¿Qué le pasaba? ¿Este no era él? ¿Por qué la evitaba? ¿Por que cambió sus rutinas por ella? Si era tan insignificante como se decía ¿Por que pensaba tanto en ella? ¿Por que tenía que repetírselo cada hora? ¿Por que no había dejado de añorar volver? ¿Por qué se empecinaba tanto en negarlo? ¿Negar qué? ¿Negar que ella era importante?
Basta.
Sorbio un poco de su tasa de café matutina. ¿Por qué ya no sabía tan amargo como antes? ¿Acaso se habría acostumbrado a su sabor? Uno tenía a acostumbrarse a las cosas. O a las personas en tu caso.
Bien. No negaría eso. El se había acostumbrado a la presencia de Sol. Eso no tenía nada de raro. Era hasta normal. Ahora lo único que restaba era desacostumbrarse, eso era lo malo. Por más que su mente le decía que eso era lo correcto, la única vía aceptable; su cuerpo estaba en total desacuerdo. De no ser así no habría estado caminando en dirección al puente donde él realmente demostró interés genuino en lo que pasaba con ella. Para él hubiera sido muy fácil ver esos cigarrillos y no decir nada. Hacer lo que todos hacían. No le agrado ser como todos para la pelirroja.
Lo mejor habría sido detenerse. Faltaban unos pocos metros para llegar, el clima era más que frio. Pero no, sus pies solo avanzaban y si era sincero tampoco era que pusiera mucho empeño en alejarse. Después de todo, con lo frio que era Alemania en invierno era ilógico que alguien en su sano juicio estuviera en aquel puente. Obviamente Jacob ya no estaba en su sano juicio.
A tan solos unas pocas pisadas de llegar, vio a alguien recostada contra el muro del puente, parecía que tiritara. De no ser por esa melena rojiza que escapaba del gorro que llevaba en la cabeza ni siquiera hubiera reparado en ella. Sus pies se plantaron en el suelo. ¿Qué probabilidades había que fuera la misma persona? Muy pocas, eso decía su mente, en cambio su corazón latía. No. Martilleaba desesperado. Debía irse. Tenía que irse. Sus pies solo avanzaron.
***
Masoquista. Sí. Esa era la palabra que la definía. De lo contrario no estaría lloriqueando en pleno invierno en los mismos lugares que estuvo con Jacob. Ella nunca había sido tan patética. Tan ridícula. Sus huesos dolían, su nariz estaba roja del frio, no podría importarle menos. Lo único que tenía en la cabeza era a ese rubio. Ella pensó que después de su encuentro con Jacob todo mejoraría. Creyó que él volvería la noche siguiente. No paso. Creyó que volvería en la mañana. No paso. Creyó que llamaría. No paso. Creyó que al menos enviaría un texto. No paso. Creyó que talvez lo encontraría en algunos lugares que ambos habían estado. Primero empezó en el aquel antro donde ella hizo el ridículo. Nada. Luego a los alrededores de la mansión, Jacob normalmente salía a caminar, pero no, ni rastro. Prosiguió por la biblioteca de Berlín. Nada. Por un museo, nada. Las opciones se e acababan. Ella conocía lo apegado que era su rubio a su rutina. ¿Qué le estaba pasando para que lo dejara? ¿Estaría enfermo? Su corazón se encogió. Las ganas de visitarlo la inundaron como una avalancha. Pero de hacerlo ¿Qué diría? ¿Él la recibiría? Bueno si estaba enfermo no hubiera mucho que él pudiera hacer para evitar que entrara. Claro por que en caso de estar en perfecta salud eso sería lo que él haría. Evitar verla. Evitar toparse con ella.
Debía dejar de mentirse y aceptarlo. Eso era lo que pasaba. Él la evitaba. Ni siquiera sabía como sentirse al respecto. Primero se entristeció, él no quería verla. Segundo se alegró, entonces ella era tan importante como para desestabilizarlo. Tercero le disgusto, ósea a Jacob no le gustaba sentir algo. Eso era peor.
Esa era la razón para estar recostada en el puente donde en la madrugada él le detecto un mal psicoemocional. No sabía que hacer. Que pensar. Quizá él vendría, o talvez no le importaría. No es como si ella se hubiera vuelto una parte fundamental en la vida de Jacob. Ya había pasado una semana y nada. Debería aceptarlo. Mientras más rápido lo hiciera menos dolería. Al menos era algo que quería creer.
No se dio cuenta cuando su cuerpo comenzó a tiritar. No había casi nadie en las calles. Las copas de los arboles estaban con nieve. Ella no era fanática del invierno, de ningún estación en general, pero esta vez al ver algunos copos de nieve calendo sintió nostalgia. A lo mejor igual que esos copos de nieve caían de las copas, lo que ella sentía por él se iría. Después de todo solo habían pasado unos meses, lo que sea que sintiera no podía ser tan fuerte ¿Verdad?
Tras de si escucho unos pasos. Por alguna misteriosa razón le parecieron familiares. Quiso voltear su cabeza y ver quien era el extraño más no lo hizo. Ella era curiosa por naturaleza, pero con ese aspecto melancólico que cargaba ya ni emoción le daba. No pasó ni dos minutos y aquella persona también se recostó contra el muro del puente con la vista fija en el rio. Por alguna razón su presencia la hizo estremecer. Trató de mirarlo de reojo, no pudo despegar la vista por más que intentó. No sabía si él era capaz de oírlo o no, pero su corazón palpitaba tan fuerte como una orquesta. ¿Significaba algo? ¿Verdad que no? No tenía que ser relevante ¿O sí?
—¿Qué haces aquí? —Él no quiso sonar tan apático, no lo pudo evitar, su mente era un lío, de no sonar así, su tono habría sido demasiado dulce, no lo permitiría, no se permitiría hacer el ridículo.
Esa voz le erizó la piel, era él, estaba allí, a unos pocos centímetros, podría acercarse y...
—El parque es libre —contestó con la voz lisa y relajada, se enorgulleció de no demostrar lo que sentía—. Solo quise apreciar la vista —agregó mirándolo, la vista era perfecta, unos ojos casi celestes, un cabello rubio alborotado, se veía genial sin ese tonto gel, logro morder su labio antes que se le escapará un suspiro—. ¿Y tú? ¿Cuál es tu escusa? —Amaba el tono burlón en su voz.
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Editado: 11.06.2022