Esto no puede ser amor

Prologo

—Si, claro que lo sé cariño —decía una voz femenina mientras enroscaba uno de sus dedos en su melena pelirroja—una muy buena fuente me lo contó

—No debo decirte que daré cualquier cosa por dicha información

—Pensando en quien crees que lo... —detuvo su hablar al ver unos ojos grises detenerse en ella, su sonrisa se elimino de su rostro—retomaremos nuestra charla luego—le informó con una voz más seria y saliendo de su regazo mientras se apresuraba a ir ante esos ojos grises

Su caminar era normal, dando mucha sonrisas a los invitados, no podía dar la sensación de que trataba de salir de allí cuanto antes y menos que le aburría sus presencias. Cuando llego al dueño de aquellos ojos grises, el cual estaba en una esquina con una copa de vino intacta sobre el borde de sus labios. ella intuyo que algo iba mal.

—¿Pasa algo dorchadas? —preguntó en voz baja mientras fingía estar coqueteando

—Te espera abajo —anunció fulminando a las miradas curiosas que se posaban sobre él—es para...—piñizco el puente de su nariz mientras se inclinaba hacia su oído—lo que ya sabes, sótano, tercera puerta—se despego tan rápido de ella como lo termino de decir

—¿Tú ya... —su hermano asintió antes que terminara la pregunta con una expresión neutra, no reflejaba ninguna emoción, para variar

—No esta de buen animo —advirtió mientras dejaba su copa de vino sobre una de las mesas, acomodaba sus guantes grises y eliminaba las pequeñas arrugas que su abrigo negro presentaba, no era por frío sino por conveniencia

—¿Cuándo lo esta?—preguntó intentando hacer charla, no estaba nada emocionada de ver a su queridito padre

Su hermano le dio una mirada estudiándola de pies a cabeza y salió de su vista sin decir nada más, así de amoroso era su hermano, era la primera vez que lo vio desde que regreso de Cuba, pero aún así ni un hola, ni un adiós o un abrazo. Amaba tanto a su familia.

Volvió a formar una sonrisa con sus labios, comenzó a ir al sótano percatándose que nadie la viera y menos su madre, odiaba las concurridas fiestas que a su madrecita le gustaba dar. Aunque debía admitir que era una gran estrategia para conocer a sus socios o victimas.

El tacón de sus zapatos resonaba contra los libres pasillos, le encantaba el sonido, sacó un cigarrillo y encendedor del bolsillo de su chaqueta. Lo encendió y comenzó a impregnar los pasillos con aquel humo, por alguna razón la relajaba, el olor y la forma en que la hacía sentirse, era des estresante.

Al llegar al lugar, tiro al suelo su cigarrillo y lo apago con el tacón de su zapato, giró la perilla y entro. Mientras más rápido supiera de que se trataba más pronto podría acabar con ello. En el lugar había un farol prendido en medio del sótano, dando a todo un tono más medieval. Su padre y su gusto por lo clásico, a veces la irritaba y a veces era siempre. Cruzo sus brazos y lo miro levantando la mandíbula. Su padre estaba sentado en una silla de cuero que gritaba grandeza.

Dorchadas me dijo que querías verme ¿De qué se trata?

—Elije uno —ordenó el padre tendiéndole tres fólderes de color blanco

Ella aún sin coger ninguno, intento levantar la tapa de uno de los fólderes.

—¿No me expresé claro Pumpkin? —preguntó con irritación en su voz, es decir, en su tono habitual— Dije que cojas uno, no que los abrieras

—Tengo que saber que hay dentro para elegir —aclaró aún sin apartar la mano de la tapa del folder

—No esta vez —su mirada era de piedra, si no hubiera crecido con esa mirada tras ella durante toda su infancia, estaría aterrada, pero a estas alturas, era lo cotidiano

—Me dejas ver que hay en los tres fólderes y me encargo de dos de ellos —ofreció con una mirada critica que viajaba desde esos duros ojos grises hasta la inflexible línea que eran sus labios

—No estas en la posición de negociar —recordó con una voz áspera sabia que su padre odiaba que lo contrariaran, odiaba las fallas—No somos iguales —remarcó, siempre esa necesidad de poner una brecha entre él y todos lo demás, ya debió haberse acostumbrado

—Eso lo sé, padre —se sentó en la mesita cruzando sus piernas—pero no negarás que lo merezco, no he fallado ni una sola vez, en cam...

Dorchadas tampoco —había una pizca de orgullo en su tono, si para este momento no hubiese sido una experta en el comportamiento masculino, ni siquiera lo habría notado—y él no me pidió esto

—Yo no soy Dorchadas, yo soy Pumpkin —indicó mientras miraba a los fólderes, soltó un suspiro y regresó la vista nuevamente ante su progenitor—Al principio eran 4 fólderes, a mi hermano le hiciste escoger uno primero porque es tu favorito, a mi segunda porque no he fallado en ninguna misión y a Coward le darás dos para que falle y poder botarlo definitivamente de aquí ¿Me equivoco?

—No, sería el colmo que no me conocieras a estas alturas —expreso cierto disgusto en su voz, antes su padre odiaba lo pegajosa que podía ser su hija, pero gracias a eso podía decir que le tenía cierto afecto, cosa que no podía decir de uno de sus hijos

—Es lo más lindo que me has dicho —intentó sonar sarcástica, pero era difícil cuando era verdad, su padre habría deseado poder decir lo mismo de Dorchadas, pero su hijo solo se limitaba a asentir en su presencia, no es que le tuviera miedo o algo parecido, era demasiado tempano de hielo como para expresar más que eso ante alguien que no le importaba, si con su hermana hablaba más era porque Pumpkin siempre se esforzó por tener una buena relación con sus hermanos, tan buena como la podrían tener tres sujetos con mascaras puestas desde que tuvieron uso de razón—Te propongo algo, los dos sabemos que Coward va a fallar, así le pongas dos o una va a fallar, yo quiero dos, quiero probarme a mi misma, jamás he fallado en una misión ¿Para que arriesgarte con Coward? Al final terminará fallando, dos de ellos resultaran a salvo, con lo que yo te ofrezco tres saldrán heridos, todos si tengo suerte




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