramo, pero a las pocas horas, el caudal del río cambio drásticamente, perdiendo la pesca del día y el control del rumbo del navío, avecinandose lo peor; con bruscos movimientos de la corriente, tanto Nyoko y Onix perdieron el equilibrio, volcándose el barco junto con ellos.
Nyoko recibió unos cuantos golpes de ramas y piedras en su cuerpo antes de sentir el agarre de su amado que la jaló hacía él. Sin embargo esto no disminuyó el impacto de rocas y ramas.
Una cascada se encontraba a unos metros de ellos. El corazón de Nyoko empezó a palpitar de terror y volteando a ver el rostro de su amado, vió que le dedicó una última sonrisa con un ojo herido antes de darle un último beso faltando unos centímetros de caer y poner su cuerpo de escudo ante la inevitable caída.
Los ojos de Nyoko empezaron a derramar lágrimas sin parar y su cuerpo temblaba a más no poder, dificultando le así la respiración, sintiendo vividamente aquel mal momento.
Ninguno de los dos, pensó que esto pasaría, Senku dudaba si tocarla o no debido a que no sabía si reaccionaría como la última vez, pero aún así, optó por atraerla a él.
Nyoko tras sentir aquel abrazo, recordó la misma sensación de calidez reconfortante de Ónix, ocultado su rostro en su pecho mientras se aferraban a la camisa de su amado, alzándo la cabeza a sus ojos y cuando se encontró con los de Senku, no dudó en besarlo, siendo correspondido.
Ninguno de los dos se movió de su posición por un largo tiempo, Nyoko se sentía agradecida por tener a alguien a quien más amar y agradeció profundamente en su corazón a Ónix de haberle dado ese empujón para vivir sin culpas y lamentaciones.