Esto no puede ser amor

Capítulo 41

—¿Quieres hacerlo? —preguntó un hombre de cabello azulado sentado firmemente en una butaca de una licorería. Devonan. Su hermano.

—Si, quiero hacerlo, lo necesito —respondió con el cuerpo entrando en calor después acabar de beber el licor de su vaso en una sola bocarada. 

Su hermano parecía sorprendido. Casi nunca lo estaba. Seguía con esa expresión ilegible, su postura recta y la mirada evaluadora que jamás abandonaban sus ojos grises. Casi tan fríos como los de su padre. Casi.

—Hay riesgos —agregó su hermano mientras veía el fondo de su copa como si fuera algo realmente importante.

—Sé lo que ocurrirá si se entera —confesó la mujer con la mano en la frente, al menos su hermano era alguien al que no tendría que recurrir a sentimentalismo para persuadirlo, era mejor decirle los beneficioso y lo perjudicial, hacer una balanza. Rogaba que él viera que le convenía. Gracias a Maurice la mujer conocía el estado de su hermano. Él tampoco podría desaprovechar una oportunidad para acabar con la única persona que podría dañar su intentó por alcanzar la felicidad. Rogaba que lo viera—. No hay otra forma. Lo conoces. Si él se entera arruinará todo. Nos arruinará. Lo ha hecho durante toda nuestra vida.

El silencio reinó por unos minutos. Su hermano estaba pensando. Por mucho que la pelirroja tuviera prisa, no podía apresurarlo. Sería la peor equivocación que podría cometer.

—¿Mañana? —cuestionó levantando su vista hacia ella. Ella dio un respiró de alivio al ver que sus hermano había bajado aquella inmensa barrera de hielo que colocaba entre él y el mundo. Bueno, ahora intuir lo que pensaba sería menos complejo. 

—Sí—respondió con total seguridad, su hermano debía creer que tenía todo bajo control. Ella tenía todo bajo control, claro todo lo que dependía de ella. La ojiazul no podía asegurar que su padre actuará de la forma que creía. Solo podía recurrir a la suerte o a los somníferos. Somníferos—. A primera hora. Él tiene que verlos indefensos y desorientados. Yo sé que tú podrás fingirlo. Pero Regan, él...

Dakota reprimió las cosas que le venían a la mente. Contarle el plan original a Regan era riesgoso. No solo por el hecho de que su actuación no sería convincente, Regan no era de los que siguen las ordenes. Si para Dakota era terminantemente difícil ser obediente, para Regan era peor. La pelirroja sabía que no era por maldad, él simplemente no sabía controlar lo que su cuerpo hacia.

—Tú se lo dirás cuando él los lleva al calabozo —avisó la pelirroja dejando su vaso en la barra para que el empleado le sirviera otra.

El silencio se hizo presente de nuevo. La mirada de su hermano ya no estaba en ella. Se encontraba viajando en uno de los copos de nieve que se dejaban ver por la ventana. Por lo poco que Dakota lo conocía, entendía que aquellos copos no tenían nada de especiales. De seguro en Noruega debería verlos a diario. Si tan solo pudiera decírselo. Mordió su lengua.

—¿Los guardias?

La pelirroja respiró hondo. Bien. Él sí estaba interesado en el tema. Ella sabía como interpretarlo. Guardias, seguridad, impedimentos, desventajas. Bien. Sabía por donde convencerlo.

—No estarán, yo me encargaré de eso. Les daré un somnífero para que cuando lo ataquen ellos no puedan defenderlo. Ten cuidado con Regan, él puede abrir la boca en desesperación. También lo colocaré en la bebida de padre. Atáquenlo dentro del calabozo. Yo los seguiré sin ser vista. Si algo se complica los ayudaré.

—Siempre hay riesgos —advirtió pasando entre sus dedos el vaso vacío.

—Lo sé, lo sé —repitió respirando hondo—. ¿Crees que no lo he pensado? Temo por su vida. Temó por lo que le pueda pasar. Si padre lo descubre no lo matará, le hará algo peor. Mucho peor. No puedo arriesgarme. Sino lo hubiera pensado bien ni siquiera estaría aquí. Es la única salida que veo. De no matarlo padre no nos dejará en paz. Tú estas con ella en Noruega. ¿Cuánto crees que tarde padre en hallarlos? —pregunté sin darle tiempo a responder. Tampoco es que él lo fuera a hacer—. Lo conoces. De nosotros tres eres a quien más quiere.

—Claro —mustió con algunas leves emociones destilando en aquella palabra. Algo de enfado y desprecio.

—Devonan —dijo para llamar su atención—. Sabes que siempre tuvo predilección por ti, además eres el único que no esta tan podrido como nosotros. Sharlot y tú no son primos. Padre no será tan duro contigo. Pero nosotros, yo...

—Basta —ordenó el hombre dejando el baso en la barra aún sin mirarla. Algo que la pelirroja no supo reconocer bailaba en los ojos de su hermano. Poco a poco la frialdad de su mirada se iba desvaneciendo. Devonan observo como el camarero le servía otro poco de licor. No apartaba la mirada de aquella botella. Muchas veces la pelirroja se preguntó como funcionaría la mente de su hermano. Hasta ahora lo hacía—. Lo haré.

—¿Lo juras? —preguntó con los ojos ensanchados—. Jura que no te arrepentirás. Jura que no te tiraras para atrás cuando llegue el momento —insistió a toda prisa sin despegar su vista de él—. Por favor, Devonan.

—Lo juro —respondió bebiendo un poco del licor del vaso. Miró a la pelirroja por un corto momento, entreabrió los labios tratando de decir algo pero nada salió. La pelirroja frunció el seño. Por lo general no era alguien indeciso. Ja. Indeciso. Dakota nunca lo había visto con duda en el rostro, sim embargo si tenía que describirlo en este instante diría eso. La duda reinaba en esos ojos grises—. ¿Y Regan? —preguntó finalmente.

—Él... —La pelirroja resoplo con desagrado. No sabía que decir respecto a su hermano, mentir sería la salida fácil. Al menos por el momento. Desecho aquello de su mente. Para que su hermano no se retractará tenía que ser sincera con él. De algún modo que la pelirroja nunca lograba averiguar, Devonan siempre sabía cuando le mentían—. Él tiene que aceptar —termino diciendo—. Debe hacerlo. Tiene que hacerlo. 




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